Una judoca cubana que ostenta todos los títulos disputados de su deporte cuenta, revela, conversa sobre ella misma con el hilo conductor de cómo una frustrada bailarina devino campeona mundial y olímpica. Es Legna Verdecia, madre de dos niños y orgullo de mujer para su familia, amigos, seguidores, en fin, para su pueblo.
Aquel 29 de octubre de 1972 la familia Verdecia Rodríguez estaba agitada. El padre había decidido cómo se llamaría su segunda hija. Legna, lectura a la inversa de la palabra ángel, y nombre de una pequeña que él conoció en su primer trabajo, en Santiago de Cuba. Gritos y llantos sacudieron entonces a Manzanillo. La intranquilidad de la recién nacida dejó escapar, a uno de los presentes en la casa, el aventurado juicio de que daría quehacer en el arte o el deporte. ¡Y esta es la realidad!
“Era muy activa y no me cansaba nada. Ya en la primaria, lo mismo practicaba voleibol que baloncesto y no perdía tiempo para apuntarme en cualquier actividad cultural. Fíjate si tanto es así que a los 8 años fui a hacer una prueba para matricular en ballet. De las tres que fuimos resulté la única desaprobada y aunque parcialmente me convencieron por lo de la baja estatura, no apagaron mi ímpetu de bailadora, que mantengo de por vida. Algún día lo podré demostrar sobre el escenario. Bailar, bailar, bailar…”.
Con el respeto a la vocación, algún que otro regaño fuerte de su mamá por majaderías de adolescente; y la compasión y defensa paterna cuando eso ocurría, creció la joven en la llamada ciudad de los parques de Cuba, Holguín, a donde arribó sin haber cumplido los dos años. ¡Y llegó el judo!
“Muy parecido a lo del ballet empecé el judo. Por embullo me apunté y el día que tenía que presentarme para las pruebas por poco llego tarde. Jamás lo había practicado. No sabía nada. Sin embargo, esa vez ocurrió lo contrario al ballet. De las tres apuntadas, sólo me seleccionaron a mí. Comencé y mis padres no se opusieron.
”A los dos meses de entrenamiento me fracturé la clavícula y no dije nada en la casa, pues mantuve en secreto el reposo del brazo, aunque fregaba, limpiaba y lo hacía todo normal. Cuando me llevaron al médico ya casi estaba sellada la fractura. Fue el primer aviso serio de lo que me esperaba sí quería dedicarme en serio al deporte”.
El ascenso rápido y coronado a planos estelares sorprendió a algunos, pero convencía a los entrenadores y frenaba en seco a rivales nacionales y mundiales. La primera medalla de su carrera en 1985, el arribo en septiembre de 1987 al equipo nacional, la dorada mundial juvenil de 1990, el título de mayores en 1993, la capitanía de la selección femenina de judo por ocho largos años, entre otros hechos, hablan de cómo pudo empinarse esta holguinera desde su diminuta estatura. ¡Y creció la fama!
“Sí, me gusta la fama, con todos los inconvenientes que tiene. El pueblo reconoce el esfuerzo que tú realizas y te sientes parte de él con la modesta contribución de tus medallas o resultados. Es además muy estimulante que los niños te pidan autógrafos en cualquier parte del mundo, Francia, Japón, España o Cuba y hasta te hagan perder tiempo cuando más apurada estás, solo para saludarte.
“Un hombre de unos 50 años, después de los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, averiguó dónde vivía y me esperó en la puerta de la casa para regalarme un poema de su inspiración por el título que había ganado, y un pequeño ramo de flores. Pidió leérmelo y luego me dio ambas cosas. Esa ha sido de las cosas más felices en mi carrera, aunque puede parecer lo más simple del mundo frente a tantas medallas y reconocimientos”.
Cargas intensas y diarias en los entrenamientos, meses alejada de su esposo, su familia y su país, privaciones personales, disciplina férrea y sueños postergados son huellas en los deportistas pocas veces tomadas en cuenta y en ocasiones, desconocidas por el público. ¡Y no son perfectos, son humanos!
“Cuando pasaba más de tres meses de gira en el exterior el gorrión me cogía en algún momento. A veces lloraba, escuchaba música cubana o salía a caminar para darme ánimos, pero extrañaba mucho. Incluso, al principio de mi carrera resistía más fácil tanto tiempo en el exterior que en los finales.
”Los planes personales se iban postergando y muchas veces pasaba casi un año entero sin poder visitar a mi familia en Holguín. El matrimonio también se pudo haber afectado, aunque en mi caso hubo más comprensión porque él también fue atleta y era entrenador del equipo femenino de judo.
”Pero ya todo eso pasó. Después del campeonato mundial de Múnich, en el 2001, decidí ser madre, aunque sin anunciar un retiro oficial. En mayo del 2002 nació mi primer hijo, Javier —como su padre—, y aunque después seguí entrenando un poco la idea no era regresar a las competencias, sino mantenerme en forma. En diciembre del 2005 nació Heylen, una niña que adoro con locura. No, no parí sobre el tatami, pero razón y ganas no me faltaron. (risas)”.
Su tendencia a engordar la llevó a rigurosas dietas, y hasta hacer alguna que otra locura horas antes de salir a competir. Aquella menudita judoca de apenas 52 kilogramos anda en la actualidad por casi 70 kilogramos. ¡Y ya puede comer de todo!
“Siempre tuve problemas para cumplir el peso de la división (52 kilogramos) y por tanto, el esfuerzo y el sacrificio fueron doble en todos esos años. En una ocasión, previo a una competencia europea estuve tres días casi sin ingerir alimentos, sólo me enjuagaba la boca con agua para no aumentar ni un gramo, pues el pesaje es estricto y puedes perder toda la preparación hecha sin subir a combatir.
”Otra vez en París, la piel se me resecó. No bajaba de los 49 kg ni corriendo pistas dos veces al día. El “profe” Veitía decidió subirme a la categoría superior —mi primera división fue 48 kilogramos—, pero al poco tiempo se repetía la historia, tal y como te conté. El chocolate, los dulces y los helados estuvieron prohibidos para mi unos cuantos años. ¡Qué sufrimiento!”.
Franca, sencilla, cordial, con la risa y la alegría como compañeras sempiternas, Legna es de las mujeres que siempre está dispuesta a hablar, escuchar y compartir con los que se lo pidan, aun cuando sean las encarnizadas y muchas veces vanidosas adversarias. ¡Y gana otra medalla de oro!
“En sentido general me llevé bien con todas las contrarias, pero siempre después que se acababan las competencias. Durante el transcurso del torneo éramos contrincantes y la amistad se resumía en ganar o perder.
”Claro, verme alegre en todo momento y fanática a la música y el baile ayuda a las buenas relaciones. En Cuba comparto mucho con las amistades y me encanta ir a la playa, a las discotecas y —ya con libertad— comer dulces y chocolate. Cocino con gusto y según mis invitados, el arroz amarillo con pollo es el plato más delicioso que preparo.
”Soy bastante organizada —diría en extremo— y mi memoria funciona a las mil maravillas. Siempre recibí muchos consejos, sobre todo del profe, de mi esposo y de las propias compañeras de equipo. La responsabilidad de capitana también me permitió dar otros tantos y aprender de cada una de ellas”.
Pieza clave en los premios y la madurez como mujer de esta joven judoca de apenas 1,52 de tamaño es el carismático Ronaldo Veitía, “el profe”. Una de las frases que más gusta repetir a sus muchachas sentencia: La modestia hace crecer flores, la inmodestia come virtudes. ¡Y qué flor más crecidita esta!“Prefiero ilustrar lo que significa el profe en mi carrera con dos ejemplos. En los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 quedé en quinto lugar y me castigó. Perdí la condición de capitana y dudé hasta seguir en el judo. Conversó duro conmigo y me dijo que respetaba las decisiones personales, pero que el pueblo no iba a perdonar tal actitud. El año siguiente le dio la razón. Gané el título mundial de mayores, salí elegida la mejor deportista de Cuba y retorné a la capitanía.
”Otro momento importante fue en 1998, en el torneo Word Máster de Alemania. Discutía el oro con una local cuando me luxé el dedo pulgar de la mano izquierda. Se me metió para adentro completo y era una bola lo que tenía en la mano. El árbitro no permitió que subiera el médico porque quería favorecer a la alemana. Miré al profe y me dijo “aprieta y pa´lante que tú eres la mejor del mundo”. Aquello me dio una fuerza tremenda y gané el combate en esas condiciones. Cuando terminé, me le abracé llorando. La zona del dedo estaba caliente, como anestesiada. Entre el masajista y el doctor me estiraron el dedo y lo pusieron en su lugar.
”Todo el tiempo que duró eso permanecí abrazada a él y sentí que él sufría a la par mía. Estuve 21 días con yeso puesto, pero no dejé de entrenar. Al otro día de retirado el yeso competí en Italia y gané. Nos volvimos a abrazar y me pareció verlo llorar... ”.
Admiradora de otras grandes estrellas del deporte cubano como Mireya Luis, Félix Savón e Iván Pedroso, así como de la formidable japonesa Ryoko Tamura, la tercera monarca olímpica del judo cubano es autocrítica cuando se le pide mencionar sus defectos, y defensora de la belleza de la mujer practicante de los deportes de combate. ¡Y brilla con luz propia!
“Soy un poco celosa, caprichosa y algo torpe, o mejor, descuidada con los útiles de cocina. A cada rato rompo platos y vasos y mi esposo me critica por eso constantemente. He ido mejorando e intento ser modelo de esposa en ese aspecto.
”El criterio de que las judocas, por lo general, son toscas es falso y estrecho. Nos conmueven y agradan enormemente, como a cualquier mujer, las flores, las caricias, los poemas y los besos dados con sinceridad, ternura y amor.
”Como no puedo evitar ni limitar lo que siento, tengo que reafirmarte el principio de esta historia. A los ippones , los wazari y al judo, le debo lo que soy, pero si volviera a nacer pediría un poco más de talla para bailar, bailar y bailar...”.
Y aunque sea sobre el tatami, Legna bailará de por vida. Se lo ha ganado.
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