Durante dos días el mundo siguió con atención la agenda del presidente de China, Xi Jinpin, en Rusia. Y razones para ello no faltaban. Pues, más allá de la exaltación que normalmente genera el encuentro entre dos grandes potencias, se trató de la primera visita del líder chino a Moscú desde que esta se enrolara en la contienda armada con Ucrania y, encima, se produjo pocos días después de que la Corte Penal Internacional en La Haya acusara a Vladimir Putin de cometer crímenes de guerra y emitiera una orden de arresto contra él.
Ya en febrero de este mismo año, cuando se cumplía el primer aniversario de iniciadas las hostilidades en Ucrania, Putin recibió a Wang Yi, máximo representante de la diplomacia china, para, entre otras cosas, dejar claro que la relación entre los dos países estaba lejos de verse afectada por la presión de otras naciones.
Así, mientras Putin se jactó de la “envidia” que provocaba en el mundo la complicidad entre su gobierno y el chino, desde Pekín calificaron el contacto como “un viaje de amistad, cooperación y paz”. Aunque a estas alturas para nadie debe resultar un secreto que la administración de Xi Jinpin ve y trata a Rusia con el propósito geopolítico de enfrentar la influencia estadounidense en sus distintas dimensiones.
De hecho, llama también la atención la creciente cercanía del gigante asiático con Bielorrusia. Si bien existe una larga tradición diplomática entre los dos estados, su vínculo ha tomado nuevo impulso a partir del conflicto ruso-ucraniano. En septiembre de 2022 China elevó el estatus de las relaciones con el ejecutivo de Alexander Lukashenko a “asociación estratégica global”, un término con el que solo había calificado con anterioridad a Pakistán.
Esto pudiera explicarse a partir de la estrecha cercanía de Lukashenko con Putin y en las grandes inversiones que han realizado en ese territorio en los últimos años. De cualquier forma, ni China ni Bielorrusia tienen, a priori, interés en la pugna entre Moscú y Kiev. A Xi le preocupa, sobre todo, que la situación de seguridad se descontrole en Eurasia y por eso ha insistido en la resolución de las diferencias.
Por su parte, Putin busca apuntalar la economía y contrarrestar de alguna manera las numerosas sanciones impuestas por Occidente consolidando el vínculo comercial con China, sin dejar a un lado las alianzas en América Latina y África. Algo que, por supuesto, no ha caído nada bien en la Casa Blanca estadounidense.
Recientemente, en una rueda de prensa en el Departamento de Estado con motivo de la publicación del Informe 2022 sobre Derechos Humanos, el secretario de Estado, Antony Blinken dijo que el “viaje de Xi a Rusia sugiere que China no siente ninguna responsabilidad de hacer que el Kremlin rinda cuentas por las atrocidades cometidas en Ucrania y que, en lugar, incluso de condenarlas, prefiere darle cobertura diplomática.”
Declaraciones que contrastan con el anuncio del Departamento de Defensa que indica que los misiles Patriot y los tanques Abrams M1A2 prometidos por Washington a Ucrania llegarán casi un año antes de lo previsto.
Se estima que Estados Unidos ha gastado unos 32 mil millones de dólares en envío de armas y municiones a Kiev desde el inicio del conflicto entre Rusia y Ucrania (Foto: AFP).
Sin restarle un ápice de importancia a los convenios que refuerzan la cooperación en ámbitos como el comercio, la tecnología y la propaganda estatal, la cumbre entre Xi y Putin cobra relevancia, en definitiva, por la posibilidad de alcanzar a mediano plazo el cese al fuego definitivo.
China acaba de negociar un acuerdo para que Irán y Arabia Saudita restablezcan vínculos diplomáticos y se muestra optimista, a pesar del escepticismo europeo y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. De llegar a conseguir la paz, Xi se anotaría una importante victoria y consolidaría la influencia extraterritorial de su país, aspecto fundamental en su aspiración de multilateralismo.
Aun cuando el plan chino para terminar con las agresiones armadas en un primer momento no pareció convencer a ninguna de las partes, el hecho de que Putin lo considerara un punto de partida válido para iniciar los diálogos con Occidente y Kiev cuando estuviesen creadas las condiciones, da un mínimo de esperanzas a las víctimas del combate.
La visita de Xi a Rusia es, en suma, toda una declaración de intenciones, pese a recalcar su postura de neutralidad. Queda por ver si en las próximas semanas se concreta el acercamiento con Volodímir Zelensky, como se rumora. Aunque, después de todo esto, a China le deben quedar pocos amigos en Europa.
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