El 16 de marzo de 1952, el joven abogado Fidel Castro Ruz escribe su formidable denuncia ¡Revolución no, Zarpazo!, contundente alegato contra el Golpe de Estado que apenas seis días antes había dado el general Fulgencio Batista. La experiencia política alcanzada le permitió entender que la solución del problema de Cuba no era político, sino revolucionario.
Tenía acumulada una sólida formación martiana e incursionaba en las ideas marxistas-leninistas. Ello, unido a sus dotes personales, le posibilitaron vislumbrar un camino en el cual muy pocos creían: el de la lucha armada.
Apegado a esa lógica preparó y organizó el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, que si bien fracasaron desde el punto de vista militar, constituyeron una victoria política y dieron a conocer, en su alegato de autodefensa La Historia me Absolverá, el programa de lucha de la última etapa insurreccional.
Vendrían los tiempos duros del presidio en Isla de Pinos: una “prisión fecunda”, como lo calificara el historiador Mario Mencía, pues sirvieron de estudio y preparación ideológica para los combates futuros. Desde allí reescribió su alegato de autodefensa por los sucesos del Moncada y fue madurando la convicción de que el camino escogido era duro, “preñado de amenazas y de vil y cobarde ensañamiento”, pero era el correcto, y no le temía, pues la historia, esa severa jueza, lo absolvería.
Amnistiado por la presión popular, ese propio 15 de mayo de 1955, entrega a la prensa el “Manifiesto al pueblo de Cuba”, donde define: “Nuestra libertad, no será de fiesta o descanso, sino de lucha y deber, de batallar sin tregua desde el primer día, de quehacer ardoroso por una patria sin despotismo, ni miseria, cuyo mejor destino nada ni nadie podrá cambiar”.
Días después, el 7 de junio, parte hacia el exilio. Antes de abandonar el país, afirma: “Me marcho de Cuba, porque me han cerrado las puertas para la lucha cívica. (…) Como martiano pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos. (…) De viajes como estos no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies”.
Desde México prepararía la futura expedición del Granma, que con 82 hombres vendrían dispuestos a cumplir en 1956 la promesa de ¡Ser Libres o Ser Mártires! El Che, primero en enrolarse, tras una larga noche de conversación con Fidel, escribió en versos la impresión causadoa: Vámonos/ardiente profeta de la aurora,/por recónditos senderos inalámbricos/a liberar el verde caimán que tanto amas.
Tras el desembarco del 2 de diciembre de 1956, vendrían los días amargos de Alegría de Pío, la dispersión de los expedicionarios sobrevivientes y el reencuentro en Cinco Palmas. De nuevo, Fidel, con visionaria clarividencia, al contar los siete fusiles que disponían para enfrentar a un ejército profesional de más de 10 mil soldados, afirmó convencido: ¡Ahora sí ganamos la guerra! Dos años después, la profecía se cumpliría.
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Pero aún restaban 24 meses para ese 1ro de enero de 1959. Meses en que nacería el Ejército Rebelde, se lograría la primera victoria en el combate del Uvero, se consolidaría la lucha guerrillera en las montañas orientales con la creación de varios frentes guerrilleros y el Che y Camilo protagonizarían la epopeya gigantesca de la invasión a Occidente.
Fidel se erige en el Comandante en Jefe del Movimiento 26 de Julio en la Sierra y el Llano. Su prestigio comienza a traspasar las fronteras de Cuba y alcanza magnitudes de líder continental. Todos admiraban a los barbudos de la Sierra, con el joven rebelde de barba rala y mirar profundo, al frente de todos.
Para entonces, su pensamiento había alcanzado tal madurez, que, como le escribiera en carta a Celia Sánchez, estaba convencido que su verdadera guerra, su verdadero destino, era luchar contra los Estados Unidos: “Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ése va a ser mi destino verdadero”.
Al huir Batista, en las primeras horas del 1ro de enero de 1959, Fidel logra desbaratar los intentos por escamotearle a los rebeldes el triunfo. Su alocución desde Palma Soriano ratifica la visión política-revolucionaria del líder convencido de que solo con el pueblo podía alcanzase la anhelada victoria:
“La dictadura se ha derrumbado como consecuencia de las aplastantes derrotas sufridas en las últimas semanas, pero eso no quiere decir que sea ya el triunfo de la Revolución. Las operaciones militares proseguirán inalterablemente mientras no se reciba una orden expresa de esta comandancia, la que solo será emitida cuando los elementos militares que se han alzado en la capital se pongan incondicionalmente a las órdenes de la jefatura revolucionaria. ¡Revolución, sí; golpe militar, no!”
La capacidad visionaria de Fidel volvía a adelantarse a los planes de enemigo. Esta vez, los mambises, sí entraron a Santiago de Cuba.
Con apenas 32 años cumplidos, se erigiría en el líder triunfante de una Revolución, que transcurridas seis décadas sigue defendiendo los sueños de justicia social enarbolados por aquel joven abogado, quien saltando los prejuicios de clase, apostó, como Martí, por los pobres de la tierra y conquistó para ellos, para nosotros, toda la igualdad y equidad posibles.
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