El desafío que a la hegemonía imperialista supone la existencia de la Revolución cubana ha convertido a nuestro país, desde el propio año 1959, en víctima del terrorismo financiado y auspiciado por los gobiernos norteamericanos. Para Washington y sus acólitos, Cuba merece ser castigada a sangre y fuego.
No es posible acercarse al devenir de las últimas seis décadas en la mayor de las Antillas si se prescinde del análisis de la multitud de actos terroristas que como país hemos sufrido. Todas las modalidades de este cruel accionar se han puesto en función de arrodillar a un pueblo que decidió ser libre.
El terrorismo contra Cuba tuvo sus primeras expresiones en los sabotajes de índole económica que se propagaron por la nación, incluso antes del que el proyecto revolucionario declarara su identificación con el socialismo. Los objetivos eran simples y perversos: golpear la estructura de producción de bienes y servicios del país y conformar un clima de pánico que lacerara el apoyo popular al proceso de cambios en marcha.
Durante estos compases iniciales se materializaron hechos diversos entre los que pueden incluirse la quema de cañaverales, el ametrallamiento a la población civil desde aeronaves y embarcaciones y la colocación de artefactos explosivos en diferentes escenarios. ¿Cómo olvidar que estos años fueron testigos de crímenes como la voladura de vapor La Coubre, el incendio de la tienda El Encanto y la actividad criminal de las bandas de alzados en las zonas rurales?
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La consolidación de la Revolución a lo largo de la década del 60 no puso fin a la hostilidad norteamericana que aupaba la actividad del exilio contrarrevolucionario nucleado en La Florida. En los decenios subsiguientes, Cuba siguió siendo objeto para descargar el odio y la frustración de aquellos que no lograban doblegarnos. Llegó entonces la hora de los ataques a las embajadas cubanas y la guerra biológica, todo ello en el marco de la continuidad de los esfuerzos por acabar con la vida de Fidel y otros miembros del liderazgo insular. Acontecimientos como la voladura del Avión de Barbados o la agresión al círculo infanti Lee Van Tan han quedado en la memoria de generaciones de cubanos.
Con el fin de la Guerra Fría la hostilidad contra Cuba no cesó y ello se manifestó en el nuevo impulso que recibió la actividad terrorista. Durante los convulsos años del Período Especial, la Fundación Nacional Cubano Americana financió sin tapujos los planes orquestados por Luis Posada Carriles desde Centroamérica, los cuales estaban dirigidos a poner jaque a la pujante industria turística de la nación antillana.
En los años más recientes, revelaciones del gobierno cubano han hecho explícito que la vocación por utilizar la violencia contra Cuba sigue en pie. Desde Estados Unidos se articulan hasta el presente acciones hostiles que buscan provocar el caos. Asimismo, esta ejecutoria ha tenido impacto en las dependencias de la nación caribeña en el exterior, de lo cual constituyen ejemplos los ataques contra nuestras embajadas en Washington y París.
Pese a los costosos daños humanos y materiales que el terrorismo nos ha causado, una verdad es evidente: no hemos sido derrotados. Con entereza, el pueblo de Cuba prosigue en su empeño de construir un país mejor. A los que creen que a golpe de destrucción y vidas segadas nos harán claudicar les espera, ya lo hemos demostrado, una segura frustración.
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