Los analistas lo apuntan desde hace rato. La ofensiva militarista de la OTAN a instancias de Washington sobre las fronteras rusas, la demonización mediática de Moscú, y la conversión de Ucrania en punta de lanza occidental, no es para nada una cruzada gringa contra un ogro amenazante y brutal.
En cambio, lo que sí confirma es un marcado acento geopolítico a partir de la obsesión hegemonista de hundir a Rusia y a China como pretendidos grandes rivales globales, a la vez que la reiteración del añejo plan de perpetuar definitivamente a sus “aliados” como material maleable, incompetente, y hasta desechable, incapaz de disputarle escalones en el futuro.
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Y en esa segunda pretensión se inscribe el nada disimulado negocio de trasmutar a Europa en dependiente absoluta de las ventas gringas de gas, y desbancar el medular tráfico de ese combustible que hoy se ejecuta entre el gigante euroasiático y sus vecinos consumidores del oeste.
De hecho, es una tarea de larga data para aquellos figurines políticos norteamericanos que medran en sus altos cargos gracias a los grandes poderes fácticos de monopolios como los dedicados a la fabricación de armamentos o el control de la producción y comercialización de energéticos.
Los Estados Unidos, que según informes, es el mayor proveedor de gas licuado a la Unión Europea, tiene desde hace rato en la mira romper a toda costa el vital suministro de gas natural ruso al Oeste europeo.
En ese sentido han sido significativos su largo bregar contra la construcción y puesta en marcha del ducto Nord Stream 2 entre Alemania y Rusia bajo el pretexto de frenar la “dañina y peligrosa subordinación energética” euro occidental con relación a Moscú, así como el azuzamiento de las tensiones con Ucrania para poner en crisis el trasiego gasífero Este-Oeste.
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¿El final de la historieta? Convertirse en suministrador absoluto de gas a Europa Occidental a altos precios y no menos jugosas ganancias dada la lejanía geográfica y el complicado trasiego marítimo desde el otro lado del Atlántico, asumir una vital arma de presión que Rusia se ha comprometido claramente a no utilizar, y sustraer al gigante euroasiático de un importante e inmediato mercado.
Ni siquiera esa misma Casa Blanca, tan comprometida ella con la “seguridad y estabilidad ucranianas”, vacila en hundir la economía de su nuevo defendido, buena parte de cuyas entradas internacionales dependen del paso del gas ruso por su territorio camino a Europa Occidental.
E, inevitablemente, otra vez resurge el tema de hasta dónde son capaces de llegar ciertos estadistas de Europa en materia de sumisión a Washington.
El cuento de la “peligrosa dependencia” con respecto a Rusia ha llevado a la directiva de la UE a comprometerse con los Estados Unidos en planes multimillonarios de suministros de energéticos desde la primera potencia capitalista, muy esperados y aplaudidos por los que saquearán a sus propios acólitos.
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Mientras, la enfermiza rispidez en el trato hacia Moscú no ayuda en materia de entendimiento y avance del trasiego de un combustible a la mano que cubre más de cuarenta por ciento de la demanda del Oeste del Viejo Continente.
Y como es habitual, los platos rotos lo pagan los consumidores.
Según recientes informaciones, ahora mismo las reservas de gas natural almacenadas en Europa Occidental apenas alcanzan 33 por ciento, mientras que los precios de la gasolina y la electricidad rompen todos los récords históricos.
Como apuntan medios especializados, “el suministro energético del oeste europeo, y muy en especial el alemán, depende en forma decisiva de Rusia.”
“Además, más del 25 por ciento del consumo final de energía en la UE, medido en toneladas equivalentes de petróleo, es asumido por la industria, y ésta resulta clave para la economía de la región”, con lo que puede suponerse lo que una brusca ruptura de la entrada de gas ruso puede acarrear.
Por tanto, la inconsecuencia y la flojera de ciertos gobiernos locales ante sus decisiones externas no equivalen a otra cosa que avalar las desgracias propias, con muy contadas excepciones como la de Austria, que ante la posibilidad de un colapso ha dicho que “nunca abandonará el proyecto del gasoducto Nord Stream 2 por deseo de otros países”.
“Nuestro país -sentenció un comunicado oficial de Viena- tiene contratos de suministro de combustible a largo plazo con Moscú, e incluso en los peores tiempos de la Guerra Fría, Rusia nos proveyó del gas necesario”.
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