Se ha repetido hasta la saciedad por analistas y medios de prensa que la irrupción violenta e inusitada del titulado Estado Islámico de Iraq y el Levante, EIIL, en el panorama de Oriente Medio y Asia Central, no es sino obra neta de las fuerzas imperiales y de aquellos cipayos que sirven al hegemonismo de los círculos ultraconservadores norteamericanos en su puja por el dominio global.
Un padrinazgo y alianza que tiene sus antecedentes muy claros y evidentes en el maridaje de Washington y muchos de sus principales socios con la fatídica Al Qaeda de Osama Bin Laden en la guerra contra las autoridades izquierdistas de Afganistán y las tropas soviéticas que acudieron en su ayuda ante la injerencia exterior.
De ahí la inicial pujanza del EIIL, conformado en su totalidad por los mercenarios y extremistas islámicos reunidos y aupados por Occidente para intentar hacer correr a Siria la misma suerte que Iraq y Libia, frenar la “influencia maldita” de Irán en la zona, elevar la personería sionista y de las autocracias árabes, y convertir en pasto gringo una zona de meridiana importancia geopolítica y energética para una potencia capitalista que asiste impávida a su creciente pérdida de terreno e influencias a escala planetaria.
Y no porque lo digan fuentes progresistas ni mucho menos, sino que lo admiten y difunden los propios agentes mediáticos norteamericanos como los rotativos New York Post y The Washington Times, quienes por estos días no han cejado de preocuparse y agitar en torno a lo que denominan la golpeadura global que está recibiendo los Estados Unidos a manos de “enemigos” como Rusia y China, “capaces de generar amigos mientras los Estados Unidos los pierde en todas partes del orbe”.
Pero, volviendo al escenario mesoriental y centro asiático, lo cierto es que las victorias iniciales del titulado EIIL no tardaron en ser frenadas drásticamente por las fuerzas armadas de Iraq y Siria, mientras que la pública y ostentosa barbarie de los grupos de fanáticos integrantes de esa agrupación armada empujaron a Washington y al resto de Occidente, al menos en materia de propaganda, a declararse enemigos de sus hijastros al tiempo que, muy alejados de las “acciones militares radicales” que defenestraron a los gobiernos de Bagdad y Trípoli, proclamaron “masivos” bombardeos aéreos contra los terroristas.
Acciones, dicho sea de paso, que apenas han logrado efectividad contra bandas carentes incluso de una eficiente defensa antiaérea, y que ahora —sospechosamente— retoman la iniciativa militar con golpes contra puntos sustanciales en territorio iraquí y sirio.
De hecho, estudiosos como Thierry Meyssan, con frecuentes incursiones en el sitio Web Red Voltaire, aseguran que lejos de ráids destructivos contra el EIIL, los vuelos bélicos de Washington no pasan de simples ojeadas, cuando no terminan en “erróneas misiones”.
De hecho, precisan las mismas fuentes, está totalmente demostrado que al menos en unas cuarenta ocasiones “los aviones occidentales han lanzado en paracaídas armamento y municiones que acabaron siempre en manos del Emirato Islámico”. ¿Abastecimiento disfrazado entonces?
Lo cierto es que todo pinta a la continuación del apoyo imperial, sionista y reaccionario árabe al terrorismo de los extremistas islámicos, aún cuando ello comporte el riesgo de que, en cierto momento, tales grupos sobrepasen lo pactado y pretendan morder la mano que les aúpa.
Y es que, como apuntaba uno de los principales incitadores norteamericanos de la guerra de los yihadistas contra las tropas soviéticas y el gobierno de izquierda en Afganistán décadas atrás, todavía el válido el criterio de que cercenar la influencia de “oponentes claves” como Rusia o China en Oriente Medio y Asia Central, bien vale codearse con las bandas facinerosas y promover la alianza con ellas, en el entendido de que siempre serán más fáciles de erradicar que los ya citados colosos mundiales.
De hecho, observaba el ya mencionado analista Thierry Meyssan, no es por gusto que los más recientes ataques del EIIL hayan estado centrados sobre las ciudades de Mosul, en Iraq, y Palmira, en Siria, ubicadas justo en la llamada Ruta de la Seda, el viejo camino comercial de Oriente a Occidente que Beijing y Moscú trabajan por reeditar en nuestros días, de manera de establecer un renovado y poderoso polo económico desligado del vacilante y díscolo espacio occidental.
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