Si uno juzga los mermados niveles de información que sobre Siria manejan por estos días los centros mediáticos hegemonistas parecería que de la barbarie belicista, que ya se expande por nueve años a manos de terroristas e invasores extranjeros, apenas quedan rastros que merezcan mencionarse.
Todo hace pensar entonces que se ha tejido una suerte de “cortina de humo” cuyas justificantes serían, en primer término, poner en el más inmediato olvido la paliza que el Ejército nacional sirio, Rusia, Irán y el Hizbulá libanés están propinando a los interesados en destruir aquella nación árabe.
En segundo lugar, intentar transmitir la sensación de que “las cosas están estables”, de manera que el robo por Donald Trump del petróleo sirio y su virtual traición a sus aliados kurdos es parte de la “normalidad”, como lo serían también la presencia en Siria de tropas turcas sin invitación de Damasco, o los crecientes ataques coheteriles de Israel sobre ciudades de aquel país árabe, por cierto, bastante inefectivos dada la cerrada y precisa defensa antimisiles activada por las tropas de Bashar al Asad y sus aliados.
Solo que, a pesar de los pesares y de las maniobras desinformadoras, las realidades sobre el terreno son diferentes en cuanto a su dinámica y —lo peor para los enemigos— no apuntan precisamente a la “intangibilidad de los contextos” que se quiere vender a la opinión pública.
Por estos días las fuentes del otro lado han sido explícitas al describir los importantes avances militares de las tropas sirias contra los remanentes terroristas que todavía operan en la conflictiva zona de Idlib, donde además ha habido importantes encontronazos con los efectivos turcos, quienes pretenden justificar su irrupción ilegal en el vecino país con el argumento de la pretendida salvaguarda de sus fronteras nacionales de los combatientes kurdos que Trump dejó colgados de la brocha luego de utilizarlos contra el Estado Islámico, paradójicamente, una de las “privilegiadas criaturas extremistas” en las nóminas de Washington y Tel Aviv.
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Porque, valga la digresión, resulta que hace pocos días, el jefe de Estado Mayor del ejército sionista, el general Gadi Eizenkot, confirmó con todas las letras y señales que su gobierno ha sido un factor clave en la preparación, entrenamiento y apoyo sostenido al terrorista Estado Islámico, toda vez que —enfatizó— “es más razonable y realista identificar y apoyar a un socio local capaz de ayudar a Israel a lograr sus objetivos estratégicos” que implicar a tropas regulares en el asunto.
Pero volviendo a los frente sirios de combate, las tropas de Damasco y sus aliados suman a sus más inmediatos operativos el hallazgo y ocupación de numerosas fortalezas subterráneas utilizadas por los agresores, la requisa de arsenales de todo tipo “donados” a los extremistas por Washington y sus cómplices, la destrucción de laboratorios para el manejo con fines agresivos de tóxicos químicos, y la paralización de los impunes desplazamientos de efectivos turcos y de los contingentes norteamericanos que Trump convirtió en “salteadores energéticos” con licencia oficial de la Casa Blanca.
Damasco lo ha dicho muchas veces: no habrá armas en silencio mientras la independencia y la integridad nacionales no sean completas… Y viene demostrando día a día que ese pronunciamiento no es vana demagogia ni pura catarsis emocional.
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