En días pasados Europa del Oeste, no sin expresas alarmas, debió asumir el triunfo electoral de Giorgia Meloni, líder del partido ultraderechista Hermanos de Italia, en el país que representa la tercera economía regional.
Se trata, al decir de medios de prensa como el británico BBC, de la primera victoria electoral de una tendencia extremista en aquella nación mediterránea luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
De hecho Hermanos de Italia se considera el heredero del titulado Movimiento Social Italiano, el partido fundado tras aquella contienda militar por los íntimos seguidores del dictador fascista Benito de Mussolini, carnal permanente de Adolfo Hitler y de la Alemania Nazi.
Meloni está calzada además por su alianza comicial con la ultraderechista Liga y la centroderechista Forza Italia, de Silvio Berlusconi.
En fin un cambio en la vida política italiana y europea que enciende sustos, es cierto, pero que también analistas estiman que cuenta con muchas barreras a salvar como para poder echar a correr a plenitud un programa demasiado ultra conservador.
De hecho, el sitio digital eldiario.es reseña los “esfuerzos” de la Meloni durante su campaña para mostrarse menos ríspida en algunos de sus pronunciamientos, y proyectar una imagen suavizada de su radicalismo como figura de la extrema derecha.
Y todo indica que al parecer está plenamente consciente de que no puede irse más allá de algunos límites.
Vale explicar que en temas como la presencia italiana en la Unión Europea, UE, que los ultra conservadores acusan de lastrar la independencia nacional de sus integrantes y de banda de burócratas incompetentes, el nuevo gobierno local tiene poco que remover, dada su enorme dependencia de los recursos financieros que provienen de la entidad comunitaria, vitales para un país que acumula una deuda de 2,7 billones de dólares, “o lo que es lo mismo, más del 150 por ciento del Producto Interno Bruto”. Todo un “ladrillo” interpuesto en el manejo de la economía y las finanzas.
Por demás, otros medios subrayan el hecho de que más de setenta por ciento de los italianos no vería con buenos ojos cualquier intento de zafarse de la UE y de dejar atrás el euro como patrón monetario.
Esta dependencia al parecer insalvable mantendrá entonces vigente para Italia el principio de que las disposiciones de la UE están por encima de las locales, y por tanto, quiérase o no, las ataduras seguirían vigentes.
A ello se une la presencia en la presidencia del país y de otras dependencias influyentes, de personajes de centro como el propio jefe de Estado Sergio Mattarella, con poderes muy amplios como para anular decisiones que estime inconstitucionales y aprobar incluso la nominación de ministros y otros altos cargos.
De manera que a partir de esta perspectiva no son pocos los que creen que, por ahora, la Meloni tendrá que moderar inclinaciones y centrarse en asuntos como el empeño por restringir la amplia inmigración ilegal, a la que ella y sus seguidores culpan de no pocos de los avatares cotidianos de la ciudadanía autóctona.
Incluso en asuntos internacionales tan complejos como el creado por la expansión de la OTAN contra Rusia a través de Ucrania, la ya citada BBC establece limitaciones para la primera ministra, toda vez que Rusia es vista por algunos segmentos y figuras de la ultraderecha europea como un modelo de independencia contrapuesto a las subordinación a entidades supranacionales como la “detestada e inútil UE”, a la vez que como un suministrador confiable de energéticos al oeste del Continente.
De todas formas, y con todo lo expuesto anteriormente y lo que sobre estos asuntos se sigue escribiendo en el resto del mundo, lo cierto es que para mucha gente resulta algo inusual, llamativo y preocupante que en una Europa escenario de las dos más grandes conflagraciones militares de la historia provocadas por las contradicciones inter imperialistas y las reacciones extremas y fanáticas generadas en su seno, se asista al espectáculo del triunfo electoral de seguidores y herederos de semejantes dogmas.
Aunque mirándolo bien, y más calmadamente, entre las filas de los titulados demócratas occidentales de nuestros días los hay también tan cerreros, ciegos, arribistas y fachendosos como para estar sonando las alarmas hace mucho rato.
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