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sábado, 21 de diciembre de 2024

La COP 27: desafíos y cuentas pendientes desde las alturas

La Cumbre del Clima culmina con el eterno reto de revertir un escenario ambiental sumamente complejo

Arianna Carmen Ramos Martín en Exclusivo 18/11/2022
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La Cumbre del pasado año evidenció que solo 24 de los 194 países integrantes habían establecido planes estrictos para reducir los efectos contaminantes de sus industrias.
La Cumbre del pasado año evidenció que solo 24 de los 194 países integrantes habían establecido planes estrictos para reducir los efectos contaminantes de sus industrias.

Cada año desde 1972, 194 países se congregan en alguna ciudad del mundo para debatir sobre la situación del clima en el planeta tierra. Cada año, estos encuentros sirven para hacer un pase de lista de las naciones más y menos contaminantes por un escenario donde las falsas promesas imperan. Cada año, también, los problemas reales, medibles, cuantificables y visibles en cada uno de los países que integran esa lista superan las soluciones y acuerdos propuestos por sus representantes.

La cita para la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático número 27 (COP 27) este año se fijó para el 6 de noviembre en Sharma- el Sheij, una ciudad turística ubicada en Egipto. Los resultados de la reunión del año anterior, la actividad visible de las grandes potencias mundiales durante este periodo y las ausencias aseguradas de los representantes de algunos de los estados más contaminantes no vaticinaban grandes avances para este encuentro…

¿En qué contexto se ha celebrado esta Cumbre?

“Los precios solo obedecen a la lógica del dinero, por lo cual lo que no se compra es como si no tuviera valor. Por eso la naturaleza es gratuita y, en consecuencia, no merece ningún cuidado”, escribía Julián Sabogal en su artículo El modo de producción capitalista, su actual crisis sistémica y una alternativa posible. Desde la revolución industrial se ha vivido el acelerón hacia el abismo climático jamás imaginado con un aumento exponencial y tendencial de la quema de combustible fósiles.

El mundo en el que vivimos puede definirse mediante la siguiente correlación: los medios de comunicación tildan a las personas protestantes en diferentes museos de eco terroristas por llevar a cabo performance en los cuales lanzan elementos a obras de arte reconocidas, mientras la guerra entre Rusia y Ucrania ha provocado la salida al mar Báltico de miles de toneladas de metano (gas igual de contaminante que el dióxido de carbono) y las grandes transnacionales imperialistas agotan los recursos naturales y aumentan sus emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera (los cuales provocan el cambio climático).

El primero de estos dos hechos probablemente sea el mayor desastre medioambiental de los últimos diez años y el segundo solo constituye una reafirmación de que el sistema capitalista acabará con la biodiversidad de la Tierra; y no es este un intento de politización o de ataques y defensas a ciertas ideologías, sino que resulta una afirmación fáctica. Las sociedades de consumo, imperantes en nuestro planeta funcionan bajo la lógica sistémica del consumismo, de la sustitución rápida de productos para solucionar necesidades banales. Esta, a priori, “necesidad” únicamente constituye la principal estrategia de la maquinaria industrial que, a costa de vender más, reduce la vida útil de los artículos hasta convertirlos en desechables.

Este año la COP 27 se celebra en un contexto marcado por los efectos extremos del cambio climático como el incremento global de la temperatura. La temperatura total del planeta se encuentra a 1, 15 ͦ C por encima de la existente en la época preindustrial mientas que el Acuerdo de París, firmado en 2015, sitúa 1, 5 ͦ C como el límite para finales de siglo, el margen va disminuyendo y a cada vez estamos más cerca de alcanzarlo.

Los efectos del cambio climático se observan también en otros parámetros como: las olas de calor en la India y Pakistán; las inundaciones; las sequías en Kenia, Somalia y Etiopía o los huracanes como Ian que directamente afectó a nuestro país y a Estados Unidos.

Por otro lado, ante la crisis energética provocada por el conflicto ruso-ucraniano, así como su remanente de crisis de alimentos y coste de vida, muchos de los países firmantes del Acuerdo de París han revertido las políticas climáticas y aumentado el consumo de combustibles fósiles para solventar la crisis.

El convenio de París junto al Protocolo de Kioto (1997) han constituido mecanismos que, si bien no han sido cumplidos, al menos han valido para posicionar la urgencia que tiene la reducción de la contaminación por parte de los países firmantes más industrializados y, por ende, mayores emisores de gases como el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O).

La lista de las naciones mayores emisoras de CO2 en 2021 se encuentra encabezada por China con 12, 4 millones de toneladas; le sigue Estados Unidos 4,7 millones de toneladas e India con 2,6 millones de toneladas. En estas tres naciones han aumentado las toneladas emitidas en 2021 en comparación con el año anterior.

 

 

El principal objetivo del año en curso ha sido, precisamente, la revisión de las actividades de los países encaminadas al cumplimiento de lo establecido en el reglamento de París en cuanto a la reducción del límite de la temperatura, que a su vez está encauzado al cumplimiento de la Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La Cumbre del pasado año evidenció que solo 24 de los 194 países integrantes habían establecido planes estrictos para reducir los efectos contaminantes de sus industrias.

LA CUMBRE DE LA HIPOCRESÍA

Egipto fue el país elegido por la Organización de Naciones Unidas para congregar a los presidentes de Estados y representantes de los 194 países miembros de la reunión del clima. Sin embargo, esta elección vino a ratificar la hipocresía de la Cumbre sobre el cambio climático, esa que, en teoría, debiera ser un camino para enfrentar la contaminación y buscar vías para la sustitución de recursos naturales en las industrias.

El país de las pirámides constituye junto a Israel el principal aliado socio-militar de Estados Unidos en la región. Desde 2013 Abdel Fattah El-Sisi preside esta nación, posición alcanzada a través de un golpe de Estado militar. Desde entonces ha convertido a Egipto en uno de los países más represivos del mundo institucionalizando y legislando la vulneración de los derechos humanos en el país.

Según el texto Todo lo que necesitas saber de los derechos humanos en Egipto de Amnistía Internacional , en este país, luego de la instauración del régimen se suprimieron las libertades de asociación y de expresión. “Las autoridades se enfrentan a defensores y defensoras de los derechos humanos, miembros de la oposición política y otros activistas mediante citaciones ilegales, interrogatorios coercitivos, medidas extrajudiciales de libertad condicional, investigaciones penales, enjuiciamientos injustos e inclusión en una lista de terroristas”.

La Cumbre del Clima ha venido a ocultar y hacer un “lavado de cara” al gobierno de El-Sisi. La elección de Sharma- el Sheij, una zona paradisíaca, como sede para el encuentro en lugar de El Cairo tiene una explicación fundada en que la capital egipcia constituye una de las ciudades más contaminadas del mundo con uno de los mayores índices de contaminación del aire, un lugar, donde congregarse a hablar sobre justicia climática, resulta una maquiavélica burla.

Por este motivo la activista sueca, Greta Thunberg, se negó a asistir al encuentro, privándonos de los mejores discursos, dicho sea de paso, porque no iría a hablar de justicia a un país donde no se respetan los derechos humanos básicos y denunció así mismo el “greenwashing”, refiriéndose a la significación de esta Cumbre como la oportunidad de las personas en el poder para “mentir y hacer trampas”.

Por otro lado, la hipocresía en la organización de este encuentro también la apreciamos con un simple repaso a su lista de patrocinadores donde se encuentran los imperios: Google, Vodafone, Bloomberg, Microsoft, Coca Cola, entre otros.

De todos, Coca Cola resulta el mayor oxímoron ya que según Greenpeace  constituye uno de los mayores contaminantes de plástico. Coca Cola “produce 120 mil millones de botellas de plástico desechables al año, el 99% de los plásticos se fabrican a partir de combustibles fósiles, lo que empeora tanto la crisis de la contaminación por plástico como la climática”, declaró John Hocevar, director de la Campaña de Océanos en Estados Unidos de la ONG ambientalista Greenpeace.

En este escenario, el propio secretario general de la ONU Antonio Guterres reconoció el contundente fracaso de las conversaciones de los distintos países para llegar a acuerdos y medidas que realmente contribuyan a frenar el calentamiento global. Los compromisos asumidos por los países hasta ahora son una receta para el desastre.

 

 

“Estamos en una lucha a muerte por nuestra seguridad hoy y nuestra sobrevivencia mañana. Vamos camino a un desastre climático. La humanidad debe elegir: cooperar o morir”. Sentenció Guterres y lo que para algunas puede resultar una afirmación fatalista, se encuentra sustentada en datos, estadísticas y tendencias, constituye hoy día una verdad a disposición de la mayoría que se decide, en muchos casos, ignorar a conveniencia.

Código rojo, efectos devastadores, colapso, emergencia climática, inhabitable, catástrofe son algunos de los términos que se escucharon en la COP 27 de boca de importantes líderes mundiales, sin embargo, los acuerdos internacionales continúan siendo engavetados, rechazados o ignorados por la inmensa mayoría de los gobiernos. La contribución de los países desarrollados a la superación de la compleja situación climática debería corresponderse con su responsabilidad histórica.

Estas responsabilidades se encuentran recogidas de manera explícita en el Convenio Marco sobre el Cambio Climático desde 1992, en el Protocolo de Kioto y el más reciente acuerdo de París. Sin embargo, estas naciones se niegan a reconocer su rol y a contribuir en consecuencia.

Durante su intervención en la cumbre, el presidente Joe Biden ofreció disculpas por la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París mientras permanecía en el gobierno el exmandatario Donald Trump y anunció un conjunto de medidas que prometen reducir las emisiones de metano proveniente de las perforaciones de petróleo y gas de su país de manera exponencial; sin embargo, no mencionó los pagos compensatorios por razón de pérdidas y daños a las naciones más pobres.

A propósito, el presidente colombiano Gustavo Petro aprovechó su momento en la COP 27 para aunar voluntades políticas en torno a la salvación de la Amazonía. Anunció que la nación colombiana destinará 200 millones de dólares durante los próximos 20 años para tal fin y entregó el batón a los demás miembros de la comunidad internacional: “Ahora le toca al resto”.

La intervención de Petro resultó trascendental, además por su postura “radical” para algunos, que escrutina de forma merecida a los gobiernos y a la misma cumbre. “Los tiempos de la extinción que vivimos deben empujarnos a actuar ya y globalmente como seres humanos con o sin permiso de los gobiernos. Es la hora de la humanidad toda”, subrayó el presidente, para quien el mercado y la acumulación de capital constituye la causa principal de esta crisis y por ende no podrá considerarse jamás como su remedio.

Voces como la de Gustavo Petro arrojan esperanza sobre el sombrío panorama y sienta un precedente para el resto de naciones, un llamado a combinar palabra y acción,  que no es más que un llamado también, a la coherencia política, incluso al espíritu de supervivencia.

CUBA EN LA COP 27

Cuba tuvo su representación durante el segmento de alto nivel a través de la figura de Elba Rosa Pérez Montoya, ministra de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, quien resaltó el apremio por tomar acción ante el cambio climática y comentó acerca de la experiencia cubana en su enfrentamiento. “Cuba sigue avanzando en la implementación y resultados del plan de Estado para el enfrentamiento al cambio climático, la Tarea Vida. Uno de ellos es la creación de la Fundación Climática llamada IRIS, Unidos por el Clima, que podemos a su disposición para canalizar esfuerzos nacionales y regionales”, señaló la funcionaria.

La solidaridad climática es dejar de actuar por intereses económicos individuales, es pensar en los que pierden condiciones de vida, es cambiar patrones insostenibles de consumo, es ayudar a los más vulnerables”, destacó Pérez-Moya.

Al respecto, el primer ministro de la República de Cuba, Manuel Marrero Cruz, enjuició a través de su cuenta oficial en Twitter a los países más desarrollados y resaltó su deber de proveer 100 mil millones de dólares anuales para apoyar los esfuerzos del Sur, meta prevista para el pasado 2020 y que ha sido incumplida, ignorando, tanto la gravedad de la situación climática y el contexto global, como su deuda con la degradación ambiental.

La vía de culpar al capitalismo se lee manido y trillado, pero no escapa de ser real: mientras vivamos en un mundo donde se venere más un cuadro de Vang Gogh, Monet o Klimt por su cotización en el mercado elitista del arte que la reducción de la contaminación. Mientras la lucha sea por la persecución de contratos internacionales para el abastecimiento de petróleo y no su sustitución por un recurso menos contaminante.

En tanto las organizaciones más influyentes y ricas tomen decisiones en detrimento del plantea e ignoren la realidad climática eligiendo a países como Egipto o Catar  ̶ sede del Mundial de Fútbol este año y nación con mayores emisiones de gases de efecto invernadero por habitante bajo la cifra 34, 4 toneladas ̶  como enclaves para eventos internacionales, el pasado y las avaricias del presente y del futuro se impongan al cuidado de la Tierra, único lugar habitable para el ser humano hasta el momento, cada día este planeta será un lugar más difícil en el cual existir. 


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Arianna Carmen Ramos Martín

Periodista


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