Dicen que los dioses o la naturaleza, según se crea o no en orígenes divinos, cometieron un error de diseño cuando crearon a la especie humana.
Y es que a ciertos segmentos de nuestra rama biológica, líder en la escala animal y abarcadora de los únicos seres vivos dotados de la capacidad de pensar, parecería que les faltaron no pocos ajustes claves en materia de conducta, raciocinio, lógica y decencia.
¿Resultado? Pues una historia humana donde si bien hay héroes ejemplares, actitudes rectas, honestidad y sentido de equidad y justicia, campean además, con demasiada frecuencia, los timadores, los arribistas, lo mentirosos, los ambiciosos, los enredadores, y la gente sin el más mínimo escrúpulo ni límite si ello amenaza, frena o tuerce sus nocivas aspiraciones particulares o sectoriales.
Son los que han matizado nuestro devenir de miles de tropelías y atrocidades contra sus semejantes, y orquestado la implantación de modelos socio-económicos y políticos sustentados en los más oscuros designios.
Y como hasta ahora el fragoso derrotero de nuestra defectuosa especie viene siendo ese y no otro, dolorosamente no nos seguirán faltando las rencillas y pugnas más violentas, hasta que tal vez algún día la razón logre hundir de una vez tanta mala sangre.
Y no es especulación ni deseo de gastar líneas en enredos de palabras. Basta mirar ahora mismo al Este de Europa para confirmar tales enunciados.
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Resulta que un grupo de poderosos asentados en el Norte de este, nuestro Hemisferio, sigue pretendiendo que el resto del planeta debe marchar sin remedio según su unilateral designio, y para lograrlo no importa embarcar a medio mundo en manipuladas empresas que llegan a poner en riesgo, sin mayores remordimientos ni contemplaciones, la tranquilidad y la existencia de todos.
A final, qué si no hace ahora mismo Washington a decenas de miles de kilómetros de sus costas, concretamente en el oriente europeo, pretendiendo trazar arbitrariamente destinos ajenos y embarcando incluso a sus blandengues socios regionales en lances violentos al costo de sus propias cabezas.
Porque no quepan dudas de que nada de lo que hoy acontece en torno a Ucrania responde al pretendido “burdo talante eslavo” ni al “amor por la guerra” de algunos líderes locales.
Ha sido y es Washington el gestor único de tanto desastre, desde su padrinazgo con los neonazis ucranianos para la conversión de aquel territorio ex soviético en punta de lanza contra Moscú, hasta la nada inocente demonización de Rusia y el ilegal y creciente cerco otanista a sus fronteras occidentales con la exigencia de que la soga tranque el pescuezo del Kremlin sin la opción de siquiera chistar.
Y ahora, cuando los diques forzados se desbordan, la estrategia sigue vigente. De hecho, USA encabeza una agria ofensiva diplomática destinada a segregar diplomáticamente a Rusia a cuenta de la “condena” a sus actos defensivos por una tullida “comunidad internacional” integrada únicamente por los más retorcidos adeptos a la Casa Blanca, con la cual instrumenta además cuantiosas sanciones financieras, económicas, comerciales y políticas para “entorpecer y dañar” las bases esenciales del gigante euroasiático y pretender el fomento de agudas insatisfacciones internas.
De hecho, los monopolios energéticos del complejo militar-industrial norteamericanos están de juerga con la paralización del aún por estrenar gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania, el logro del control sobre las urgencias energéticas de Europa Occidental, y los gastos masivos en pertrechos bélicos para que ucranianos y rusos se maten entre sí.
Y en esa cuerda, y al cínico llamado a “apoyar” a una Ucrania que en sus planes unilaterales nunca ha pasado de trillo desechable en el empeño por desbancar a Rusia, reimpulsa Washington una suerte de cruzada para el envío de armas a los extremistas ucranianos a nombre de apuntalar su “resistencia al invasor”, con lo que evidentemente el hegemonismo ha empezado a apostar por un empantanamiento militar ruso semejante al de sus propias tropas en Viet Nam entre la sexta y séptima decena del pasado siglo, o al de la URSS en Afganistán durante los años ochenta de la propia centuria.
Por lo demás, allá esa anuente Europa Occidental si ahora tiene que desembolsar cifras astronómicas por la importación de gas licuado norteamericano más caro a cuenta de su prolongado y tortuoso traslado allende el Atlántico, o si a la larga se ve enredada directamente en una nueva guerra regional de consecuencias funestas.
Mientras, desde sus presuntamente indestructibles almenas, los hegemonistas gringos estarán esperando impacientes el acariciado y solaz instante de atiborrarse con los despojos ajenos después de matar varios pájaros de un tiro.
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