En efecto, la reciente firma del protocolo por el cual Teherán limitará su programa nuclear a cambio del cese de las sanciones occidentales en su contra, se ha convertido en uno de los mayores “estira y encoje”internacionales de los últimos tiempos.
La puja se centra entre “las fuerzas opuestas” en el actual escenario político norteamericano, signado por el cercano fin de la administración demócrata de Barack Obama y el ferviente deseo de la derecha republicana de alzarse en breve con la Oficina Oval, como ya lo hizo tiempo atrás con la mayoría dentro del Congreso.
A ello se suma, desde luego, la influencia y la acidez de lo más reaccionario del sionismo israelí, que no solo está moviendo sus muchas fichas dentro del poderoso ámbito judío-estadounidense, sino que además estima que el pacto con Teherán es un “craso error histórico” y una “seria amenaza” a la seguridad de Tel Aviv.
En consecuencia, la administración norteamericana ha debido saltar a las plazas mediáticas para intentar explicar las razones que le impulsaron a firmar semejante documento, al que públicamente ha considerado como “el mejor de los arreglos posibles”, toda vez que por el momento limita —bajo control internacional incluido— la temida posibilidad de que Irán se incluya en el club de naciones poseedoras de armas atómicas, del que —dicho sea de paso— Israel forma ya parte desde hace varios decenios sin que Occidente se haya inmutado siquiera ante semejante elemento de riesgo en Oriente Medio.
Y en esa cuerda, tanto Obama como su Secretario de Estado, John Kerry, han devenido en los últimos días en fervientes defensores del acuerdo, alegando que es un paso esencial para conjurar una nueva y devastadora guerra en el Levante. Por tanto, el presidente, han dicho las mismas fuentes, vetará toda decisión del Congreso que pretenda frenar la aplicación del tratado.
Desde luego, la actual administración no solo aspira a entregar las llaves con un rostro menos sombrío ante el electorado nacional, sino que además pretende dar aire al partido demócrata para que en las cercanas elecciones conserve al menos la Oficina Oval.
De hecho, las recientes críticas de Barack Obama en Etiopía a los “juicios extremistas” de varios precandidatos republicanos sobre el acuerdo con Irán, apuntan de lleno en ese sentido.
En esa cuerda el presidente dijo que le gustaría dejar su butaca a una figura política sensata y equilibrada, y no a un sucesor irresponsable, irracional y apegado al escándalo como medio de intentar potenciar su figura pública.
Lo cierto es que el acuerdo con Teherán ha recibido el aplauso casi unánime del planeta, e incluso al interior de Israel, ya sea por oportunismo político o por calladas diferencias de criterio con el gobierno fascista del primer ministro Benjamín Netanyahu que ahora salen a flote, no son pocos quienes consideran aceptable el resultado de las negociaciones con un Irán satanizado hasta el cansancio por sus acérrimos enemigos.
Quedará por ver en las próximas semanas cuál será finalmente el balance entre aquellos que hoy se bañan de ataques mutuos en torno a un documento que, en el caso iraní, se considera balanceado y justo, en primera instancia, porque reconoce el derecho de Teherán al uso pacífico de la energía nuclear y no merma la bases esenciales de su política y su actuación internacionales.
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