La última intención derechista de destituir al presidente peruano, Pedro Castillo, naufragó entre el rechazo masivo en las calles y la decisión de la mayoría de los partidos de negar su apoyo al intento destituyente, pero la amenaza está lejos de haberse disipado y la estrategia de la derecha es seguir golpeando hasta lograr su cometido.
Esta vez tampoco prosperó y una nueva historia entre el maestro rural y sindicalista de izquierda Pedro Castillo y el Congreso finalizó el martes 7 con la falta de seis votos para admitir a debate la moción de vacancia presidencial bajo la ambigua figura de la “incapacidad moral permanente” en su contra.
La operación destituyente fue la culminación de una ofensiva de la ultraderecha iniciada el día que Castillo le ganó las elecciones a Keiko Fujimori, la hija del encarcelado exdictador que era la candidata de los grupos de poder y de la defensa del statu quo neoliberal. El pliego acusatorio contra Castillo se destaca por la debilidad de sus argumentos, como presionar para obtener el ascenso de cinco militares (lo que no se dio) y las gestiones de su exsecretario en favor de algunas empresas.
Intentaron también calificar de “incapacidad moral” el haber restablecido relaciones diplomáticas con Venezuela, y otras típicamente macartistas como relacionarlo con el “terrorismo”, y apelar a un voto “contra el comunismo” para justificar una destitución.
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Dos días de reuniones del jefe de Estado -quien asumió hace apenas poco más de cuatro meses- con representantes políticos de bancadas del Congreso disiparon los nubarrones. Del total de 128 legisladores que dijeron presente solo 46 votaron a favor (se necesitaban 52), 76 en contra y 4 abstenciones.
Las columnas de sindicatos, organizaciones sociales, partidos progresistas, convergieron con sus banderas y sus carteles de repudio a la vacancia y al intento de golpe parlamentario, frente a la sede del Congreso, donde un pequeño grupo movilizado por los destituyentes quedó aislado y protegido por un cordón policial en una acera.
Castillo zafó nuevamente, pero aparece debilitado por los ataques permanentes y el complot golpista de la derecha, pero también por sus errores, nombramientos cuestionados, la demora en tomar decisiones en momentos de crisis y las divisiones en su frente interno. El oficialismo celebró el resultado de la votación con el clásico “el pueblo unido, jamás será vencido”.
Diversas bancadas de la oposición de derecha, que es mayoría, no respaldaron al gobierno, pero se distanciaron del golpismo. La prensa había especulado que un sector del partido oficialista Perú Libre (PL), dividido entre el respaldo y la crítica al gobierno, podría aportar votos al proceso de destitución del mandatario. Pero los 37 legisladores de PL votaron en bloque contra el golpismo, zafando del suicidio político.
Lo cierto es que las divisiones en el oficialismo no se han superado. El secretario general de PL, el marxista Vladimir Cerrón, cuestiona a Castillo por supuestamente haberse moderado y ha señalado que mantiene “profundas diferencias” con su gobierno, pero ha dicho que no se iba a prestar al golpismo de la ultraderecha.
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El sociólogo Alberto Adrianzén sostiene que el riesgo de un golpe no quedó conjurado, sino que la derecha va a seguir en su intento de destituir al presidente por lo que la situación en los próximos meses va a ser difícil, ya que la derecha no va a bajar la guardia. “Lo que debe hacer Castillo es enfrentar políticamente a la derecha, denunciar a quiénes son los golpistas, movilizar a la gente en la calle y librarse de ese entorno”, afirmó.
Hipócritamente, los golpistas hablaron de luchar contra la corrupción, pero lo que intentaban era asegurar impunidad en los varios procesos de corrupción que tienen dirigentes de esa derecha golpista, como Keiko Fujimori que en los próximos meses debe enfrentar un juicio por lavado de dinero con un pedido de 30 años de prisión.
Es que las elites racistas peruanas, sostenidas por el poder financiero, la corrupción y los medios hegemónicos de comunicación, no aceptan perder el poder y menos a manos de un campesino andino que viene de los sectores más pobres y marginados, y que habla de exclusión, desigualdad y cambios en las estructuras de poder.
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