No habían pasado tres semanas del levantamiento de Las Clavellinas (4 de noviembre de 1868) y ya había hacendados camagüeyanos, más preocupados por sus propiedades que por el destino de la patria, que andaban pensando en arreglos con España para finalizar la insurrección.
Con ese fin, convocaron a todos los independentistas de la región a reunirse, el 26 de noviembre de 1868, en Paradero de Minas, a unos 35 kilómetros de la capital provincial. Con el fin de asegurar el éxito de su gestión, invitaron a parientes de los sublevados para que los convencieran de la inutilidad de proseguir la lucha.
Uno de aquellos invitados era el padre de Amalia Simoni, la muchacha que recién entonces había contraído matrimonio con Ignacio Agramonte. Y ante las propuestas de capitulación, fue el mismo Ignacio quien se levantó para oponerse a esas intenciones.
Su voz se alzó para decir: “Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan. Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas”.
La intervención de Agramonte fue decisiva y Camagüey siguió en pie de lucha. Un nuevo Comité Revolucionario, integrado por él, Salvador Cisneros Betancourt y Eduardo Agramonte, sustituyó a los capitulantes. Y el padre de Amalia Simoni se incorporó, convencido, a la insurrección.
EL MAYOR
Ignacio Agramonte y Loynaz nació en la entonces ciudad de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, el 23 de diciembre de 1841. No estuvo entre los sublevados en Las Clavellinas, pues se decidió que permaneciera en la ciudad organizando el aseguramiento de la logística de los insurrectos.
Tras Paradero de Minas, tuvo su bautizo de fuego dos días después, cuando a unos 27 kilómetros al nordeste de Puerto Príncipe, se distinguió por su bravura entre los 150 cubanos que enfrentaron a más de 800 españoles en Ceja de Bonilla.
Representante de Camagüey en la Asamblea de Guáimaro, fue uno de los redactores de la primera constitución mambisa. Renunció a su cargo en la Cámara de Representantes, el 26 de abril de 1869, para asumir la jefatura militar de la división Camagüey.
Como solía decir José Martí: “Sin más ciencia militar que su genio, organiza la caballería, rehace el Camagüey, mantiene en los bosques talleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos”.
En su tropa, confraternizaban el antiguo hacendado y el antiguo esclavo, el artesano y el jornalero, el intelectual y el campesino, blancos, mulatos, negros e incluso chinos. Varios internacionalistas, entre ellos el neoyorquino Henry Reeve, El Inglesito, combatieron bajo su mando.
Sus éxitos militares lo hicieron famoso en toda la geografía nacional: Lauretania, La Entrada, El Mulato. Al frente de 35 jinetes protagonizó el audaz rescate a Julio Sanguily.
Desavenencias con el presidente Carlos Manuel de Céspedes lo llevaron a renunciar a su mando en 1869 y 1870. Pero a partir de 1871, cuando se produce una radicalización de su pensamiento, coincidió en lo esencial con el patriota bayamés y se convirtió en un baluarte de la unidad.
Agramonte estaba predestinado a ser el futuro jefe de la Revolución y lograr la unidad entre todos los patriotas cubanos. Su muerte, en la escaramuza de Jimaguayú, el 11 de mayo de 1873, significó un duro golpe para la Revolución independentista.
Tras su desaparición física, las intrigas, la indisciplina y el desaliento ante tanta desunión cundieron en el campo mambí. Paso a paso, se llegó hasta el Zanjón. Pero esta vez, a diferencia de cuando la Junta de Paradero de Minas, no estaba Ignacio Agramonte para neutralizar a la contrarrevolución.
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