Parecería que a fuerza de autoproclamarse la “civilización elegida” a escala global, los grupos de poder norteamericanos se han creído en serio aquello de la modorra, la inferioridad y la simpleza de los demás.
Eso y no otra cosa se desprende de las recientes declaraciones de Rose Gottemoeller, subsecretaria norteamericana para el Control de Armas y Seguridad Internacional, quien insistió en que Washington quiere “convencer a Rusia de que el sistema antimisiles es muy limitado y destinado a tareas relacionadas con el Sur y Oriente Medio”, y no apunta contra la seguridad del gigante euroasiático.
Algo así, digamos, como que el buscapleitos más venático del barrio nos coloque una pistola en la cabeza en nuestra propia casa y nos diga que podemos dormir tranquilos, que nada nos amenaza.
Con la agravante de que ese rastacueros mantiene ahítos sus arsenales nucleares y ha sido la única potencia en el orbe en utilizar su poderío atómico contra otra nación.
Si la titulada sombrilla antimisiles se trata, como explican los altos funcionarios estadounidenses, de una protección contra presumibles acciones agresivas de alto vuelo de fanáticos y terroristas, por qué no convertir entonces el programa en una tarea multilateral, dado el interés de todos los gobiernos de atajar cualquier acto criminal de entidades extremistas.
Moscú no se ha negado a cooperar en el establecimiento de una red mundial que detecte y neutralice ataques coheteriles de carácter terrorista. Por el contrario, incentiva esa idea como alternativa al monopolio que persiguen los belicosos sectores imperiales.
Pero, como en medio de sus pretendidas justificaciones y de sus “candorosos” propósitos, Washington se niega a dar garantías de seguridad a Moscú, e insiste en desplazar su escudo antimisiles en Europa y Asia, las potenciales víctimas no tienen otra alternativa que procurar su resguardo.
De hecho, el presidente ruso, Vladímir Putin, indicaba hace unos días que la persistencia de las intenciones agresivas gringas podría desatar una nueva carrera armamentista, ahora en un planeta hundido en una resonante crisis económica, lo que se convierte en un doble crimen.
Por lo pronto, Rusia no ha dejado de trabajar en su defensa, y según noticias frescas, trabaja en una nueva generación de misiles capaces de anular el sistema de aviso que instala el Pentágono.
Se trata de la sustitución del modelo balístico pesado R-36M, actualmente en servicio, por un misil de combustible líquido que ampliaría la carga útil del arma y la haría más veloz y maniobrable. El R-36M, como otros tipos de cohetes rusos de combate, utilizan hoy combustible sólido.
Por su parte, la armada rusa anunció la proyectada entrada en servicio de nuevas naves de combate, entre ellas un portaviones.
Asimismo trabaja en el desarrollo de submarinos no tripulados o drones acuáticos, y en un sistema antiaéreo y antimisiles unificado para toda su flota.
Todo ello, ha dicho Moscú, fortalecerá al país ante las amenazas que supone la instalación de la sombrilla nuclear norteamericana, cuya finalidad íntima es intentar otorgar a Washington la oportunidad de descargar golpes atómicos sin el riesgo de una respuesta similar de los agredidos.
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