Los resultados de las recientes elecciones regionales en Colombia disparan dardos envenenados contra el presidente izquierdista Gustavo Petro, quien, no obstante los números, encuentra motivaciones para fortalecer la fragmentada coalición Pacto Histórico a partir de su decisión de gobernar con todos los triunfadores desde las bases.
El pasado día 29, cerca de 39 000 000 de colombianos fueron convocados a elegir 1102 alcaldes, 32 gobernadores, 12 072 concejales, 418 diputados y 6 885 ediles para el período 2024-2027. Votaron 23 030 000. La abstención, un elemento siempre visible en esa nación suramericana ascendió esta vez a un 40,78 %, lo que se considera una cifra baja en relación con otros comicios.
Tanto voceros de agrupaciones ganadoras como la prensa hegemónica que domina el escenario nacional indican que los comicios fueron un plebiscito a la gestión de Petro, cuando en realidad constituyen un impulso para que se fortalezcan los núcleos del Pacto Histórico y el mandatario abra para distintas tendencias sus proyecciones y programas políticos, económicos y sociales, varios de ellos ya puestos en práctica.
El pasado domingo, Colombia eligió 1 102 alcaldes y 32 gobernadores. Los números del escrutinio ratificaron que las variables de cada territorio respondieron a dinámicas locales más que nacionales.
Ningún partido o movimiento político puede considerarse gran vencedor o gran perdedor en esas regionales, donde predomina el interés local por la supervivencia y la economía familiar. Si se revisan los intereses de las grandes ciudades, la mayoría de las preocupaciones recae en la inseguridad, mientras en las áreas rurales en la presencia de actores armados.
Por tanto, los electores decidieron por opciones que, según la propaganda de campañas locales, aspiran a la estabilidad, a lo conocido, y a resolver sus situaciones individuales más que a cambiar de fondo el país.
Mientras que los voceros de agrupaciones tradicionales consideraron los resultados como un revés para Petro y su gobierno, el asunto es, en la realidad, mucho más complejo, pues demuestra que el fallo ocurrió porque la alianza que lo llevó al poder carece de experiencia y proyección a nivel local y regional, un momento que deberá ser revertido en lo inmediato.
El Pacto Histórico, que no es un partido sino una coalición, llegó dividido a estos comicios y no presentó candidatos fuertes en las alcaldías más sonadas del país.
El tiempo corre y Petro prometió a los colombianos en su campaña acabar con la pobreza, la desigualdad y la violencia, y para ello la agrupación que lo candidateó necesita sentar nuevas bases para recobrar su robustez y eficiencia, con presencia en todo el sistema político nacional.
Lo cierto es que, como suelen decir los politólogos de la nación cafetalera, unas elecciones regionales no se pueden leer con los ojos de las presidenciales: lo local no es lo nacional. Y este año no fue la excepción.
Cada uno de los comicios fue un mundo. Este 2023 hubo una nueva variable: participaron 35 partidos distintos, lo que señala un momento muy especial en un país que hace 30 años solo sabía de dos agrupaciones.
Colombia, por la accidentalidad de su geografía y el desarrollo desigual y excluyente de sus regiones, es un país de poderes locales, lo que ahora se hizo más visible.
Los medios de prensa opositores hicieron su propaganda postelectoral basada en el peligro que los comicios tuvieron sobre la gobernabilidad del país y hasta de la presencia del presidente en los próximos meses.
Esa mirada simplista, que puede repercutir en quien no conoce las características de Colombia, da a entender que la administración Petro podría caer en poco tiempo por falta de apoyo en las bases políticas. Sin embargo, el mandatario no fue el enemigo en estos comicios, pues a nivel local siempre juegan más los intereses territoriales de los votantes.
Aunque los alcaldes ganadores de las grandes ciudades son opositores a Petro, ello no significa que todos sean parte de un frente único que amenace la gobernabilidad nacional.
En las regionales de hace cuatro años, los elegidos en su mayoría eran figuras poco conocidas, alejadas de los núcleos tradicionales que habían gobernado durante décadas. Pero ahora, ganaron los asociados a estructuras vinculadas a las grandes empresas y a una manera utilitarista más que ideológica, de hacer política.
Se equivocan quienes piensan que Petro fue el gran perdedor. Cuando se postuló a la presidencia, se acercó a familias o a grupos de ellas que son los decisores en las regiones y municipios, quienes le apoyaron en su viaje hacia la primera magistratura.
Ahora, los barones de esos territorios –terratenientes y ganaderos en su mayoría- volvieron al poder, una ocasión que con certeza no desperdiciará el mandatario para una mejor ejecución de sus proyectos económicos y sociales. Aunque recibió un golpe, el mandatario izquierdista está garantizando con esas presencias una mayor eficiencia en su gestión.
En una intervención poco después de conocerse los resultados del sufragio, lo dejó bien claro: trabajaré con todos los gobernadores y alcaldes, con independencia de cuáles sean sus partidos políticos.
En la actualidad, han cesado de momento las hostilidades con el Ejército de Liberación Nacional y con el Estado Mayor de las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), mientras el Clan del Golfo, una banda paramilitar que responde a los hidalgos del tráfico de drogas, aun mantiene una actitud hostil a las conversaciones.
Sin embargo, en estos comicios, por primera vez en al menos seis décadas, ninguna de esas organizaciones, ni siquiera la paramilitar, hizo una escaramuza, por lo que los comicios se realizaron en un clima de paz total reclamado por el presidente y antiguo alcalde de Bogotá, la capital edificada sobre una meseta de la nación andina.
La tranquilidad observada constituye una victoria de la administración de Petro y su política pacificadora, que ha sentado en la mesa de negociaciones a quienes en otros momentos se consideraban enemigos irreconciliables.
En un rápido mapeo de los resultados en las mayores ciudades se observa el comportamiento de un electorado disperso desde el punto de vista ideológico.
En Bogotá, la capital, ganó Carlos Fernando Galán, un viejo conocido de la centroizquierda, que trajo a su campaña propuestas nuevas para ganarle a Claudia López, la saliente alcaldesa.
Para quienes atacan al presidente, la capital colombiana es un ejemplo de indefiniciones. Esta es la tercera oportunidad en que se presentaba Galán y lo hizo con apoyo de votantes de todas las corrientes. Este político representa una conjunción de posturas que prometen eficiencia, seguridad y sentido común pero sin mucha ideología. Incluso su partido Nuevo Liberalismo salió mal parado en las últimas legislativas y presidenciales. Otra prueba de que regionales y presidenciales son mundos diferentes.
En Medellín, capital de Antioquía, cuna del paramilitarismo y segunda ciudad en importancia del país, Federico Gutiérrez es el nuevo alcalde y se le considera un seguidor del derechista exmandatario Álvaro Uribe.
El Pacto Histórico mantuvo el poder en solo dos gobernaciones (Nariño y Magdanela), aunque aun no están completos los cómputos del escrutinio.
En ese complejo panorama, el presidente hará lo imposible, dijo, para acabar con la pobreza y desigualdad social.
Por tanto, estos comicios regionales pueden tornarse parte del camino en la gobernanza del mandatario izquierdista, un político humanista que cada día gana más prestigio en la arena internacional por su apoyo a la integración económica, las causas justas y la búsqueda de la paz entre naciones.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.