El presidente francés, Francoise Hollande, se apresuró a afirmar acerca de las recién ejecutadas negociaciones financieras con Grecia, que “nada habría sido peor que humillar” al país heleno a la hora de considerar el pago de su maratónica deuda externa.
Sin embargo, algunos se preguntan como puede calificarse entonces el hecho de que Atenas haya debido asumir que en lo adelante su política económica tendrá que ser aprobada por los mecanismos externos de usura antes que por el propio parlamento nacional.
O como debe traducirse la exigencia de que, para recibir un nuevo “rescate” de 50 mil millones de euros repartido en tres años, tiene Grecia que poner a la venta (léase privatizar) cientos de activos y bienes públicos, reducir salarios, empleos y pensiones en un nación cuya tasa de desocupación supera el veintisiete por ciento, y endurecer los impuestos sobre el valor agregado, IVA, entre otras draconianas y antipopulares decisiones.
A cambio, la sacrosanta Unión Europea apenas se comprometió a considerar una posible reestructuración del pago de la deuda externa local, pero sin disminuir un solo euro de su estratosférico monto.
En consecuencia, el gobierno del primer ministro Alexis Tsipras ha quedado en total entredicho público al adoptar las brutales decisiones de la UE a apenas horas de celebrado un referendo nacional en el cual 61 por ciento de los votantes dijeron NO a la adopción de las exigencias de esa entidad regional.
El impacto ha sido de tal fuerza entre los analistas, que algunos incluso se empiezan a preguntar si realmente el gobierno del novedoso partido Siryza (liderado por Tsipras), estaba realmente convencido de dar la batalla contra el chantaje externo hasta las últimas consecuencias.
Lo cierto es que el parlamento griego, luego de agrias discusiones y no pocas disensiones y renuncias de funcionarios públicos, optó por tragarse la píldora “unionista” que, para estudiosos como el economista germano Wolfgang Münchau, pone en evidencia "el retorno de Europa a la estructura de poder del siglo XIX y comienzos del XX, en la que los más fuertes doblegaban a su voluntad los más débiles".
Y no se trata de una conclusión sin fundamento, sobre todo cuando se recuerda la mar de presiones y amenazas que provocaron entre los “grandes” de la UE las posiciones discordantes de las nuevas autoridades oficiales griegas, y la dureza extrema de la canciller alemana, Angela Merkel, al impulsar - sin alternativa admisible- una absolutista política de degüello antes que reconocer la más mínima reclamación de Atenas.
En pocas palabras, que nada queda en la práctica de los proclamados principios de cordura y cooperación que deberían regir el comportamiento de la Unión Europea, reducida a estas alturas a un club de privilegiados decisores que anulan y pisotean los criterios y reclamos de los socios menos favorecidos.
Antecedente, como postula el citado Wolfgang Münchau, del descalabro que espera a una entidad que de pretendidamente “europeísta” solo conserva el entorno geográfico donde radica, y el gélido vacío conceptual de un desgastado título.
Para Grecia, mientras tanto, los días por venir auguran no pocos conflictos internos generados por la aplicación de las exigencias externas, aún cuando sus máximas autoridades, comenzado por el propio Tsipras, se esfuercen por indicar que si bien el acuerdo es malo, pudo haber sido peor, y que el país tiene aún oportunidades de salvar la crisis que ahora se prolonga nuevamente.
Lo conclusión del asunto es además desgastante para la esperanzadora imagen que una vez proyectaron las nuevas figuras políticas griegas, y sería poco serio no admitir que aquellos que votaron por un NO al chantaje hace apenas unos días, son hoy pasto de la decepción y de la frustrante percepción de que su criterio no tuvo valor alguno a la hora de la verdad.
Por demás, para las nuevas fuerzas políticas europeas debe quedar claro, a partir de la experiencia helena, la dimensión y las artimañas de un oponente del que no se puede esperar otras cosas que intransigencia y sed de revancha frente a cualquiera que contradiga sus dictados.
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