Creídos de que la “inteligencia” es un atributo solo de “los elegidos por la providencia”, los Estados Unidos llegan otra vez por estos días a extremos insultantes y ridículos cuando pretenden dictarle a Beijing cómo debe asumir y reaccionar frente al conflicto bélico en suelo ucraniano.
La batahola gringa ha sido tal, que hace apenas unas horas el reconocido analista chino Hu Xijin, en comentario aparecido en el diario local en idioma inglés The Global Times, se preguntaba con evidente sorna si Washington ciertamente “se cree Dios” cuando se atreve decirle a China cómo debe actuar con Rusia ante la guerra en Ucrania. Porque, quépale o no en la cabeza a alguien mediamente cuerdo, la Casa Blanca viene cuestionando desde hace rato la valoración oficial china de los acontecimientos provocados por USA y la OTAN en torno a Ucrania, las vías que promueve para intentar darle soluciones negociadas y el rechazo al aislamiento global de Moscú que impulsan los promotores de tan explosivo dislate bélico.
Valga citar, como máxima de la desvergüenza, que la propia señora subsecretaria norteamericana de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland, promotora en vivo y en directo del golpe fascista de 2014 en Kiev y del encumbramiento de las bandas neonazis en los altos estamentos del ejército ucraniano, ha calificado por estas fechas como una “opción inaceptable” la pretendida “neutralidad china” frente a la respuesta militar rusa.
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Mientras, la secretaria estadounidense de Comercio, Gina Raimondo, declaró que Beijing podría ser objeto de sanciones si optase por suministrar a Rusia insumos que “suavicen” el cerco económico, comercial y financiero impuesto por Occidente a raíz del conflicto en Ucrania. Desde luego, poco para asombrarse como reacción casi innata de una potencia prepotente, indecente y fatua cuyos intereses particulares están muy por encima de cualquier consideración y consecuencia, al término de hacerle olvidar la talla de algunos de los interlocutores que tiene delante.
De dicho y de hecho, China no es ni por equivocación de la claque otanista que llega casi al suicidio en masa para no enojar a su socio mayor allende el Atlántico, por tanto, ni admite ni admitirá —lo dicen y reiteran cada día sus dirigentes— que nadie le diga, y mucho menos le imponga, cómo actuar, qué decidir y con quién establecer lazos de colaboración y alianza.
Vale subrayar que si alguna vez en el devenir político internacional existió la posibilidad acariciada por USA de intercalar desavenencias entre Moscú y Beijing, a estas alturas del juego resulta imposible mellar la alianza estratégica de un binomio que Washington ha calificado repetidamente como “el más grande obstáculo” en el intento de ejecutar su agenda hegemonista global.
Y como, al jocoso decir de un admirador del gigante asiático, “más saben los chinos por ser chinos que por otra cosa”, es seguro que las renovadas pretensiones gringas de presionarles quedarán definitivamente en el camino. Lo que no aprenden en Washington es que su indecoroso y marrullero proceder es el que le establece barreras sólidas ante los demás.
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Vale preguntarle entonces a tales cerebros calientes si en verdad creen que Beijing puede ser hoy acosado y embaucado por las demandas y cuestionamientos de una potencia hostil que le rodea militarmente en sus fronteras orientales; que crea pactos bélicos especiales en su contra, como el reciente AUKUS en Pacífico Sur; que fomenta guerras económicas y penalidades para dificultarle su acelerado devenir global; y que pretende reconvertir a Taiwán en un puente agresivo contra el territorio continental, violando su propio compromiso de haber reconocido a esa isla como territorio inalienable de China Popular.
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