En apenas unas horas los británicos han visto saltar por los aires a un díscolo primer ministro y asumido el deceso de la longeva reina Isabel II, en una inusual noria de permutaciones simultáneas de poder en un mismo y reducido espacio geográfico.
En efecto, primero fue la sustitución del ex jefe de gobierno Boris Johnson por su responsable de relaciones exteriores Liz Truss, y casi de inmediato ocurrió el fallecimiento de la nonagenaria monarca y el ascenso al trono de su hijo de 73 años de edad, el hoy rey Carlos III.
Desde luego, estos movimientos no pasan por alto para los analistas, mucho menos porque en los últimos tiempos Gran Bretaña ha sido proclive a asumir un papel global apegado endemasía a los Estados Unidos, como si –según un comentarista- con esa alianza tratase de recuperar al menos una parte de las glorias imperiales ya lejanas.
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Y no son pocos los lances por venir. Medios de prensa como HispanTV, La Jornada, y varias agencias de prensa europeas, reseñan, por ejemplo, que el nuevo monarca llega al trono con un expediente ensombrecido por “varios escándalos personales”, y en medio de la virtual decadencia de la influencia externa de la corona. Tal vez de ahí su pronunciamiento inicial de “seguir la ruta” de Isabel II, que procuró a lo largo de varios decenios mantener la influencia y la presencia de la monarquía sobre sus ex colonias a través de un Commonwealth o Mancomunidad de Naciones “seriamente resentido”, al decir de analistas.
De hecho, apuntan las fuentes ya citadas, “cuando Isabel II llegó al trono en 1952, era la autoridad de 32 naciones. Pero, al día de hoy, la monarquía británica solo reina en 15 Estados, incluidos Australia y Canadá.”
No obstante, en estos dos últimos gana terreno la idea de una separación, en tanto en el Caribe de habla inglesa Barbados ya rompió su concordato con Londres, y otros países de la cuenca parecen proclives a seguir ese ejemplo.
Mientras, en materia gubernamental, al decir de la publicación rusa Sputnik, la nueva primera ministra Liz Truss parece inclinarse por cambios económicos internos “con antecedentes en las prácticas neoliberales de la ex jefa de gobierno Margaret Thatcher hace más de cuarenta años”, al tiempo que en materia externa pretende fortalecer aún más el involucramiento británico favorable al hegemonismo global norteamericano, arreciar el conflicto en Ucrania con más apoyo político, financiero y militar a las autoridades de Kiev, y “enfrentar” a todos los niveles la pretendida “amenaza rusa” contra Occidente y la OTAN.
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