La presencia del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, para examinar la transición presidencial en Guatemala entre el saliente derechista Alejandro Giammattei y el presidente electo de tendencia progresista Bernardo Arévalo constituye una acción observada con rigor por quienes conocen la alianza de la institución regional con Estados Unidos (EE.UU.) y su alineamiento contra gobiernos renovadores.
Almagro llegó a Ciudad de Guatemala, la capital del país centroamericano, el pasado lunes invitado, según explicaron medios de prensa, por Giammattei, quien no explicó por qué precisa la presencia de actores foráneos para lo que resulta un proceso normal luego de elecciones presidenciales.
Sin embargo, como para evitar conclusiones adelantadas de los analistas políticos, viajó amparado por una resolución del aparato regional, aprobada por aclamación de una mayoría de los 34 embajadores que representan a igual número de naciones miembros, en la que le conceden ¨una mayor autoridad¨ para vigilar el cambio de la dirección política.
El Secretario General no viajó solo. Lo hizo acompañado de una delegación de observadores para, dijo, ¨apoyar en los temas que las autoridades entrantes y salientes tienen como prioritarios en este período¨, una explicación que poco o nada tiene que ver con la situación en Guatemala, donde Arévalo denunció un posible golpe de Estado en su contra antes de asumir el cargo el 14 de enero próximo.
En el balotaje efectuado entre el victorioso candidato del partido Semilla y la exprimera dama Sandra Torres también hubo funcionarios de la OEA que se trasladaron al empobrecido país para validar los resultados del pasado 20 de agosto.
No había discusión posible. El prestigioso académico y exdiplomático de 64 años, que dio una sorpresa en la primera vuelta al situarse en el segundo lugar, llegó al gobierno con el respaldo del 58% de los votantes. Como prueba de lealtad hacia Arévalo, gran parte de población se mantiene en las calles en prevención de los ardides de las élites enriquecidas, de manera fraudulenta, de las arcas de un Estado caracterizado por grandes carencias sociales.
La postura de Almagro, un cumplidor de las órdenes de Washington, ha encendido las alarmas entre quienes conocen su ambivalente trayectoria.
Para que no haya dudas de su servilismo a EE.UU., en 2020 el entonces secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, declaró que bajo su liderazgo ¨estamos volviendo al espíritu que la OEA mostró en los años 50 y 60 del pasado siglo¨, en medio de la guerra fría declarada contra los países socialistas de Europa del Este.
Nacido en Uruguay, canciller en el gobierno izquierdista de José ¨Pepe¨ Mujica, el ahora Secretario participó de manera activa en la formación de organismos regionales de corte plural y se ganó la confianza de presidentes que durante la década de los años 90 del pasado siglo cambiaron las estructuras de sociedades sacudidas por el neoliberalismo.
Mujica consideró que su peor error fue proponer a Almagro para su actual cargo, pues como un camaleón mudó de piel y se alineó a la política de la Casa Blanca, a la que sirve como un faldero.
El supervisor de la transición presidencial guatemalteca tiene una espléndida hoja de servicios en la Casa Blanca, de la que recibe instrucciones directas de cómo actuar en cada país miembro, salvo Cuba, que fue expulsada de esa desprestigiada entidad en 1962, por sus divergencias ideológicas con EE.UU., y nunca más solicitó un reingreso.
La OEA y su secretario general, los que lo antecedieron y los que vendrán después, carecen de chances de intervenir en cualquier asunto cubano, pues La Habana le desconoce autoridad para expresarse sobre su sistema político.
Almagro, que fue electo en el cargo en el 2015, cuando se esperaba, por su anterior trayectoria política que la OEA cambiaría pareceres y métodos, es, sin embargo, la figura ideal que le conviene tener en las oficinas de Columbia a las administraciones estadounidenses. El secretario percibe un salario de 15 000 dólares mensuales sin impuestos, más las regalías de sus viajes. La entidad honra sus gastos y los de su familia, como vivienda, electricidad, teléfono, y otros inherentes a su responsabilidad.
El antiguo canciller suele permanecer en silencio cuando hay conflictos contra los gobiernos derechistas en América Latina y El Caribe. Hasta ahora, nada o muy poco ha dicho de las destituciones mediante distintas formas de golpes de Estado de dos veces Jean Bertrand Aristíde, Fernando Lugo, Dilma Rousseff, Pedro Castillo. Ni tampoco de las intervenciones militares de la potencia norteña en Haití, República Dominicana, Nicaragua, ni sobre la ilegal base naval que mantiene, en contra de la voluntad del pueblo, en la oriental provincia cubana de Guantánamo.
Tampoco toma partido en la actual compleja situación que vive Haití, ni ante las denuncias de conspiraciones contra los gobiernos legítimos de Honduras y Bolivia realizada con pruebas contundentes por sus direcciones políticas.
No se proyecta contra las sanciones y medidas unilaterales adoptadas por EE.UU. contra Venezuela (que ha pedido su salida de la institución). Antes, la OEA, fundada en 1948 con el auspicio de EE.UU., se ha movido en aguas turbulentas, pues en algunos momentos como para tratar de mantener la defensa de sus miembros, ha dictado tibias resoluciones de apoyo, por ejemplo, a la reclamación por Argentina de las islas Malvinas; o de condena al extinto dictador dominicano Rafael Trujillo.
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