Lo decía con total desparpajo años atrás un alto funcionario de la administración del primer ministro británico Anthony Blair: “Debemos acostumbrarnos al doble rasero en las relaciones internacionales”.
En consecuencia, la medida de cómo actuar, qué demandar, en qué ceder y qué conquistar en toda negociación externa donde aparezcan los poderosos como interlocutores no tendrá más tendencia que la de hacer prevalecer sus criterios y sus intereses. Lo demás, literalmente sobra.
Y en altísimo grado es lo que se viene presenciando en el caso de Siria. Con todo, un plan de arreglo al diferendo local ha visto la luz al concierto del ex secretario general de la ONU Kofi Annan y de naciones interesadas en lograr la calma en tan explosiva zona; sin embago, aun cuando de dientes para afuera Occidente y sus aliados hablan de intentar instrumentarlo, hacen todo lo posible por que esa realidad nunca se materialice.
De hecho, los acuerdos prevén, por ejemplo, un cese del fuego entre el gobierno y los grupos armados desde el exterior, así como el retiro del ejército de las localidades donde tales elementos han actuado con inusitada violencia.
No obstante, las tituladas facciones rebeldes, en las cuales pululan desde agentes e instructores extranjeros hasta terroristas de Al Qaeda, no han sido capaces de dar las más mínimas garantías de que detendrán sus ataques y no irrumpirán de nuevo en sus viejos predios.
Conducta irracional y asimétrica que parece ideal para Washington, el resto de la OTAN, el sionismo y las satrapías árabes, coaligados en la lucha contra Damasco y en aplicar en Siria la receta que puso fin a las autoridades de Trípoli tiempo atrás.
Por otro lado, las críticas y exigencias llueven contra el gobierno sirio por sus campañas militares de defensa, y por las advertencias de que no saldrá de las áreas arrebatadas al enemigo sin garantías de que no serán asaltadas nuevamente.
En pocas palabras, la “paz” de los enemigos de Siria solo pasa por las más absurdas concesiones del país agredido a cambio de nada…sin dudas, un “excelente” patrón de negociación.
Y la sustancia de todo este juego de palabras y actitudes que no conducen a fin alguno, es que el único propósito de los agresores externos resulta defenestrar a las autoridades sirias, y hacer de esa nación otro fantoche regional en materia política y económica, amén de estrechar el cerco sobre las divisorias de Rusia y China, en la gran estrategia imperial por evitar el resurgimiento y la consolidación de nuevas superpotencias globales.
No por gusto Moscú y Beijing, desde sus asientos en el exclusivista Consejo de Seguridad de la ONU, han vetado toda propuesta occidental destinada a agredir y cercar a Damasco, a la vez que se cuentan entre los promotores de cuanta iniciativa de diálogo equilibrado intenta soluciones razonables al conflicto que ha puesto en juego la propia existencia de Siria como nación independiente.
Y si todavía faltaran argumentos para explicar la trayectoria imperial en este asunto, baste citar la reciente visita a Turquía de los congresistas norteamericanos Joe Lieberman y John McCain, este último aspirante además a la candidatura republicana para la presidencia, quienes en medio de la discusión del ya citado plan pacificador de Kofi Annan, no dudaron en enfatizar que la diplomacia nada tiene que hacer en Siria, donde existe una “guerra” en la cual los rebeldes deben gozar de todo el apoyo de Occidente y sus aliados.
El pueblo sirio y los insurgentes -apuntaron finalmente ambos legisladores- “miran a Estados Unidos, que debe dar el ejemplo con Siria”…y todos saben de qué “paradigma” se habla.
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