El mundo está cambiando… y lo hace no precisamente porque “fuerzas malignas del oriente” intenten “romper las reglas”. Es solo un asunto de mera lógica que, desde luego, no pueden entender ni asumir los que creados, amamantados y designados por la providencia para liderar a las razas inferiores, solo perciben un trono global único, omnímodo, absolutista y absoluto, eso sí, con su propia marca personal.
Lo cierto es que, desde el punto de vista histórico, bien poco les duró la “juerga” luego del derrumbe de la URSS y el campo socialista europeo, y a escasos tres decenios de aquella hecatombe política, la línea del ocaso hegemonista aparece hoy más definida que nunca. Y la culpa, la gran culpa, no es de otros, sino del mismo que busca cortar cabezas y cercenar voluntades en su imposible proyecto de llegar al cetro. Tal vez un poco de humildad y seso hubiese logrado efectos diferentes. Pero la soberbia que ciega y tapona es demasiada y multiplica exponencialmente la irracionalidad.
Así, USA, lejos de colaborar con una Rusia postsoviética y proclive a hablar, negociar y asumir, se dedicó a la vergonzante revancha contra un mal recuerdo ideológico, y con respecto a China, nunca incorporó la tangible realidad de sus grandes potencialidades y creatividad, hasta que un día se detuvo a ojear y se dio cuenta que ya tenía delante dos colosos bilateralmente identificados contra el poder que siempre les menospreció, vilipendió y hostilizó…; se hizo demasiado tarde.
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Y es que no se puede competir con éxito a base de amenazas, desaires y garrotazos contra los ajenos; cuando otros ofrecen respeto, reconocimiento, reciprocidad ventajosa, apoyo y no injerencia como bases en sus lazos externos. ¿Es acaso tan difícil de entender entonces quiénes al final crean los obstáculos y quiénes se logran llevar el pato al agua? Porque aquel que no admite ni analiza, tropieza una y otra vez con la misma piedra hasta que larga los pies…o la mismísima cabeza.
De manera que, en días tan complicados como los atizados en Ucrania contra Rusia —cuando Moscú viene demostrando que, lejos de lo que estimaron sus enemigos, la guerra y su prolongación están siendo más dañinas para los promotores que para los empujados a hacerla—, Washington, lejos de acudir a la prudencia y la sensatez, parece más desbocado que nunca en atizar además peligrosas tensiones con China.
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Es, como apuntaba recientemente la publicación Le Haine, la nada oculta y torpe pretensión de abrir otro frente militar, ahora contra Beijing, con el uso concreto de Taiwán como una suerte de “Ucrania del Lejano Oriente”, donde presuntamente empantanar y desgastar al gigante asiático, aun a pesar de la fallida experiencia contra el Kremlin.
En ambos casos, la máxima es agredir a los dos “enemigos jurados” de esta época a través de la carne de cañón de los socios involucrados directamente en el enfrentamiento, y el riesgo de pasar a mejor vida de los compinches geográficamente más cercanos e inmediatos al conflicto, mientras la Casa Blanca espera en lontananza para recoger presuntos frutos entre los despojos ajenos.
De hecho, esa es la real sustancia de la reciente presentación pública por el secretario de estado norteamericano, Antony Blinken, de la “estrategia oficial norteamericana” para contrarrestar a China, a quien se vuelve a definir textualmente como “el desafío más serio a largo plazo para el orden internacional”, puesto que se trata del “único país que tiene la intención de remodelar el mundo” y cuenta “cada vez más con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”.
Un programa que, por demás, Joe Biden se dedicó a instrumentar durante su reciente visita al caldeado entorno Asia-Pacífico, donde pretendió amarrar todos los cabos posibles para sumar adeptos a la gran cruzada antichina, y de paso darse el lujo de algún que otro senil desliz, como cuando proclamó que “los Estados Unidos no dudará en ir a la guerra si China ataca a Taiwán” para, luego de advertido por sus asesores, retractarse entre titubeos de semejante “exceso de euforia”.
Visiones y propósitos, en fin, totalmente descolocados de la realidad, y que más que pasos trascendentes tienen el inconfundible sesgo de las vanas ilusiones… El tiempo con su inexorable paso seguramente lo hará evidente, si antes un arrebato de locura hegemonista no nos hunde como especie en el infierno nuclear.
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