Las agitadas tierras de América Latina y el Caribe han buscado desde pasados siglos la unidad y la hermandad, lo que en este 2023, y a pesar de la visible injerencia de Estados Unidos (EE.UU.) en sus asuntos internos, se hace notable bajo el criterio de que la diversidad, en sus distintas formas, más que separar, contribuye a fortalecer la colaboración y la paz.
La región centro y suramericana, unida a las islas del Caribe, luego de distintas etapas de carácter político y su incidencia en la economía, amén del daño ocasionado por la pandemia de la Covid-19 entre 2019 y 2021, muestra un entramado de relaciones diplomáticas y colaboración de alto significado.
Una visión premonitoria sobre la necesidad de la unión continental la tuvo el venezolano Simón Bolívar, el Libertador de América, quien en 1826 convocó a un Congreso en Panamá con la idea de crear una asociación de Estados en estas tierras donde se luchaba contra la colonia española.
Consideraba Bolívar, y así lo expuso aunque no logró concretar su vocación unitaria en aquel momento, que debían reafirmarse los ideales de paz y de solidaridad continental, fortalecer los lazos naturales e históricos, recordar los intereses comunes y aspiraciones que hacen a las naciones de esta parte del planeta un centro de influencia positiva en el movimiento universal a favor de la paz, la justicia y la ley.
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Han transcurrido 197 años desde que el Libertador expusiera sus criterios sobre la necesidad de la integración latinoamericana y quizás -aun cuando ha habido otros intentos- es ahora cuando se magnifican condiciones y convicciones de que es la hora de pasar de la palabra a la concreción de las ideas planteadas en el llamado también Congreso Anfictiónico de Panamá.
En 2016, cuando se efectuó en La Habana la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), Latinoamérica fue declarada Zona de Paz y para mantener esa condición se realizan ingentes esfuerzos en los países donde por distintas razones –guerras intestinas, bandas mafiosas del narcotráfico, lucha de los pueblos indígenas por mantener sus tierras ancestrales- .aún se escucha el sonido de las armas.
Un encomiable rol juega la diplomacia de esta zona en la busca de la paz, como sucede ahora en Colombia, donde varias naciones sirven de garantes a las negociaciones entre fuerzas guerrilleras y el gobierno de Gustavo Petro. México sigue dando muestras de su dignísima diplomacia. Con firmeza y sin renunciar a ninguno de sus principios, enfrenta las maniobras de EE.UU. con suma inteligencia, en tanto busca las maneras, a su vez, de forjar alianzas y fortalecer la autonomía latinoamericana. Ejemplo de ello fue, bajo su auspicio, la reciente Cumbre Presidencial contra la inflación, en momentos de tensión económica. Realizada de manera virtual, el próximo mes los dignatarios se reunirán en Ciudad de México para perfilar las maneras de quebrar el flagelo de la imparable subida de precios, dañando las economías, en especial las más pequeñas.
Estas tierras del sur americano son, por el corazón de sus mujeres y hombres, naturalmente solidarias. Quizás no haya pueblos más hermanos que los de esta zona, donde el dolor de uno cruza las fronteras de los otros.
Solidaridad regional con la juventud que busca futuros seguros en las protestas callejeras contra el neoliberalismo y la corrupción; con, los indígenas que exigen la protección de sus tierras ancestrales. Solidaridad con la población cubana que sufre el más largo y enojoso bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por la mayor potencia mundial. Solidaridad con quienes enfermaron y las familias de los miles que murieron en Ecuador y en Brasil –por citar dos ejemplos- por falta de vacunas durante la pandemia de la Covid-19; solidaridad con los expulsados de sus tierras para entregarlas a las empresas mineras extranjeras.
Cuba, cuyo pueblo mantiene a sangre y fuego, con heroica resistencia, la Revolución liderada por el abogado Fidel Castro, encumbra la solidaridad como uno de sus principios políticos. El concepto fidelista de “no damos lo que nos sobra, sino compartimos lo que tenemos” se cumple cada vez que algún país necesite de la colaboración isleña.
A pesar de la asfixia económica a que la somete el imperio norteño, es la única nación de esta zona planetaria que fabricó varias vacunas contra la Covid-19, las que hizo llegar a distintos países necesitados. Su personal médico, formado en el internacionalismo, está siempre listo para brindar su ayuda a quienes lo necesiten, mientras en sus escuelas de medicina se forman decenas de jóvenes de distintas latitudes.
En reciprocidad, y en tiempos como ahora, cuando Washington arrecia el bloqueo económico, financiero y comercial que –parece increíble- mantiene contra un país vecino de solo 11 000 000 de habitantes desde hace más de 60 años por razones ideológicas, llegan hasta los aeropuertos y las costas las muestras de respaldo en alimentos, medicinas y artículos de diversa índole para aliviar las penurias de quienes son ejemplo de resistencia para el mundo.
América Latina y sus líderes actuales, en su mayoría progresistas o de izquierda a partir de su elección en las urnas, y aún con la persistencia de agudos problemas heredados de sus antecesores, conocen que solo si actúan como una muralla podrán soportar la presión de las administraciones estadounidenses, que como aves de rapiña revoletean sobre los enormes recursos naturales con que la naturaleza dotó a estos territorios.
El gobierno demócrata y guerrerista de Joseph Biden, que escondido en las faldas de Ucrania dirige su particular guerra contra Rusia, no renuncia a sus intereses en América Latina, menos ahora que observa como pierde terreno en la región, que afianza su posible crecimiento en otros destinos, como China, que, al contrario de los tecnócratas de la Casa Blanca, plantea proyectos de igualdad a sus socios.
Para el sistema imperialista es una cuestión de sobrevivencia apoderarse de las materias primas de otras naciones. Para ellos, el litio de Argentina y Chile, entre otros propietarios, es una fuente de energía incluido en sus acelerados planes de apropiación de recursos.
Desde la primera oleada de progresismo, iniciada –siempre con la excepción de Cuba y su sistema socialista implantado en los años 60 del pasado siglo- con el triunfo del fallecido presidente Hugo Chávez en Venezuela en 1998, y seguido por numerosos países con igual línea de pensamiento, comenzaron a surgir nuevos organismos e instituciones en el vasto territorio de más de 660 300 000 habitantes, un mercado apetitoso tanto para el Norte como para Europa.
Uno de los nuevos instrumentos integracionistas resultó la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América-Tratado de los Pueblos (ALBA-TCP), una idea de Chávez y del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro. El ALBA-TCP constituye un modelo de cooperación en dos direcciones. Mediante esa nueva fortaleza política y socio-económico que representan los miembros de esa organización –y es solo un ejemplo- más de 4 000 000 de latinoamericanos recobraron su visión mediante la llamada Operación Milagro.
En esos años, y luego de que los mandatarios de Venezuela y de Argentina, Néstor Kirchner, también fallecido, desarticularan el plan estadounidense de la Alianza de Libre Comercio para las Amércas (Alca) nació la Celac, que ahora resurge con nuevas fuerzas y estrategias acorde con tiempos de guerras y postpandemia y sus negativos efectos.
La Comunidad de Estados del Caribe (Caricom) es otro bastión inexpugnable de la unidad y respeto entre naciones. Una comarca con peculiares características pero que forma parte del resto de América Latina y comparte las ideas de integración inclusiva y de respaldo a las democracias participativas.
Eliminar la pobreza, instruir a las poblaciones, dignificar la vida y proteger a los pueblos ancestrales, son algunas de las políticas públicas de los gobiernos progresistas actuales. Mientras, la ideología derechista y neofascista al servicio de los intereses hegemónicos, trata de penetrar las bases democráticas con el uso de las tecnologías en boga, además de la práctica del golpismo blando mediante organismos como el Congreso Nacional o la disidencia pagada.
El uso de las redes sociales constituye un instrumento eficiente de movilización y comunicación social, poco aprovechado por el izquierdismo y el progresismo de manera sostenida.
Contra varios líderes latinoamericanos –algunos ya ni siquiera al frente de sus países- existe una campaña dirigida desde la Casa Blanca de persecución judicial e incluso de intentos de magnicidio, como prepararon y fallaron contra Nicolás Maduro, en Venezuela, y Cristina Fernández, en Argentina.
Son tiempos difíciles en los que a nivel mundial se enfrentan dos sistemas antagónicos y en las tierras del Sur, que el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, llamó Nuestra América, participan también, día a día, hora a hora, los gobiernos y los pueblos que ya no se dejan engañar, como ocurrió durante el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia y ahora las maniobras contra su sucesor Luis Arce; en Colombia, donde intentan boicotear el proceso de paz, o Cuba, a la que, de manera paradójica, ingresaron en la lista de países auspiciadores del terrorismo, al igual que a Venezuela.
Bolívar trazó el camino que durante siglos han seguido otros hombres visionarios hasta llegar a esta época de tecnologías de alta gama, armas nucleares, y guerras inventadas para aumentar las millonarias ganancias de la industria armamentista del Norte.
América se abre al mundo en su diversidad. Cada gobierno a su modo y estilo lucha por los cambios. Cada pueblo con los medios a su alcance, desde la movilización callejera hasta el enfrentamiento con los represores que aun manejan los títeres derechistas.
Atraviesa la región momentos cruciales en que los resortes económicos están semiparalizados; pocos países crecen en el rango económico –Bolivia es el aventajado- y los presidentes trazan planes para una mayor unificación en todos los ámbitos. Los pueblos, siempre en batalla por una vida mejor, continúan sus andares acompañados por los ojos del cóndor y el corazón de los volcanes, de las montañas y de los ríos amenazantes que inundan las tierras donde Bolívar habló de asociaciones y libertades.
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