Para los observadores no deja de ser sospechoso que los Estados Unidos, luego de largos años de ocupación militar en Iraq a cuenta de poner fin a un “régimen terrorista”, lo piense tanto para echarles una mano a los personajes políticos con los que sustituyó al “demonio de Saddam Hussein”.
Y con más razón cuando, quienes han puesto en jaque al gobierno del primer ministro Nuri Al Maliki, son precisamente integrantes del titulado Estado Islámico de Iraq y el Levante, EIIL, una confesa rama de extremistas y fanáticos sunitas ligados a Al Qaeda.
De manera que si la “lógica antiterrorista” Made in USA que motivó las invasiones a Afganistán e Iraq funcionara como debiera, Washington a estas horas estaría movilizando a una nueva “colación” occidental para poner fin con todos sus medios bélicos a las aspiraciones yihadistas de establecer sus fueros en buena parte del Oriente Medio… a menos que los intereses terroristas e imperiales coincidiesen de manera oportunista, como ha sucedido más de una vez en la historia reciente.
Y ello nos remite a los planes de guerra mesoriental que el Pentágono había trazado con sumo adelanto como parte de la ínfula hegemonista global que comenzó a enseñorearse a partir del “triunfo del capitalismo” con el descalabro de la Unión Soviética, y que se hizo candente y explosiva práctica después de los controvertidos atentados del 11 de septiembre de 2001.
Resulta que para los halcones norteamericanos, un Iraq maniatado debía ser repartido en tres parcelas confesionales (kurdos, sunitas y chiitas) en constante pugna interna, en aras de establecer pragmáticas y pancistas alianzas con cada una de ellas, y extender ese caótico diagrama al resto de los países mesorientales, nada simpáticos a los Estados Unidos.
Un objetivo también prioritario de esa “partición” radicaba en resquebrajar aún más el frente árabe ante el Israel sionista, de manera que hoy no es extraño que Tel Aviv, por ejemplo, se vincule a los kurdos que en el norte de Iraq se han hecho con una parte de la riqueza petrolera iraquí, y a la vez asesore y avitualle a las titulada milicias del EIIS, pagadas además por Arabia Saudita, y armadas y entrenadas por personal norteamericano y del resto de Occidente.
En consecuencia, no sorprende tampoco que, recién desembarcado en Bagdad, el secretario norteamericano de estado, John Kerry, pusiera sobre la mesa, no el combate al terrorismo, sino la urgencia de un cambio de gobierno en Iraq, que —dijo— incluya a todas las fuerzas en pugna.
Y si bien —y por aquello de cuidar la imagen— Kerry habló del peligro que supone el extremismo yihadista, para nada se refirió a un papel decisivo de su país en un rincón del mundo donde sembró el caos y la destrucción por más de un decenio.
Traía sin dudas la tarea de reproducir los puntos de vista de Barack Obama, quien no dudó en echar todas las culpas del desastre a Al Maliki y a su testarudez sectaria con relación a quien no fuese chiita.
De manera que lo que viene aconteciendo en suelo iraquí no es precisamente una debacle para los Estados Unidos… por ahora.
El EIIL, ya lo dijimos, ha formado parte por mucho tiempo de las alianzas islámicas extremas con Washington, el sionismo y los estados reaccionarios árabes, y ha tenido en la agresión a Siria un papel belicoso imposible de ocultar, que solo ha sido opacado por las constantes victorias militares de los ejércitos de Bagdad en los últimos tiempos.
¿Y quien quita que el actual lance de los extremistas islámicos en Iraq, que por cierto, dicen haber tomado un paso en la frontera con Siria, no se admita y aplauda por los hegemonistas como una renovada oportunidad de apretar tuercas al “renegado” gobierno del presidente Bashar El Assad, recién electo en comicios generales nacionales y que acaba de anunciar la total eliminación de sus arsenales de armas químicas?
¿Quién puede asegurar que Washington no prefiera desgarrar de una vez a Iraq y volver a probar suerte en Siria a través de un violento aliado circunstancial que, en tanto terrorista, siempre ofrecerá un rótulo más fácil de combatir que cuando se trate de una nación y un gobierno formal y legalmente constituidos?
Lo cierto es que los hegemonistas no suelen hablar ni actuar por gusto, y la madeja Made in USA en el peliagudo asunto iraquí origina un sonado borbotón de suspicacias.
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