Todavía no es el Padre de la Patria, es el joven bayamés que escribe poemas al Cauto, se enamora, habla varios idiomas, estudia la carrera de Derecho, reta a duelo a un español por una ofensa, y la bala del contrario pasa tan cerca de su cabeza, no es aún la bala de San Lorenzo.
Es ya el hombre maduro y culto que se adueña de la impaciencia por ver a su Patria libre. Conspira desde las Logias masónicas, pero donde mejor se le escucha la voz es en San Miguel del Rompe, el 4 de agosto de 1868, cuando falta acuerdo para el alzamiento:
“Señores, la hora es solemne y decisiva, el poder de España está caduco y carcomido, si aún nos parece fuerte y grande es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡levantémonos!”
Se había fijado una fecha, pero es urgente levantarse ya, envía mensaje a su hermano y desde Caridad de Macacas, se escucha el nueve de octubre de 1868, la clarinada. Al día siguiente, sábado, diez de octubre, suena la campana de La Damajagua para el arduo trabajo de alzar a un pueblo a conquistar su independencia.
Y se hace llamar Capitán General, para algunos un error, para Céspedes, la palabra que expresa la independencia centralizada en un poder militar y político. Cede en Guáimaro al camino republicano, acepta ser presidente aunque tiene otro pensamiento para organizar la contienda. Los Camagüeyanos recelosos. Es la unidad lo que hay que salvar en pro de la independencia de Cuba.
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Pero “las revoluciones no huelen a clavellinas”; hay pasiones, dolorosos conflictos, envidias y golpes bajos. El 27 de octubre de 1873, es depuesto Céspedes, de su cargo de Presidente, en Bijagual de Jiguaní. Se dice que de los veinte representantes de la Cámara, solo participan nueve en aquella dramática decisión. Carlos Manuel, no se encuentra en el lugar donde es depuesto, y antes de abrir el mensaje con el fatal veredicto, invita al emisario a una taza de café.
Es despojado de la escolta y debe acompañar, por toda la manigua, a la comitiva legislativa, tal vez algunos disfrutan el estado del ex presidente. Otros lo siguen llamando y queriendo igual. Y Carlos Manuel no quiere que por él se derrame la sangre de los cubanos, vence el amor propio y hace frente a las humillaciones.
Pide al cuerpo legislativo, un lugarcito en la Sierra, donde no moleste ni interfiera. Es enviado a San Lorenzo. El jefe de la prefectura, que lo admira, lo recibe, pero no entiende aquella palabra al recibir la encomienda del gobierno: “residenciar” a Céspedes. El prefecto le preguntó a él mismo el significado de esa palabra, a lo que contesta: “eso quiere decir que no puedo salir a ninguna otra parte que no sea su prefectura de San Lorenzo”. Y enseña a los analfabetos a leer el presidente, porque todavía así le llaman aquella gente.
Esta humillado y preso, el primer presidente de la República en Armas. Pide le dejen salir del país. Y le niegan la salida. El puede marcharse hasta Jamaica por su cuenta, pero no quiere parecer que huye de cubanos y españoles. Su esposa lo reclama y los hijos extienden los brazos, y Carlos Manuel espera, hasta que llega el viernes 27 de febrero de 1874.
Ese día escribe en su diario, tanto tiempo perdido, y pasa revista, una cáustica mirada sobre algunos personajes de la guerra, desde Tomás Estrada Palma, Fernando Fornaris, El Marqués, del Camagüey, Luis Victoriano Betancourt, Ramón Pérez Trujillo…hasta llegar a Spotorno. Y asegura Céspedes que ninguno de ellos sabe lo que es ley. Es como si sospechara, a esa hora de la mañana, que la muerte venía. Y quiere dejar a la historia su juicio íntimo y sincero.
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Al llegar a este punto del testimonio cespediano, se comprende que al carro de las revoluciones se suben bandidos y oportunistas. Hay “patriotas” de pedestal, y otros que son de verdad, pueden pegar fuego a la vida propia en el altar del sacrificio humano. En ese grupo último está Céspedes.
Es frugal el desayuno, un jarrito de café, una partida de ajedrez, una visita en su caballo ensillado Telémaco. De pronto la noticia de que sobre él vienen españoles. Corre buscando una salida, se vuelve y dispara, el barranco del río está cerca, el disparo, el corazón partido en dos “el sol de llamas· en el abismo”.
¿Cómo llegaron hasta San Lorenzo los españoles? ¿Es solo el negro lucumí Ramón Jaca quien los guía hasta allí? ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de la Cámara de Representante en tan fatídico desenlace?
Hay preguntas que cuelgan en la historia, enigmas que se pasean como fantasmas. Dicen que a los grandes héroes los vienen a buscar los dioses y que al hacerlo levantan grandes remolinos y polvos cegando a los espectadores la verdad.
El 27 de febrero de 1874, Martí estaba en España, no conoció de inmediato sobre la muerte del Padre de la Patria; años después, en el Avisador Cubano, publica el 10 de octubre de 1888, una semblanza de Agramonte y Céspedes, donde destaca los valores de los dos hombres, y termina exclamando a Céspedes: iSé bendito, hombre de mármol!
Faltan dos balas en el revólver de Carlos Manuel; no dispara José Martí, mueren los dos en combate, uno en San Lorenzo, y en Dos Ríos el otro llevando la escarapela de Céspedes. Y los dos, pasan serenos entre los viles.
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