Por petición ejecutiva y parlamentaria y exigencia mayoritaria de la población, las tropas norteamericanas y de sus aliados, asentadas en Iraq desde hace 19 años, comenzaron a evacuar algunas de sus muchas bases locales bajo la desconfianza popular y el ojo avizor de la resistencia armada.
En efecto, la demanda a la Casa Blanca del retiro de sus contingentes bélicos se aceleró con especial intensidad luego de que en enero del 2020, por orden del gobierno de Donald Trump, fueran asesinados en Bagdad el teniente general iraní Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de Irán; el subcomandante de las Unidades iraquíes de Movilización Popular, Abu Mahdi al-Muhandis, y varios de sus compañeros de armas, todos artífices de la derrota de los grupos terroristas que, como el titulado Estado Islámico, EI, fueron desplegados con la anuencia gringa en Iraq y Siria para desestabilizar el área a favor de los intereses hegemonistas de factura Made in USA y del sionismo israelí.
Según el gobierno iraquí, y en acuerdo con la Oficina Oval, las fuerzas de ocupación habrán dejado el país para el primer día de 2022, aunque todavía se mantendrán activos grupos de “asesores” que prestarán entrenamiento el ejército nacional.
Hoy, según la agencia local Al Maalomah que cita a Tareq al-Rabiei, experto en asuntos de seguridad, se calculan en 8 mil los efectivos estadounidenses ubicados en numerosas bases a lo largo y ancho de Iraq, junto a 2 mil 400 militares de las “naciones aliadas”, léase fundamentalmente de la OTAN, y un elevado y amplio número de “empleados” de “agencias de seguridad”.
Por demás, otras fuentes aseveran que los Estados Unidos controlan al menos once bases en cinco provincias iraquíes, y últimamente estableció en el país el mayor centro operacional en materia de espionaje en todo el Oriente Medio y Asia Central.
Y aunque, cuando se escriben estas líneas, se habla de la entrega a Iraq de al menos dos de esas instalaciones, las Unidades iraquíes de Movilización Popular no cesan de alertar que toda la parafernalia gringa relativa a la “vuelta a casa” puede ser una mera pantomima, y por tanto tendrá una dura respuesta militar de parte de esa coalición patriótica.
A todo ello se unen las afirmaciones públicas de que, a pesar del anuncio de retirada, los invasores por casi dos décadas pretenden dejar un contingente bélico de al menos mil 500 efectivos en la frontera entre Iraq y Siria para seguir robando petróleo sirio y protegiendo a los terroristas que actúan contra Damasco, al tiempo que sus socios de la OTAN han programado elevar de 500 a 4 mil el número de sus “asesores” en territorio iraquí en estos últimos días del año.
En pocas palabras, todo un entramado de informaciones cruzadas y confusas que establecen serias lagunas y dudas en torno al anuncio básico de una retirada de tropas extranjeras que en realidad podría no ser tan total como se dice o se espera.
Y esa nebulosa es la que justamente mantiene en alerta a los patriotas iraquíes y sus entidades armadas, y les ha llevado a advertir textualmente que los ocupantes norteamericanos que queden en el país deben estar avisados que están en riesgo de volver a los Estados Unidos en bolsas de nylon.
Una muy legítima acción defensiva de una nación que fue derruida, saqueada, desangrada y trozada a capricho diecinueve años atrás por ejércitos hegemonistas extranjeros, con el pretexto de que sus autoridades de entonces poseían inmensos arsenales de “armas de destrucción masiva” que hasta el sol de hoy nadie pudo ocupar ni mostrar jamás.
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