En su corta existencia como Estado, Israel ha librado cuatro guerras (1948-1949), (1956) (1967) y (1973) En todas ha resultado victorioso no sólo por la eficacia de sus ejércitos, sino por la ineptitud y déficit de motivación de los adversarios. A tales acciones se añaden los bombardeos a los reactores nucleares en construcción de Irak y Siria, las agresiones al Líbano, el bloqueo a la franja de Gaza y otras operaciones. Mediante esos eventos Israel se apropió de territorios de Palestina y de otros estados, algunos de los cuales siguen ocupados.
Todo ello unido al respaldo norteamericano y un eficaz marketing político han proporcionado al Estado judío una imagen de invencibilidad que tal vez esté siendo puesta a prueba. Israel no ha operado militarmente contra Irán por una sola razón: no puede vencer o, como mínimo, no está seguro de poder ganar.
Para vencer a un país es preciso ocuparlo y, bravuconadas aparte, Israel carece de los medios, el entrenamiento y la tradición necesarios para derrotar a Irán, entre otras cosas porque los blancos están a casi dos mil kilómetros de distancia y entre ambos países se interponen tres estados (todos musulmanes) y el golfo Pérsico.
Estados Unidos acumula una vasta experiencia en desembarcos navales, algunos antológicos como el de Normandía, exitosos como los del Pacifico y fallidos como el de bahía de Cochinos, pero todos cruentos y sumamente costosos: En algunos como en Okinawa los comandantes y las tropas se cubrieron de gloria y en otros hicieron ridículos como aquel de 1898 cuando durante la Guerra Hispano-Americana el regimiento de caballería al mando de Theodore Roosevelt embarcó las monturas, el forraje y los jinetes y olvidaron los caballos.
En su breve historia el Estado de Israel se ha destacado por su capacidad para desarrollar relampagueantes operaciones terrestres con unidades motorizadas contra adversarios incompetentes, poco motivados y peor fortificados y siempre con total dominio del aire; en cambio nunca ha librado batalla en el mar ni realizado desembarcos navales sobre costas hostiles y fortificadas. Israel no posee un cuerpo como la Infantería de Marina de los Estados Unidos y probablemente no tenga una docena de lanchas de desembarco.
Si bien el Estado sionista puede realizar operaciones aéreas y navales sobre blancos en Irán, obviamente se expone a la respuesta. Sus aviones, buques y submarinos no son invulnerables ni sus ciudades e instalaciones nucleares están fuera del alcance de la aviación y la cohetería persa y, aunque mediante difíciles maniobras, buques y submarinos de Irán pudieran adentrarse en el mar Rojo y el Mediterráneo y devolver los golpes.
No debe obviarse el hecho de que las defensas antiaéreas de Israel nunca han sido puestas a prueba y, lamentablemente los ciudadanos israelíes, no pueden esperar moderación ni caballerosidad por parte de Irán, que utilizará todos los recursos a su alcance para causar daño.
El arma nuclear, principal argumento militar de Israel, probablemente no sea utilizable debido a que su empleo pone en peligro no sólo a todos los estados del golfo Pérsico, sino también a los de Africa del Norte, el sur de Europa, Rusia y el propio Israel. Cualquier estudiante de secundaria conoce que los vientos del Sahara arrastran polvo del desierto, no sólo hasta España sino incluso hasta El Caribe. Un ataque nuclear de Israel contra Irán tendrá un inevitable efecto global, que puede ser letal.
Para Estados Unidos, que no ganará absolutamente nada con ello, una guerra contra Irán es la operación militar menos rentable que pueda ser imaginada y una aventura que en lugar de resolver alguno de sus problemas puede acrecentarlos, especialmente aquellos asociados al terrorismo.
No obstante el hecho de que Israel no pueda y Estados Unidos no quiera no son garantías suficientes de que el conflicto será evitado. Hay demasiados halcones en posiciones de poder, demasiados orates sueltos, las pasiones están exacerbadas, la retorica es agresiva y las maniobras con tropas peligrosas. Como en tiempos de la Guerra Fría, un tiro escapado a un recluta o un accidente puede conducir a la guerra.
Lo único razonable ahora seria la moderación de las partes o la aparición de un mediador calificado. Descontada la ONU y la Unión Europea, que al convertirse en partes se han descalificado como tales y ante la gestión fallida de Brasil y Turquía que lo intentaron pero Estados Unidos los hizo fracasar, la plaza quedó vacante. Se busca un árbitro que procure un chance a la paz. Es urgente. Allá nos vemos.
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