Un informe del Instituto Trasnacional señala que la relación entre guerra y clima es evidente: entre 2001 y 2018, EU emitió un estimado de mil 267 billones de toneladas de gases de efecto invernadero, es decir, 40 por ciento de los que han sido atribuidos a la guerra al terror tras los atentados terroristas del 11 de setiembre en Nueva York) y a las intervenciones militares en Afganistán e Irak.
Estados Unidos tiene unas 800 bases militares alrededor del planeta, y la coordinación de ese vasto sistema, tanto en tiempos de paz y máxime en los de guerra, acarrea una enorme utilización de combustibles fósiles para el transporte aéreo, terrestre y marítimo de tropas y equipo militar.
Hasta ahora los militares no han sido capaces de encontrar alternativas adecuadas a los combustibles para sus vehículos, o sus jets de combate que emiten grandes cantidades de gases de efecto invernadero. Y siguen desarrollando nuevas armas que son todavía más contaminantes o comprando jets de combate como los F35, de muy alto consumo de gasolinas y turbosinas: 24 para la República Checa, 35 para Alemania, 36 para Suiza y 375 adicionales para Estados Unidos.
Además, la guerra en Ucrania ha sobrecargado el gasto militar. La Comisión Europea anticipa un incremento del gasto de defensa en sus estados miembros de cerca de 200 mil millones de dólares, mientras Estados Unidos ha llegado al récord de 847 mil millones de dólares para 2023 (al exagerar además la amenaza potencial de China), y Canadá ha anunciado un incremento extra de ocho mil millones en gasto militar por los próximos cinco años.
Los objetivos climáticos han sido rápidamente tirados por la ventana y los máximos ganadores de estos conflictos son la industria de armamentos y la de los combustibles fósiles, mientras el mundo se incendia. Y peor aún, muchos grupos en pro de justicia climática dejan de lado su agenda ambientalista para endosar la guerra y las ilegales sanciones económicas que son actos de guerra que pueden, según el documento de Instituto Trasnacional, desatar una guerra nuclear.
En la dimensión climática, el boicot al gas y al petróleo ruso ha derivado en crecimiento de las embarcaciones de gas natural licuado a Europa por las compañías de Estados Unidos que han devastado el medio ambiente con la revolución del fracking (la extracción de petróleo no convencional).
Las economías capitalistas maduras, que han producido el volumen acumulado de carbono y otros gases peligrosos en la atmósfera durante los últimos 100 años, son las que menos están haciendo para resolver la crisis climática. Alrededor de un tercio del stock actual de gases de efecto invernadero ha sido creado por Europa y un cuarto por EU. Sí, China e India son los primeros y terceros emisores en la actualidad.
Pero en términos de emisiones por habitante, están entre el 40 y el 140, y medidos en términos de su stock per cápita, suponen una décima parte del nivel de Europa. E irónicamente, los principales contribuyentes al stock de emisiones de carbono se benefician del calentamiento global ya que estas economías capitalistas maduras se encuentran en climas fríos, señala el economista británico Michael Roberts.
Los países del ‘Norte global’ (Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Israel y Japón) son responsables del 92% del total de emisiones que están provocando el colapso climático. Mientras tanto, el Sur Global -Asia, África y América Latina- son responsables de solo el 8% del ‘exceso de emisiones’. Pero los impactos del cambio climático recaen de manera desproporcionada en los países del Sur global, que sufren la gran mayoría de los daños y la mortalidad inducidos por el cambio climático.
Las regiones vulnerables del Sur
Los patrones climáticos están cambiando. El aumento de la frecuencia e intensidad de los eventos climáticos extremos es una realidad y, por desgracia, los que más las sufren son algunas de las regiones más vulnerables del planeta, como, por ejemplo, África.
Y, cuando estos eventos extremos afectan a la población africana, el resultado son millones de desplazados en busca de comida, agua o alguna otra necesidad, y eso fomenta el conflicto.
Un nuevo estudio de la Universitat Politècnica de València y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) explica cómo se espera que el cambio climático aumente la frecuencia y la duración de los conflictos armados en África. Un incremento prolongado de la temperatura media y las precipitaciones aumenta la probabilidad de un conflicto más allá del área afectada entre cuatro y cinco veces, sobre todo en poblaciones situadas en un radio de 550 kilómetros, señala el informe.
Aunque las lluvias excesivas, según los investigadores, pueden aumentar la probabilidad de una guerra, también las sequías y las hambrunas provocadas por el cambio climático aumentan las probabilidades de un conflicto armado, y en un periodo de tiempo muy corto.
Amplificador de crisis
El cambio climático es un amplificador y un multiplicador de crisis, advirtió el Secretario General de la ONU. “Cuando el cambio climático seca los ríos, reduce las cosechas, destruye la infraestructura crítica y desplaza a las comunidades, exacerba los riesgos de inestabilidad y conflicto”, afirmó António Guterres durante una reunión convocada para discutir la relación entre clima e inseguridad mundial.
Guterres citó un estudio del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo que encontró que ocho de los diez países que albergaron las mayores operaciones multilaterales de paz en 2018 estaban en áreas altamente expuestas al cambio climático.
“Los impactos de esta crisis son mayores donde la fragilidad y los conflictos han debilitado los mecanismos de supervivencia; donde la gente depende del capital natural como los bosques y la pesca para su sustento; y donde las mujeres, que soportan la mayor carga de la emergencia climática, no disfrutan de los mismos derechos”, explicó.
Guterres puso como ejemplo a Afganistán, donde el 40% de la fuerza laboral se dedica a la agricultura, y la reducción de las cosechas empuja a las personas a la pobreza y la inseguridad alimentaria, dejándolas susceptibles de ser reclutadas por bandas criminales y grupos armados. También citó a África occidental y el Sahel, donde más de 50 millones de personas dependen de la cría de ganado para sobrevivir. Allí, los cambios en los patrones de pastoreo han contribuido al aumento de la violencia y los conflictos.
“La vulnerabilidad a los riesgos climáticos también se correlaciona con la desigualdad de ingresos. En otras palabras, los más pobres son los que más sufren”, dijo. Tras advertir que los altos niveles de desigualdad, aumentada al cambio climático, pueden debilitar la cohesión social y dar lugar a discriminación, chivos expiatorios, tensiones y disturbios, aumentando el riesgo de conflicto.
“Los que ya se están quedando atrás, se quedarán aún más atrás. La alteración del clima ya está provocando el desplazamiento en todo el mundo”, recalcó el titular de la ONU.
El negacionismo: el ejemplo Trump
Ante los graves problemas de todo tipo que desde hace unas semanas causó la tormenta invernal Elliot en Estados Unidos, Canadá y el norte de México, cabe recordar las palabras del expresiente estadounidense Donald Trump a fines de enero de 2019 cuando los expertos pronosticaron temperaturas de hasta 40 grados bajo cero en la región del medio oeste del país: “¿Dónde demonios está el calentamiento global?
En el medio oeste estadounidense, las temperaturas con el efecto del viento están alcanzando menos 60 grados Farenheit, el mayor frío jamás registrado. En los próximos días se espera más frío aún. La gente no puede estar fuera ni siquiera unos minutos. ¿Qué demonios está pasando con el calentamiento global? Por favor, vuelve pronto, ¡te necesitamos!, escribió Trump.
Ya en diciembre de 2017, Trump había dicho que a Estados Unidos le sentaría muy bien un poco de calentamiento global para combatir las bajas temperaturas que se esperaban para ese fin de año. “Quizás podríamos utilizar un poco de ese viejo calentamiento global que nuestro país, pero no otros, iba a pagar billones de dólares para combatir”.
Esos billones estaban vinculados a los acuerdos establecidos por la comunidad internacional incluso en la Cumbre de París de 2015. Por orden de Trump, su país se retiró de dichos acuerdos, alegando que Estados Unidos no era el único culpable del supuesto calentamiento global y por tanto, no debía pagar por lo que otros hacían mal.
En el Washington Post en noviembre de 2018, Trump aseguró que “uno de los problemas de mucha gente como yo mismo, es que tenemos niveles muy altos de inteligencia, pero no somos necesariamente tan creyentes, señaló Trump, contradiciendo por segunda vez un informe de su propio gobierno que estimaba que las consecuencias del cambio climático podrían costarle a Estados Unidos cientos de miles de millones dólares.
Esos miles de millones de dólares le están costando al país luego de que Elliot sembró muerte, desquició la extracción de gas y petróleo, produjo incalculables daños en las actividades agropecuarias (avicultura, ganadería, porcicultura, siembras), al igual que en el transporte aéreo y terrestre de personas y mercancías.
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