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jueves, 14 de noviembre de 2024

¿El síndrome de fragmentar?

Ganen o no referendos y disputas, lo cierto es que los anhelos separatistas en Europa están dejando ver su rostro con significativa frecuencia...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 08/09/2014
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Con creciente preocupación algunos medios occidentales de prensa- ya se sabe a cuales hacemos referencia- comienzan a abordar el tema del fantasma separatista que revolotea con insistencia creciente sobre ciertas naciones de Europa.

No es, por supuesto, un tema novedoso en la región ni en el resto del orbe.

Ya sea por los caprichos al implantar fronteras artificiales, las divergencias de credos, ideas y costumbres,  las maniobras políticas, o los justos deseos de reivindicación, el tema del separatismo ha saltado más de una vez a la palestra pública, como indicio cierto de que aún subyace profundamente en la realidad mundial.

Y en nuestras horas, una sonada experiencia en cuanto a aquello de romper viejos esquemas estatales y probar suerte por si mismos, tendrá lugar el cercano dieciocho de septiembre, mediante la realización del programado  referendo separatista en Escocia, que junto a Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte, conforman hasta ahora el añejo Reino Unido.

Es decir, que las tierras bajo control de sus majestades británicas podrían quedar seccionadas definitivamente si los escoceses se deciden por una independencia que, al decir de sus cismáticos líderes, supondrá  salvar las angustias económicas y sociales que se derivan de la pertenencia a una entidad nacional en nada ajena a la actual crisis económica regional y global.

Y aún cuando sondeos británicos insisten en que el separatismo escocés está en ligera desventaja con respecto a la idea de mantener a la región dentro de la esfera del Reino Unido, los líderes de la independencia no cejan en explayar sus argumentos a favor de romper amarras.

Así, en un reciente debate público sobre el tema, uno de los voceros separatistas recordaba que, con una economía de doscientos cincuenta mil millones de dólares al año, una población de cinco coma dos millones de personas, su industria petrolera (90 por ciento de la nacional), y bases nucleares submarinas, Escocia viviría mucho mejor si no tuviese que cargar con los errores y las ineficacias de Londres.

Y si bien algunos expertos indicaron que tales declaraciones no llegaron a aportar muchos nuevos votos a los separatistas, si fortalecieron las dudas entre los electores.

Lo cierto es que el separatismo en Escocia y el referendo en que medirá fuerzas dentro de unos días, han incentivado las pasiones independentistas en otras partes de Europa, sumida en una crisis económica y social con origen en los Estados Unidos desde hace más de seis años y sin soluciones a la vista.

En consecuencia se refuerzan los llamados a la secesión en las regiones españolas de Cataluña y el País Vasco, o en las zonas  de origen flamenco y de habla francesa de Bélgica.

A ello deben añadirse los llamados a la partición  en el norte de Italia; en la isla de Córcega, perteneciente a Francia y ubicada ante su costa sureste, o entre la comunidad húngara sumada a Rumanía, entre otros puntos europeos donde la fragmentación hace nido, incluso desde hace muchos decenios.

Separatismos, vale indicar, que suelen tener los más diversos signos, desde el impulsado por una derecha irascible y agresiva que se apoya en un nacionalismo de corte furibundo y xenófobo, hasta el que pretende justificadas reivindicaciones negadas sistemáticamente por el poder central, sin olvidar el que responde a una defensa legítima del derecho a vivir en paz y seguridad (Este de Ucrania), o el inducido por intereses geopolíticos ajenos, como el forzoso y sangriento desmembramiento de Yugoslavia a cuenta de Washington y sus aliados de la OTAN apenas unos años atrás, por solo citar el escenario europeo.

Y sin dudas, la “prueba de fuego” del referendo escocés de este dieciocho de septiembre recalienta los motores de un asunto que no está, ni mucho menos, en el punto muerto del motor global.

Esperemos entonces por las noticias desde Edimburgo y por sus consecuencias regionales.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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