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lunes, 18 de noviembre de 2024

María Caridad Colón: ¿Jabalinista de chocolate?

La primera mujer campeona olímpica de América sigue siendo tan campechana como sus raíces para contar anécdotas increíbles que vivió en el mundo del atletismo...

Joel García León en Exclusivo 02/07/2013
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María Cardidad Colón
María Caridad Colón campeona olímpica en Moscú 1980.

Baracoa y Moscú son dos ciudades inseparables en la vida de María Caridad Colón, aunque por diferentes razones.

En la conocida ciudad primada de Cuba nació en 1958 y, como casi todos los niños de la zona, prefería en los ratos libres bañarse en el río y en la playa. Cerca de la Torre Colonial, en el centro del pueblo, la hija de la maestra rural Auria Ruenes, creció viciada con el chocolate baracoense “el más rico del mundo”, que aún bebe con leche o en batidos y come en los sabrosos Peters.

Si cualquier visitante pregunta dónde queda la casa de “Cariño” recibe respuesta de inmediato: allí, y le señalan el hogar donde vivió María Caridad por casi tres décadas antes de partir definitivamente hacia La Habana.

A la capital rusa arribó con 22 años y la ambición de acceder a la final olímpica. El 29 de julio de 1980, y en medio de un dolor lumbar consiguió, más que rozar el Olimpo, entrar en él. Lo abrazó con el título. De semidesconocida pasó a ser la primera campeona olímpica de Latinoamérica y adicionalmente la primera de raza negra en alcanzar tal mérito en un evento de lanzamiento del campo y pista.

“Quiero decirte que no doy muchas entrevistas, a pesar de reconocer que la fama me la han dado los periodistas”, comienza diciendo esta mujer con una ráfaga de sinceridad campechana que lejos de asustar invita a una conversación diferente, a descubrir cosas nuevas en su rica vida. Y para ello lanzamos nosotros las jabalinas de preguntas.

—¿Biznieta de un mambí que ayudó a José Martí?

—Eso lo saben pocas personas, pero así es. Mi abuela materna me contó que su padre Félix Ruenes recibió a Martí en Playitas cuando desembarcó para la Guerra de 1895. En el Diario de Campaña Martí habla sobre él y eso es algo sagrado para toda la familia, en especial para los que hemos podido representar humildemente a este país por el mundo.

—¿Atletismo por bañarte en un río?

—Había incursionado en tenis de mesa en un área especial cuando estaba en sexto grado. Luego en la beca preguntaron quién quería hacer atletismo y me apunté, pero no porque estaba interesada en algo específico, sino porque los de ese deporte iban a bañarse al río, y eso era lo que disfrutaba.

“Participé en los Juegos Provinciales de Montaña y después en los del llano. También estuve en los Juegos Escolares, en los cuales competimos por equipos en varias modalidades: salto, lanzamientos y carreras. De ahí fui seleccionada para la EIDE de Santiago de Cuba, donde el entrenador Miguel Ángel Jústiz dijo que iría para el área de lanzamiento. Te digo la verdad, si hubieran dicho que iba para salto también hubiera ido”.

—¿Por qué te obsesionas con la técnica de la jabalina?

—La primera jabalina que tuve en mis manos fue de madera, en Baracoa. No me costó trabajo aprender la técnica y lo de la obsesión es verdad, pero pensaba que todo no puede lograrse con talento natural, deseos de llegar y voluntad. Leía muchas revistas de atletismo e imitaba a la alemana Ruth Fuchs, considerada la mejor jabalinista del siglo pasado.

“Mi paradigma entonces era Enrique Figuerola, primer medallista olímpico de la Revolución, y en el mundo esa alemana que te mencioné. Quería llegar adonde ellos habían llegado, y para eso había que perfeccionar la técnica. El que era entrenador de Osleidis, Dionisio Quintana, siempre estaba dándome consejos porque los dos veníamos de Oriente y representábamos al mismo equipo”.

—¿Ser dueña de América abrió las puertas del Olimpo?

—Es cierto que gané los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1978 y los Panamericanos del año siguiente, pero eso no significaba que podría hacerlo en los Juegos Olímpicos de Moscú. La gira europea de ese año resultó favorable y entonces pensé paso por paso. Clasificar para la final olímpica; luego quedar entre las cinco primeras; y por último, luchar una medalla. Y la estrategia se complicó por la lesión.

—Por eso le pusiste con todo al primer envío.

—Cuando calentaba yo preparaba el músculo y la mente. La lesión se produjo en una competencia previa en Suecia, y se trataba de un dolor lumbar muy característico en el lado izquierdo. El doctor Álvarez Cambras me infiltró el día antes de la clasificatoria y horas antes de la final. Eso era como una anestesia que se te iba al rato. Tras calentar los músculos renuncié al tiro de calentamiento en la preliminar y sólo hice uno oficial, válido para incluirme en la final.

“El día de la discusión de medallas hice lo mismo. Y tuve que darlo todo en el primer lanzamiento porque sabía que después podía arreciar el dolor. Te digo más, estaba deseosa de que hubieran sobrepasado esa marca para probarme, pero nadie lo hizo”.

—¿Qué pasó después en el primer campeonato mundial de 1983?

—El octavo puesto no es justificación porque estaba para medallas en ese evento. Sin embargo, la lluvia y el frío me hicieron un daño tremendo. La campeona mundial no era ni siquiera la favorita, pero así es la vida. Antes había ganado el oro en los Juegos Centroamericanos de 1982 y los Juegos Panamericanos de 1983. Me sentía muy bien, sin problemas de ningún tipo, solo que el clima jugó una mala pasada.

—Consideraste injusta la decisión de no competir en los Juegos Panamericanos de 1991, en La Habana. ¿Cambió tu vida o fue el paso esperado para el retiro?

—El dolor más grande fue porque tuve la oportunidad de hacer el equipo y la comisión nacional del atletismo entendió todo lo contrario. No fui a la gira europea de ese año para entrenar duro en Cuba y gané el prepanamericano en el Estadio Olímpico. Algunos me aconsejaron que protestara esa decisión, que era campeona olímpica, pero no sirvo para eso. Jamás viví de ese oro y siempre me eliminé con las compañeras del equipo, quienes al final eran las rivales de más cuidado, incluso en eventos internacionales.

“Y perdí así un sueño que tenía desde los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1982 en La Habana, darle a la gente en tu propia tierra el oro panamericano. No era el paso esperado al retiro, pero no me repuse jamás de aquella injusticia”.

—Hay dos personas especiales en tu carrera deportiva, tu madre y tu hijo

—Mi madre nunca fue a una competencia, pero siempre me apoyó. Ella decía que no iba porque no soportaría verme perder. Cuando el oro olímpico de Moscú botó todo el arroz que estaba cocinando y sólo siguió la competencia por lo que les decían los vecinos.

“Con mi hijo Ángel Ruslán sucedió algo inusual. Quería que fuera jabalinista y le traía las jabalinas pequeñitas. Empezó a practicarla, pero le encantaba estudiar y era buen dibujante. En estos momentos es diseñador y no lo que hubiera deseado su madre. Debo hablar también de mi padre, que disfrutaba muchos mis actuaciones y organizó un pequeño carnaval en Baracoa en 1980.

—¿A partir de haber ocupado la dirección de Recreación del INDER, podríamos pensar en una mujer al frente del organismo deportivo cubano alguna vez?

—Antes de ocupar esa responsabilidad era profesora del Instituto de Cultura Física, y lo asumí porque la Revolución me lo pidió. Soy defensora de los derechos de la mujer y pienso que es posible tener una titular del deporte en Cuba algún día. En ese puesto aprendí de muchos compañeros y me tocó una etapa difícil con falta de recursos. No hice todo lo que quería, pero la intención fue hacerlo siempre mejor.

—¿Cómo es esa relación especial con Fidel?

—Con el Comandante tengo una anécdota especial. En 1978 gané el trofeo de novato y al premiarme me dijo: “todos llegan lejos en los juveniles, pero cuando pasan a mayores…”. Sin triunfalismo, pero desafiante le contesté: “yo voy a llegar más lejos”. Y eso te lo cuento porque me da la satisfacción de haber cumplido conmigo. En los últimos tiempos no hemos podido conversar mucho sobre el chocolate de Baracoa, como le gustaba hacerlo conmigo.

—¿Jabalinista de chocolate?

—Si tú lo dices, lo soy. Pero mejor, baracoense y cubana.


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Joel García León


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