En el ideario del cubano, Antonio Maceo es sinónimo de hombría, de valor temerario, del patriota del «no nos entendemos» en la Protesta de Baraguá; de aquel extraordinario guerrero, que al decir de José Martí tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo y del héroe insuperable de mil batallas y más de 22 heridas en su cuerpo de gigante.
Al caer en San Pedro de Punta Brava, el 7 de diciembre de 1896, Cuba perdía a su combatiente más insigne. Moría el Lugarteniente general Antonio de la Caridad Maceo Grajales, el hijo de Mariana y de Marcos, cuando estaba en el cénit de la gloria y la famosa campaña invasora protagonizada por él y por el Generalísimo Máximo Gómez, estaba considerada como la proeza militar de la centuria decimonónica.
«Esto va bien», fueron sus últimas palabras antes de caer exánime y junto a él, por voluntad propia, moría su ayudante, el capitán Francisco Gómez Toro, Panchito, el hijo del Viejo Gómez y su ahijado. Aquel que había nacido con el pie derecho varo, pero al decir del propio Maceo, eso no importaba, pues no era el de montar a caballo.
A partir de entonces comenzaba la leyenda. A la Patria le había nacido su símbolo mayor de coraje y valentía, y de entonces acá no ha existido momento de peligro para los cubanos en que su ejemplo no fuera invocado.
La Columna Invasora 2, con el Comandante Camilo Cienfuegos al frente, llevó su honroso nombre. Y cuando la Crisis de Octubre, en 1962, una frase del Che reveló en pocas palabras la manera heroica con que el pueblo cubano se había comportado ante el peligro. Dijo el argentino-cubano, que tanto se le pareciera y equiparara: «Nuestro pueblo fue todo un Maceo», y con eso, todo estaba sobrentendido.
Fidel invocó cientos de veces su ejemplo imperecedero. El discurso por el centenario de la Protesta de Baraguá resulta pieza oratoria notable y una conceptualización brillante de la figura del Titán de Bronce: «Lo que sí puede afirmarse es que con la Protesta de Baraguá llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre, el espíritu patriótico y revolucionario de nuestro pueblo; y que las banderas de la patria y de la revolución, de la verdadera revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocadas en su sitial más alto»
También Fidel gustaba citar frases del general Antonio, que mostraban el espíritu irredento de los cubanos. Muy en especial, aquella escrita al coronel mambí Federico Pérez Carbó, el 14 de junio de 1896: «De España jamás esperé nada, siempre nos ha despreciado, y sería indigno que se pensase en otra cosa. La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos. Tampoco espero nada de los (norte) americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin su ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso (…)».
O esa otra frase maceíca, de tanto valor patriótico, invocada por líder de la Revolución Cubana, en fecha tan temprana como marzo de 1960: «¡Y ojalá nuestros enemigos comprendan que un pueblo así no es fácil de agredir; que a un pueblo así no se le puede vencer!, porque nosotros hemos hecho nuestra, definitivamente, aquella consigna de quien fue la máxima expresión de la combatividad y del valor cubanos, Antonio Maceo: “¡Quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre!”».
Hoy, cuando se conmemora el aniversario 123 de la caída en combate del Titán de Bronce y los 30 años de la Operación Tributo -ese gran homenaje de pueblo a los caídos en misiones internacionalistas-, el pensamiento revolucionario, político y militar del general Antonio nos resulta savia vital para enfrentar las arremetidas imperiales, cada vez más virulentas contra nuestra Patria.
Solo inspirados en tales ejemplos podemos salir airosos de los muchos peligros que nos acechan. Conviene entonces, como antídoto a la desmemoria y escudo contra el enemigo, recordar los versos de Manuel Navarro Luna, cuando en una de cuyas estrofas decía:
Cuando habléis de la Patria
Si queréis señalar las altas cumbres del decoro
En la cumbre del hombre…
buscad entre latidos de montañas
Sobre la raíz de trueno y palpitar de troncos
La presencia profunda que nos cerca y nos manda:
¡El General Antonio!…
Igualmente recurrir a Fidel Castro, quien, el 14 de junio de 1980, al inaugurar el hospital «Ernesto Guevara», en Las Tunas, afirmara del Titán:
«Maceo es nuestro, continuaremos honrando su gloria y su memoria de mil formas diferentes; su gloria y su memoria continuaremos honrándolas en el trabajo, en las luchas, en el cumplimiento de nuestros deberes internacionalistas y fundamentalmente con nuestro patriotismo […]»
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