El planeta, según no pocos políticos y analistas, vive hoy otro de sus más graves riesgos de enfrentar un holocausto nuclear que solo implicará el fin del género humano, aun cuando algunos crean que podrán salir ilesos y hurgar entre los despojos humeantes y contaminados de sus oponentes y “aliados”, sacrificados estos últimos intencionalmente en la hoguera.
Fidel Castro, por ejemplo, lo había advertido desde la tribuna de la ONU en 1979 cuando llamó en nombre de los países No Alineados a dejar atrás la ilusión absurda de que la crisis global podía ser resuelta con el uso de los arsenales atómicos.
Las bombas –enfatizó– podrán matar a los hambrientos, ignorantes y enfermos, pero no al hambre, la ignorancia y las enfermedades ni la lucha de los oprimidos por una vida mejor, “y en el holocausto –sentenció el líder cubano– morirán también los ricos, que son los que tienen más que perder en este mundo”.
La cordura, la decencia política, la objetividad y el “respeto por el derecho ajeno (como proclamó en el siglo XIX el presidente indígena mexicano Benito Juárez), son la única salida a los entuertos.
¿Y cuál es la realidad de hoy? La del curso a la destrucción masiva impuesto por una gavilla de auto empoderados que se resisten a entender que su época de exclusivistas plácemes va quedando atrás, y que la convivencia, la colaboración, los mutuos beneficios y el equilibrio son los únicos pilares para remozar una casa común tarada por los graves huracos que ellos mismos provocaron.
Lo aclaró con todo detalle la reciente reunión de la alta jefatura del Departamento de Defensa con un Joe Biden “orientado” por los halcones gringos, al confirmar que “los Estados Unidos continuará liderando el mundo a través de la diplomacia respaldada por el Pentágono. En pocas y inteligibles palabras: actuación internacional con las armas en posición de tiro.
“Continuaremos liderando con nuestra diplomacia y construyendo coaliciones, respaldados por la fuerza incuestionable de –y esto no es una hipérbole– la mejor fuerza de combate en la historia del mundo", declaró textualmente Biden ante un auditorio de entorchados, en una referencia muy clara a la titulada Nueva Estrategia de Seguridad Nacional de la primera potencia capitalista, la cual estipula la notable paradoja de “mantener nuestra ventaja militar dejando claro que no buscamos el conflicto".
Sin dudas, una forma muy extraña de hacer valer otro de los postulados de la tan “neófita doctrina”, cuando el inquilino de la Oficina Oval precisó, además, que "debe mantenerse una ventaja competitiva duradera sobre China" y "restringir a una Rusia que sigue siendo profundamente peligrosa".
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Desde luego, la verborrea es útil para enmarañar y disfrazar propósitos a los ojos de otros. Pero bien leída, semejante construcción recuerda mucho aquello de “a Dios rogando, y con el mazo dando”.
Porque invocar que no se quieren conflictos, al tiempo que se urden, promueven, recrean e implantan por todas partes, mientras se gasta en armas el equivalente a la suma de los montos que dedican a ese rubro los diez países que siguen a los Estados Unidos en dicha lista, es el más brutal y sórdido contrasentido… ¿o es que acaso se nos considera por EE.UU. a los receptores del mensaje como un burdo montón de tarados?
Si Washington no “quiere conflictos”, para qué generó la Guerra Fría; por qué desmembró a Yugoslavia y ha tratado de desguazar a Oriente Medio y Asia Central con el cuento de “luchar contra el terrorismo” luego del controvertido atentado a las Torres Gemelas; qué le motivó a tomarle el pelo a Mijail Gorbachov y lanzar a la OTAN al Este sobre las fronteras rusas luego del descalabro de la URSS; quién y quiénes fueron los que desordenaron y remodelaron a Ucrania para lanzarla contra Moscú, y para qué desvía EE.UU. miles de millones de dólares y sus arsenales y los de sus escuderos euro occidentales para extender el conflicto.
Qué hacen tropas especiales de EE.UU. rondando ahora mismo el oriente de Europa, y por qué los recientes ejercicios militares para contingencia de guerra nuclear Steadfast Noon en un escenario tan ríspido, que incluso obligaron al Kremlin a una respuesta similar bajo la supervisión del propio Vladímir Putin, mientras la Casa Blanca obvia deliberadamente un compromiso público de no ser la primera en usar el arma atómica, tal como el que históricamente proclamó la Unión Soviética y ha reiterado Rusia…entonces, a otro con ese cuento.
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