Resulta imprudente afirmar que el escenario sudanés está al borde de otra guerra, pero sería ingenuo desechar tal probabilidad, tras los recientes enfrentamientos armados entre dos instrumentos del poder: el Ejército y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF).
Los combates ocurridos en Jartum, la capital, y los despliegues de militares en varias localidades confirman el riesgo que aún corre la seguridad nacional –muy maltrecha- y que la prevista transición hacia la civilidad deberá aguardar “sine die” para concretarse.
Para observadores, las contradicciones que estos meses aumentaron en el seno de la autoridad se asemejan a la sentencia del cántaro que choca –caprichosamente- con la fuente hasta romperse y esto ocurrió: los pedazos de vasija se esparcieron por la urbe.
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Se desconoce hasta dónde afectó la ruptura en la unidad de la élite político-militar, pero es cierto que la ferocidad marcó el ánimo de los contrincantes en los choques que según euronews.com el 15 de abril causaron 27 muertos y cientos de heridos.
No obstante, en sucesos como esos los datos numéricos resultan generalmente inexactos, otros medios refieren cifras mucho mayores: bbc.com informó un día después un centenar de occisos.
Las diferencias entre las dos partes radican esencialmente en el futuro de los paramilitares, cómo se integrarán a las tropas y quiénes deben supervisar esa incorporación, condición medular de la transición.
Nada parece atenuar los antagonismos entre los jefes del Ejército y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), la más sobresaliente milicia, comandados por los generales Abdelfatah al Burhan y Mohamed Hamdan Dagalo, respectivamente.
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En las calles de Jartum se resintió la serenidad, luego que la RFS desplegó hombres y medios de transporte, a lo que la jefatura castrense respondió con una dura advertencia, previa a reprimir con violencia tal insubordinación.
Según comunicó el Ejército, esa movilización fue una "clara violación de la ley" que ocurrió sin el permiso de las fuerzas armadas y apuntó que, de continuar esa situación, las tensiones aumentarán y provocarán la ruptura de la estabilidad en Sudán.
El debate es agrio. Hadam Dagalo (conocido como Hemedti y vicepresidente del Consejo Soberano, que encabeza Al Burhan) acusó a altos cargos castrenses de querer apropiarse de todo el mando, declaración rechazada por el sector castrense.
La lucha por el poder es evidente en Sudán donde los militares gobiernan desde 1989, cuando Al Bashir dio un golpe de Estado que derrocó al gobierno del primer ministro Sadiq el Madih, otra parte de la historia para entender la dinámica sudanesa.
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