En 1892, el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, afirmó: “No vi jamás, en mi mucho ver, tierra más triste ni devastada que este rincón haitiano, que del vapor al entrar parece muerto, y no vive, en sus calles fangosas, más que de la limosna y de los apetitos”.
Han transcurrido 129 años, y aquel paisaje que hirió la sensibilidad de Martí poco ha cambiado, pues la nación caribeña está considerada la más pobre del hemisferio occidental. Al igual que luchó contra Francia y fue el primer país en América Latina en liberarse de una metrópoli extranjera, la población haitiana mantiene la fuerza que le permite sobrevivir en condiciones más que precarias, envuelta en penurias y pésimas gobernanzas en las últimas décadas.
En el contexto de la volatilidad política y la crisis humanitaria persistente, los haitianos que no emigran tratan de mantenerse con vida en un clima donde el hambre reina, la violencia de las bandas mafiosas intenta apoderarse del poder político, y una eventual intervención de Estados Unidos, que no será la primera, amenaza aún más la supervivencia.
La inseguridad reina en esa nación del Caribe, que comparte la isla La Española con la República Dominicana. Mientras unos deciden quedarse en su territorio y manifestarse en las calles en protesta contra bandidos de distinta calaña, otros lo abandonan para tratar, al menos, de salvar sus vidas del sufrimiento cotidiano.
Después del paso de la tormenta Grace, las condiciones empeoraron para los damnificados del terremoto. (Foto: El País)
Los últimos meses han sido muy dramáticos en Haití, sin que la inseguridad —no solo la ciudadana— de tregua un día, pues aparecen novedades de todo tipo, desde el asesinato de su último presidente, Jovenel Moïse, hasta la subida del precio de los combustibles y la consiguiente escasez del producto, los secuestros diarios —más de 800 este año, incluidos dos cubanos residentes allí.
A la inseguridad institucional se une la económica y la social, pues en los últimos dos meses 17 misioneros estadounidenses y canadienses fueron raptados por la banda G9, que pretende convertirse en gobierno.
Cualquier análisis que se haga sobre Haití pasa por la miseria en que vive la mayoría de sus 11 millones de habitantes.
El brasileño Adoniram Sanches, coordinador subregional para Mesoamérica de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la Alimentación y la Agricultura (FAO), afirmó que los haitianos pasan “hambre pura”, una situación con una “pésima expectativa” de mejorar a mediano y largo plazo. “Haití siempre ha estado entre el 40 % y 50 % (de hambre), pero ahora llegó casi a la mitad de la población” —agregó.
A ello se une la subida de un 115 % de los precios de los combustibles, que generaron manifestaciones contra el actual Ejecutivo que, según se prevé, celebrará elecciones en 2022 con los mismos cánones antidemocráticos ya conocidos. El cierre de vías por bandas de delincuentes puso en peligro incluso el traslado de medicamentos para combatir la COVID-19 que afecta a más de 20 000 personas, según estimados, pues datos oficiales no hay al respecto.
La pasada semana un fatal incidente ocurrió cuando un camión repleto de gasolina estalló, luego de un choque, mientras decenas de personas intentaban apoderarse del crudo, un producto de lujo. Más de 60 personas murieron. Una vez más la pobreza pasa la cuenta al sector más vulnerable de la ciudadanía.
COLONIALISMO ECONÓMICO
El colonialismo económico está presente en la nación más pobre de América Latina y el Caribe. Situación que, además, poco parece interesarle a la comunidad internacional, dada las circunstancias en torno a las catástrofes naturales que golpearon esa parte de La Española, este y muchos otros años, y cuya ayuda monetaria internacional siempre se extravía en el camino.
Así ocurrió en el 2010, cuando un terremoto de gran magnitud mató a más de 315 000 ciudadanos y prácticamente destruyó la infraestructura habitacional. Desamparados que aún permanecen viviendo en carpas, sin condiciones sanitarias, y lo peor, sin esperanzas sobre un futuro mejor.
Este año, de nuevo la naturaleza golpeó al territorio haitiano, con otro terremoto de magnitud 7,2, un saldo de más de 2000 fallecidos. Además, poco después la tormenta Grace azotó la isla. La ciudadanía de menos recursos sigue en sus viejas carpas o recibieron otras nuevas para refugiarse, en espera, como siempre, de la ayuda externa. Una cuenta de emergencia para resolver problemas estructurales, pero el dinero nunca llegó.
Cifras oficiales indican que un 60 % de los haitianos vive en pobreza, y más de un 10 % en miseria absoluta. Precisamente esa condición es el caldo de cultivo para el nacimiento de las bandas que siembran el terror en el país. Los miembros de los grupos armados o pandillas (baz en creole) son en su inmensa mayoría hombres jóvenes y pobres residentes en las grandes ciudades (áreas con pocos o ningún servicio social, escuelas mal equipadas, sin agua potable y escasos centros de atención médica). Estos muchachos tienen pocas opciones de empleo y enfrentan un futuro desalentador, lo que hace que sea fácil y barato para los políticos y la élite empresarial comprar sus macabros servicios, a menudo por solo unos pocos dólares al día.
Los niños son el sector más vulnerable de la población haitiana.
A diferencia de la mayoría de la delincuencia organizada de otros países de América Latina, que siguen manteniendo gran parte de su autonomía, incluso si dependen de la protección del Estado y de funcionarios electos, los sicarios en Haití sirven a quienes buscan promover una agenda política, perjudicar a un rival económico o garantizar la protección de determinadas instituciones.
Uno de los líderes de pandilla más notorio es un exoficial de policía, Jimmy “Barbeque” Chérizier, quien dirige la banda G-9, integrada por varios grupos, cuya formación presuntamente fue apoyada por el gobierno de Moïse dos años atrás. Ahora, el conocido como Barbacoa exige la renuncia del primer ministro Ariel Henry, a pesar de que la ideología de la mayoría de los líderes pandilleros solo pretende la acumulación de poder o riqueza.
RACISMO CONTRA HAITIANOS
Los haitianos también tienen en su contra el racismo, tanto interno como de otros países, puesto de manifiesto en distintos momentos históricos. Uno de ellos ocurrió cuando el país fue invadido por Estados Unidos en 1915 y se mantuvo allí hasta 1934.
Si los haitianos fueran blancos, la historia quizás fuera otra. Sobre la tradición racista estadounidense en Haití, el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió en 1966: “Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros”. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, por su tendencia, dijo, inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización.
Días después del reciente terremoto de 2021, los exmilitares colombianos presos en Haití por el magnicidio de Moïse, perpetrado el pasado 7 de julio, confesaron el crimen en el que evidentemente hubo un complot en el que participaron miembros de su séquito de seguridad.
En 2017, el mandatario fue reelecto tras un año de proceso demorado. Escándalos de malversación de fondos destaparon la corrupción, de este y anteriores Gobiernos. Múltiples levantamientos populares visibilizaron la crisis permanente.
El magnicidio en su contra se mantiene aún en una nebulosa, pues las autoridades siguen en silencio luego de investigaciones y luchas de poderes que solo han empeorado la crítica situación nacional. Asimismo, el terror que causan las bandas paramilitares mantiene a Haití casi paralizado.
ES HISTORIA VIEJA QUE LOS IMPERIALISTAS NORTEÑOS SIEMPRE MANTIENEN LA MIRADA SOBRE HAITÍ
Hace pocos días, EE. UU. volvió a amenazar a los haitianos con una nueva intervención en sus asuntos internos, esta vez usando la pantalla de República Dominicana, que reclamó una reunión en medio de la crisis de su vecina. El pasado jueves, el gobierno de Joseph Biden convocó a una reunión de “alto nivel” para tratar “la crisis haitiana”, justo después que se anunciara la liberación de los 17 misioneros extranjeros tras dos meses de retención.
Según una nota del Departamento de Estado, Washington quiere trabajar en lo que llamó un “enfoque unificado para ayudar a Haití a restaurar sus instituciones democráticas”, y encargó de la cita al subsecretario de Estado, Brian Nichols.
La reunión llegó también en medio de las presiones del gobierno de República Dominicana, presidido por Luis Abinader, para que potencias mundiales se hagan cargo de la situación haitiana, lo cual, y así indica la historia, siempre concluye en fracaso y causado aún mayores sufrimiento a los locales.
Nichols adelantó que el análisis girará en lo que la Casa Blanca denomina los “retos de seguridad” para Haití, sin especificar qué compromisos asumiría, si se concreta este grupo internacional.
Entretanto, el gobierno descansa sobre el médico y político Henry como primer ministro, quien revocó al Consejo Electoral Provisional, tras un acuerdo con unas 200 organizaciones sociopolíticas. Con ese paso, quedaron aplazados de manera indefinida los comicios presidenciales y legislativos que estaban previstos para el pasado mes de noviembre.
En estas difíciles circunstancias transcurre la vida en Haití. Quizás EE.UU. trate de intervenir nuevamente, pero siempre deberá considerar el papel de las bandas que asumen, en la práctica, el rol del gobierno. Nada bueno ocurrirá, eso es seguro para Haití y su pueblo tan quebrado y adolorido durante más de un siglo.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.