Los sueños…sueños son

¡Adiós la imagen del pretendido pragmatismo norteamericano!  Si verdaderamente existió alguna vez, al menos en política internacional, no quedan ni los ripios. Basta echar un vistazo a la conducta, evaluaciones, pareceres, planes y comportamiento de la actual administración aposentada en la Casa Blanca, para darse cuenta de que el inmovilismo, los esquemas, las metáforas, la rigidez, la guapería barata, la sinrazón y la desconexión con el devenir objetivo son los atributos claves del equipo que lidera el señor presidente de los norteamericanos, el irascible y ególatra Donald Trump.

No acaban de entender estos personajes que el mundo, pésele a quien le pese, ha cambiado, y que frente a improperios, golpizas, amenazas, sanciones y agresiones; existe en este instante histórico una mayoría global que no está dispuesta a ceder  ni teme no hacerlo, por encima de aquellos que no pocas veces se tragan la píldora amarga porque estiman que “no tienen otro remedio”, o de los eternos e incondicionales cipayos de turno permanente.

Es un escenario que muestra sin dudas la inexorable marcha hacia un orden multilateral, y un no menos forzoso e ineludible retroceso y extinción de los preceptos imperiales y hegemónicos, a menos que los partidarios de esa tendencia decidan optar por el final nuclear de la humanidad, a pesar de que entonces no habrá ni historia ni quien la cuente.

Resulta pues un asunto que simplemente está a la orden del día, y que solo no lo ven, perciben, aquilatan y asumen aquellos que no quieren hacerlo. Hace unos días, por ejemplo, cerró sus puertas el 23 Foro de San Petersburgo, que como expresión de una nueva tendencia en política internacional reunió en esa ciudad rusa a no menos de 19 000 delegados, entre ellos seis jefes de Estado, y al Secretario General de la ONU, Antonio Guterres. Una oportunidad para debatir sobre los principales problemas del mundo, suscribir 650 acuerdos económicos por valor de 47 mil millones de dólares, y donde líderes como Vladímir Putin y el presidente chino Xi Jinping reiteraron, para preocupación de los partidarios del hegemonismo gringo, el incremento de los lazos bilaterales estratégicos entre ambos gigantes geográficos.

La ocasión permitió demandar de los Estados Unidos el cese de sus políticas hostiles contra naciones como Irán, Siria, Venezuela y Cuba; y condenar las unilaterales alzas de aranceles a exportaciones de varias naciones hacia territorio norteamericano, el cerco que pretende Washington contra la empresa china de telecomunicaciones Huawei, su indiferencia ante el drama medio ambiental que sufre el planeta, y su apego a la desestabilización y la hostilidad como pretendidas “normas” internacionales de factura propia.

Por demás, a instancias de Putin se debatió en torno a establecer un nuevo sistema financiero internacional que se deshaga de la histórica tiranía cambiaria con respecto al dólar estadounidense, y en ese sentido se valoraron experiencias ya vigentes de pagos entre países en sus propias monedas nacionales y otras variantes que ganan terrero en la   búsqueda de mayor equidad en tan sensible terreno.

En especial, tanto  el presidente ruso como su par chino encabezaron la firma de numerosos acuerdos bilaterales que insisten en la mayor integración y complementación entre ambas naciones.

Como indicó a la prensa Xi Jinping, la identificación entre en gigante euroasiático y su homólogo en Asia “ha estado avanzando a un alto nivel y se ha convertido en una relación caracterizada por el grado más alto de confianza mutua, el nivel más alto de coordinación, y el valor estratégico más alto, haciendo de este modo una contribución clave a la paz, la estabilidad y el desarrollo del mundo”.

“Actualmente —precisó—, las relaciones mutuas han entrado en una nueva era, y la asociación estratégica integral de coordinación entre China y Rusia ha sido enriquecida continuamente en medio de circunstancias internacionales complicadas, particularmente frente a algunas acciones ilícitas para frenar el desarrollo de las economías emergentes”.

Lenguaje claro, directo y sin dudas muy preocupante para quienes hace mucho tiempo  han identificado a Moscú y Beijing como sus grandes oponentes en la instrumentación de la tiranía global de los Estados Unidos. Oídos tercos y cerebros necrosados que más que articular respuestas, al menos medianamente sensatas, recurren a la torpeza y el ceño brusco, incluso, a la advertencia que a fines de este enero les hacía Dan Coats, director de Inteligencia Nacional de los Estados Unidos, al reconocer en un documento oficial que “China y Rusia están más alineadas de lo que lo han estado desde mediados de la década de 1950, y su relación se fortalecerá en los próximos años, ya que algunos de sus intereses y percepciones de amenazas convergen”.

“El acercamiento de Moscú y Pekín —añadió el personero— tiene por meta contrarrestar el unilateralismo y el intervencionismo de Washington y los países occidentales…, por tanto, ambos buscan darle un nuevo formato al sistema internacional y ejercer su influencia en política, y pueden superar a los Estados Unidos en varias áreas, entre ellas, la tecnológica y la militar”.