“La lucha por una causa justa siempre vale la pena, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables. No debemos temer al sacrificio ni a la dificultad, porque al final del camino encontraremos la satisfacción de hacer del mundo un lugar más humano y solidario”, afirmó Manuel Fermín Castillo Guerrero al recordar sus años de lucha en la Sierra Maestra.
El Gori, apodado así por el Che, tiene 92 años y vive en Las Guásimas, un pequeño pueblo a las afueras de La Habana. Todos los días se levanta temprano para buscar el pan y luego conversa con sus amigos en el parque de la zona. Detesta quedarse encerrado en la casa. Asegura ser un hombre que está fuerte y lleno de vitalidad.
Camina despacio y habla en voz baja. Su mirada perdida denota la profundidad de sus recuerdos. La luz del día crea destellos dorados en su rostro arrugado. Reconoce que ya tiene sus lagunas producto de la vejez, pero trata de siempre ejercitar la memoria.
La familia es lo más valioso para él. Lleva 60 años casado con su esposa y juntos han formado una familia numerosa. Alega que es un honor llegar a viejo rodeado de tanto cariño. Entre los hijos, nietos y bisnietos, Gori es un afortunado de la vida.
“Cada arruga de mi cara esconde una historia de lucha”, dice mientras ríe a carcajadas. Confiesa ser uno de los últimos testigos de una era que marcó la historia de Cuba. Las fotos en blanco y negro que están ubicadas en la sala atestiguan su pasado como combatiente en la columna del Che.
--¿Qué lo motivó a usted a unirse a la lucha armada?
“Mis padres tuvieron diez hijos, entre hembras y varones. Los tiempos de antes no eran como ahora y realmente pasamos unas crisis muy duras. Mis hermanos estaban llenos de parásitos. Sus vientres parecían un globo inflado. Nuestra casa era de guano y cada vez que llovía se mojaba más adentro que afuera. Pero lo peor era el hambre. Teníamos un estado de desnutrición severo.
Un día me encontré con Mirosel, un primo mío que se había alzado en la Sierra. Él permitió que yo y mi hermano Gioverti pudiéramos tener una entrevista con Fidel Castro. Así fue como nos integramos a la lucha armada.”
--¿Qué tareas le asignaron cuando se unió a la lucha en la Sierra?
“Nuestro objetivo principal era realizar sabotajes que perjudicaran económicamente a los yanquis. Quemamos campos de caña y plantaciones de otros cultivos. Más adelante, también me asignaron la tarea de capturar a los criminales de la dictadura de Fulgencio Batista para llevarlos a juicio.”
--¿Los juicios eran justos y transparentes?
“Pues sí, todo era justo. Había que estar muy claro de lo que informabas, porque después nos realizaban una entrevista para dar constancia de los acontecimientos. En caso de que alguno de nosotros dijéramos una mentira en contra del acusado, éramos expulsados de la guerra.”
--¿Cuál fue el momento más difícil que vivió durante la lucha en la Sierra?
“Hubo muchos momentos complicados. En la ciudad de Manzanillo, bastante lejos de la civilización, un ciclón entró al país. Recuerdo que el Che dijo con un tono de voz fuerte: ‘De aquí hay que salir vivos, porque tenemos que seguir la lucha’. Logramos sobrevivir, aunque fue una experiencia bastante desagradable.
En otra ocasión, mientras estábamos en Las Villas, unos oficiales de la dictadura nos persiguieron. En mi instinto de supervivencia me lancé en un campo de marabú. Al caer me clavé un trozo de marabú en el ojo izquierdo. Sentía como la sangre recorría mi rostro. Corrí hasta llegar a la casa de unos campesinos que vivían cerca de la zona. Tenía mucho miedo de quedarme ciego o de perder el ojo. Por suerte sanó bastante bien la herida. Mi vista es algo que nunca quiero perder.”
--¿Cómo era la vida en la Sierra?
“Muy dura. Pasamos mucha hambre. Imagínate que durante la invasión de Las Villas, que duró 48 días, comimos solo en 22 ocasiones.”
--¿Entonces, el resto de los días no comían ni un pan?
“Pues no, era en blanco. Teníamos una debilidad tremenda. Eso sin contar el calor sofocante.”
--¿En su columna tuvieron alguna pérdida humana?
“Durante una emboscada nos mataron a un muchacho. Era un niño, solo tenía 16 años. Le pegaron un tiro en el estómago. Todavía recuerdo sus gritos de agonía. Me agarró el brazo y me pidió que lo matara, que ya no aguantaba el dolor. Mientras lo trataba de calmar murió en mis brazos. Es algo que nunca voy a olvidar.”
--¿Cómo era su relación con el Che?
“Una de las cosas que le agradezco fue que me enseñó a fumar buen tabaco. Él era un tipo chévere. Le encantaba como colaba el café. Cada vez que hacía, venía corriendo y decía: ‘Vengo a tomar el mejor café que hacen en la Sierra’.”
--¿Y por qué lo apodó “El Gori”?
“Un día, mientras realizábamos un recorrido por Granma, yo me tropecé con un tronco y me corté con una botella rota que había en el suelo. Inmediatamente él fue y me curó la herida. Dice que tenía cara de ruso llorón y por eso me puso Gori. Es un apodo que se quedó para siempre, aunque que caro me salió. Yo terminé la guerra hecho un desastre.”
--¿Por qué usted no quiso pertenecer a la FAR?
“No era de mi interés. Mi objetivo era estudiar. Yo era analfabeto y quería ser alguien en la vida. Así fue como me convertí en agrónomo, aunque las Fuerzas Armadas siempre me atienden. Por ser combatiente he recibido muchas condecoraciones y medallas que guardo con mucho orgullo.”
--Si tuvieras la posibilidad de decirle unas palabras a ese Gori que combatió en la Sierra, ¿qué le dirías?
“No te rindas, tú puedes.”
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