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Obama habla de derechos en el tema de los inmigrantes, mientras los republicanos lo estiman pura politiquería...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 25/06/2012
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Funcionarios oficiales se han apresurado a silenciar el récord de deportaciones del pasado año.

Hace unos días, el presidente norteamericano, Barack Obama, bajo cuyo mandato el pasado año fueron deportados no menos de 400 mil inmigrantes hacia sus países de origen, decidió “abrir oportunidades” para la permanencia en los Estados Unidos de aquellos indocumentados que llegaron de niños y han residido más de cinco años en la nación.

La medida abarca a las personas que respondan a esas características y que no sobrepasen hoy los 30 años de edad, junto con el hecho de que hayan cursado estudios en el país o servido en las Fuerzas Armadas, entre otros requisitos adicionales.

Sin dudas, este movimiento de un mandatario empeñado en su reelección en noviembre próximo no deja de despertar suspicacias.

Nadie podría pasar por alto que la decisión se adopta a las puertas de la recta final hasta la Oficina Oval, y frente a un aspirante republicano, Mitt Romney, que ha llegado incluso a superar a Obama más de una vez en la intención de votos, según las encuestas que tanto abundan en los Estados Unidos previamente a los comicios generales.

De ahí que, de inmediato, Romney y varios de sus seguidores calificaran de desleal la decisión de la Casa Blanca, que no solo beneficiaría a unos 800 mil indocumentados, sino que en términos de publicidad haría del actual presidente una figura más simpática ante electorados claves como el hispano.

Funcionarios oficiales se han apresurado a silenciar el récord de deportaciones del pasado año y a asegurar que la nueva disposición es parte de la labor de “justicia” que caracteriza a la actual administración.

Sin embargo, entre algunos pesa el hecho de que, con todo, Obama no pudo sustraerse de aclarar que su decisión debe entenderse como de carácter temporal, y no lícita para la ob-tención de la ciudadanía ni de una permanencia definitiva en el país por los posibles benefi-ciarios.

Ello, por lo tanto, estimula las sospechas de que, en efecto, mucho de demagogia electorera se esconde detrás del citado paso oficial.

Vale recordar que, según cifras gubernamentales de 2009, no menos de cuatro millones de niños indocumentados habían nacido en los Estados Unidos hasta esa fecha.

Sin embargo, no deja de ser cierto que Obama bien podría ahora suavizar parte de las críticas a que ha sido sometido desde las comunidades de origen no norteamericano por sus programas de deportación, y agenciarse alguna popularidad entre esos grupos de cara al día de los comicios.

De otro lado, Romney, que se mueve en aguas procelosas entre los sectores más conservadores de su partido, había jugado la carta contraria tiempo atrás, al presentarse como un aspirante intransigente frente a la inmigración ilegal.

Incluso el republicano se mostró “feliz” con la denominada autodeportación, por la cual algunos indocumentados han decidido la vuelta a sus países de origen ante la falta de em-pleo y oportunidades generada en unos Estados Unidos inmersos en la crisis económica que estalló en 2008 y todavía no muestra signos de tocar fondo.

De todas formas, vale recordar que en tiempo de elecciones nada sorprende en los Estados Unidos, mucho menos el juego en torno a un asunto tan delicado como la elevada presencia en esa nación de millones de extranjeros atraídos por las supuestas “oportunidades” de su sociedad opulenta y consumista.

Como en otras ocasiones, la figura del ilegal y sus dramas retorna al tapete verde. Después, cerrado el torneo, nada garantizará sus vidas.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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