A su entrada y salida del estadio, son cada vez más los aficionados que los elogian y les piden fotos. Estos muchachos de Cuba han jugado con un corazón más grande que ellos mismos y no solo aseguraron su cupo para el Mundial sub-15, sino que ahora mismo son los favoritos de muchos para la medalla de oro.
Empezaron en el campeonato panamericano tímidos, amarrados, más de la mitad de ellos jamás habían salido de Cuba y muchos habían jugado en un campo como el José Bernardo Pérez de Valencia, sede de los Navegantes de Magallanes en la liga profesional de Venezuela.
Ganaron el primer partido en ocho entradas, una más de las que se juegan en esta categoría, ante un adversario que en el papel lucía menor, pero se creció a la hora buena y exigió el extra de los chicos de la Isla.
Al día siguiente estuvieron delante en el marcador durante cinco innings, incluso su abridor, Robier Hernández Navarro, sacó 15 outs sin que nadie le llegara a la inicial, pero los boricuas, invictos hasta su penúltima fecha, remontaron en el sexto y no dejaron que lo que hasta ahora ha sido la mejor apertura en todo el campeonato se concretara en éxito.
Después volvieron a venir de abajo para doblegar a los anfitriones en un choque jugado por muchos por primera vez bajo la luz artificial. Al día siguiente apalearon a República Dominicana (12-2), aunque el marcador no lo dice todo: durante la primera mitad del duelo, los dominicanos estuvieron delante por 1-0.
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Y llegó el cierre de su actuación en la fase regular ante Panamá. Ambos equipos llegaron a su último partido con idéntico balance de 3-1 y con el tique mundialista en las manos, pero se entregaron durante los extenuantes siete capítulos.
Ninguno puso a sus mejores pícheres, reservándolos para el juego del viernes. Fue un choque para medirse y calibrarse, mucho ojo de un lado y del otro. Y mientras los técnicos se estudiaban, los muchachos se cayeron, literalmente, a batazos.
Palos de un lado y palos del otro. Racimos de carreras de una banda y racimos de la otra, y un lanzador detrás del otro por ambos conjuntos.
Se remontaban mutuamente, hasta que llegó el séptimo. Los istmeños con una de ventaja (12-11) y Cuba era home club.
Duniersky Ferrán entregó el primer out, Sergian Pérez falló en elevado al medio del campo; pero en el banco de Cuba nadie se daba por perdido. Subió el volumen del «vamos, muchachos, hay que remontar, hay que ganar». Los compatriotas en las gradas, que no eran pocos, también hicieron lo suyo.
Solo viéndolo lo creía, a un out de perder y había un optimismo absoluto. Maikol Rodriguez pegó su cuarto jit de la tarde; Alejandro Cruz, el líder en imparables de la justa, su segundo y décimo en total, y entonces llegó el rejuego táctico.
Panamá cambió experiencia por paciencia y le salió mal. Mandó al capitán Alejandro Prieto, único con tres convocatorias nacionales, para primera por boleto intencional, y su sucesor en el lineup, el granmense Roberto Peña, con siete bases por bolas tomadas, consiguió la octava, que sirvió para emparejar la pizarra y además compartir el liderazgo de más veces embasado por esa vía.
Para entonces, el banco de los cubanitos era una fiesta consumada. Nadie dudaba que la carrera 13 iba a entrar, y el pícher panameño, desconcertado, no encontró más la zona de strike por mucho que el árbitro principal lo ayudó cantándole un envío malo.
Y así, de caballito, Cuba dejó al campo a los canaleros. Con esa mística que ha hecho a este grupo una guerrilla a la que le falta juego, pero no convicción. Salen a batearle lo mismo a un serpentinero de 90 millas, que a uno de menos velocidad, pero con buena localización de sus picheos.
Cuando están debajo en la pizarra parecen fieras, pero muy concentrados en su turno, buscando empujar la bola o coger un boleto. Juegan de manera lineal, par de veces, con dos outs han logrado las vueltas clave.
Todavía no saben cuál será su rival el viernes en la semifinal. Sin embargo, ellos no están preocupados, más bien son los demás quienes están sacando sus cuentas para evitarlos.
Este equipo, que durante su preparación tuvo más de un inconveniente, ha mostrado que cuando entre todos sostienen un corazón más grande que ellos mismos, no hay imposibles.
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