Las elecciones presidenciales norteamericanas suelen ser siempre una noticia de trascendencia global. Y no podía ser de otra forma por varias razones.
La primera, porque -lógicamente- todo cambio de gobierno en la potencia capitalista por excelencia siempre despierta inquietudes, especulaciones y traza señales de lo que podría esperarse a escala mundial con el advenimiento de una u otra administración al mando de la Casa Blanca.
La segunda, porque resulta además inevitable que los poderosos y extendidos medios de comunicación controlados por Washington y sus aliados, amplifiquen minuto a minuto el espectáculo que supone la designación de quien conducirá los destinos del titulado “mundo libre” en el futuro inmediato.
Sin embargo, la contienda electoral norteamericana deja además otra marca. Y es la de percibir a fondo todo lo de rejuego y manipulación que encierran las campañas comiciales en aquel poderoso país, y en las cuales el efectismo y el oportunismo desempeñan un papel clave, más allá del razonamiento lógico y ordenado.
Eso ha conllevado siempre en esta lid –lo decía ya José Martí en pleno siglo XIX- a que sean comunes la caza de todo traspiés del oponente, o el recurrir a los más ocres insultos y a las más denigrantes revelaciones sobre su persona y entorno…en fin, una verdadera riña de gatos en un bote de basura.
Y precisamente por estos días, la indiscreta grabación de un informal discurso del aspirante presidencial republicano, Mitt Romney, en una cena privada que apoyaba su candidatura, se ha convertido no solo en comidilla pública en su contra, sino además en pivote para relanzar a Barack Obama a la cabeza de la encuestas sobre aceptación pública.
Conocido ya como el “video del 47 por ciento", la cinta mostró a Romney indicando que casi la mitad de los votantes norteamericanos darán su apoyo a Obama “sin importarles lo que suceda, porque dependen del gobierno.”
“Piensan que son víctimas y además creen que el gobierno tiene la responsabilidad de cuidar de ellos”, insistió finalmente el díscolo orador.
En pocas palabras, que, según Romney, esa cifra de ciudadanos (en buena medida víctima de la crisis económica desatada desde 2008 por la ineptitud oficial) actuará impulsada únicamente por perpetuar su status de “mantenida”.
Para colmo, tales afirmaciones sonaron mucho más insultantes, porque tuvieron lugar en el citado ágape que ofreció en su residencia un multimillonario de La Florida al aspirante republicano, y que le permitió recaudar cerca de 300 mil dólares para su campaña.
Las consecuencias fueron inmediatas. A estas alturas las encuestas indican que casi 60 por ciento de los posibles electores considera que Obama entiende mejor sus necesidades y problemas que un Romney recién aposentado en la Casa Blanca.
Y lo más trágico para el ya titulado “candidato de los ricos” no es incluso que el presidente Obama casi le agradeciera en público semejante pifia, sino que desde las propias filas de su partido han llovido y llueven las críticas por roer una oportunidad de llegar a la Oficina Oval este año, sueño que algunos republicanos consideraban perfectamente viable.
Así, las invectivas provienen del propio aspirante a vicepresidente Paul Ryan, quien consideró que Romney “fue obviamente inarticulado a la hora de hacer ese comentario“.
Mientras, Peggy Noonan, comentarista conservadora y asesora del fallecido presidente Ronald Reagan, sentenció que “es hora de admitir que la campaña de Romney es incompetente”, al tiempo que Bill Kristol, fundador de la revista conservadora The Weekly Standard, definió el discurso como “arrogante y estúpido”.
De manera que, de votarse hoy, todo indicaría un triunfo de Barack Obama, aunque algunos lo consideren el “menor de los males”, más que una “esperanza de futuro”.
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