Los hechos violentos desatados en el mundo musulmán a partir de una película que hace burla del profeta Mahoma son presentados ampliamente en los medios de comunicación. El asalto al consulado de Estados Unidos en la ciudad libia de Bengazi y el asesinato del embajador norteamericano allí han sido el punto extremo de una ola de protestas contra legaciones diplomáticas de EE.UU y algunos de sus aliados.
Una película producida de manera extraña a un costo de 5 millones de dólares, de los que aún se desconoce el origen, y en la que los actores participantes afirman haber sido engañados, fue promovida con un video en YouTube hace más de dos meses pero alcanzó notoriedad alrededor del aniversario del 11 de septiembre, cuando el reverendo Terry Jones -el mismo de la quema de coranes hace un año y medio- lo movió intensamente en Internet y llamó la atención de la prensa egipcia.
Hay quien afirma que se trata de una provocación para colocar a Barack Obama -de quien Jones tiene una silueta de cartón ahorcada en su jardín- en una situación compleja de cara a las elecciones de noviembre. Cierto o no, Estados Unidos lleva decenios alimentando su Frankenstein en el Oriente Medio. Sus alianzas para sacar partido de coyuntura políticas, controlar recursos naturales y apoyar a su gendarme regional, Israel, le generan sorpresas desagradables y costosas.
Hay algo contradictorio cuando se presenta la reacción en el mundo árabe como fanatismo religioso y el Papa simultáneamente visita el Líbano y es acogido con respeto. El hecho de que las protestas sean contra representaciones de Estados Unidos y no contra iglesias o íconos cristianos no revela un choque religioso sino la existencia de una profunda acumulación de enconos contra el aliado de Israel, el invasor de Iraq y Afganistán, el administrador del campo de torturas en Guantánamo y mil barbaridades más que para colmo se suman a la frustración de una “primavera” que está muy lejos de haber florecido y producir algún cambio real en la difícil vida de los pueblos en esos países.
Washington ha logrado la mediatización de la ola revolucionaria que ha recorrido la región para mantener su control y fortalecer sus intereses, renovando, de manera gatopardista, regímenes desgastados en lugares como Yemen y Egipto. Parteros de Al-Qaeda en la guerra contra los soviéticos en Afganistán, alentaron el mercenarismo y la violencia en Libia, como hoy lo hacen en Siria, donde el terrorismo contra objetivos civiles no es condenado por Occidente.
El extremismo sangriento e injustificable es obra de minorías como parecen demostrar las investigaciones de lo que sucedió en Bengazi y Estados Unidos no es el profeta de los cristianos, a pesar de que George W. Bush haya invocado a Dios para invadir Iraq y Afganistán en un acto de fanatismo aceptado por muchos en su propio país y acompañado por representantes de la culta y civilizada Europa como Tony Blair y José María Aznar. Cuidado con que algunos como ellos no deseen atizar las intervenciones en Siria, Irán y otros países del Oriente Medio al calor de los actuales acontecimientos.
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