Los “remedios” oficiales europeos no tienen nada que ver con las realidades y urgencias que ofician a favor de que decenas de miles de personas del cercano universo subdesarrollado decidan jugarse el pellejo para acceder a una vida pretendidamente más digna y llevadera.
En consecuencia, medios de prensa del Viejo Continente aseguran que en este 2015 la llegada de ilegales a esa parte del mundo desde la cercana periferia empobrecida puede establecer cifras inimaginables.
De hecho, en el primer trimestre del año, el monto fue de 57 mil 300 personas, el triple que en igual período de 2014. Junto a ello se dispararon los guarismos de naufragios y muertes en las aguas del Mediterráneo.
Porque, ciertamente, muy poco puede hacer la Unión Europea a favor de una migración ordenada, segura y controlada, colocando más barcos y helicópteros en las cercanías de sus costas, persiguiendo a algún que otro traficante de personas, u organizando el retorno forzoso de los ilegales hacia los puntos que decidieron dejar atrás.
En alta medida, Europa Occidental, en el engorroso y criminal tema del éxodo desde el Sur hacia sus fronteras, no está recibiendo otra cosa que la bochornosa cosecha que ha contribuido a fomentar desde los tiempos coloniales, en que convirtió extensos territorios vecinos en fuentes de mano esclava y riquezas naturales, cercenó pueblos y geografías a capricho, y hoy acude presta a apoyar las aventuras militares de orden hegemonista que intentan colocar bajo mando imperial las zonas más estratégicas y sensibles de Oriente Medio y Asia Central, por solo citar dos acendrados ejemplos.
Como indica un reciente informe sobre tráfico ilegal de personas con destino a Europa, “la motivación de estos migrantes para abandonar sus países de origen es similar a la de los habitantes de otras partes subdesarrolladas e inseguras del orbe, a saber la ausencia de oportunidades económicas y la inestabilidad política.”
El mismo documento precisa que ese escenario negativo establecido por las apetencias geopolíticas de Washington y el papel anuente de Europa, traducido en las guerras en Afganistán e Iraq, la destrucción de Libia, la agresión a Siria, y el inacabable conflicto palestino, junto a la transformación de Europa del Este en un contexto de depauperación y conflictos internos, han incentivado el sucio negocio del tráfico de personas.
De hecho, precisa textualmente el estudio, “anualmente se estima que alrededor de 55 mil migrantes son objeto del tráfico ilícito en África oriental, septentrional y occidental a Europa, y producen un ingreso cercano a los 150 millones de dólares para los delincuentes.”
La tragedia se acentúa cuando el traslado a la presuntas “costas de la esperanza” se ejecuta en barquichuelos atestados de personas, sin las más mínimas condiciones alimentarias, sanitarias o de seguridad, y bajo el maltrato y la ojeriza de los traficantes, una “aventura” que no pocas veces termina en el fondo del océano o en el terrible cuadro de playas llenas de cadáveres.
Baste solo citar como ejemplo de semejante desventura el hundimiento tiempo atrás de una nave a 110 kilómetros de Libia, en el Estrecho de Sicilia, en el que murieron setecientos migrantes ilegales, y que mereció incluso la severa condena del Vaticano.
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