Como se había repetido una y otra vez antes de los tres días que duró la votación presidencial en Egipto, el exjefe de las fuerzas armadas, Abdulfatah al Sisi se transformó en el nuevo presidente del país.
El alto cargo militar se había postulado como amplio favorito en unos comicios donde contó con un solo oponente, el socialista Hamden Sabahi, y luego de haber depuesto por la fuerza al presidente islamista Mohamed Morsi unos once meses atrás.
La victoria de Al Sisi confirma, además, las afirmaciones de no pocos analistas que consideraban que la poderosa influencia de las fuerzas armadas en la vida nacional sería determinante en el resultado de los comicios.
De hecho, los cuarteles controlan buena parte de la actividad económica egipcia, poseen cuantiosas inversiones, e incluso cuentas financieras que no pueden ser controladas por ninguna institución oficial.
Según datos de prensa, la votación se prolongó por tres días para “dar acceso a todos los ciudadanos”, y el exjefe castrense obtuvo finalmente 96 % de las boletas, contra 3,8 % de su oponente.
Solo que, no obstante la ampliación de los plazos para acudir a las urnas, la no concurrencia se situó por encima del 50 %, lo que ha hecho que grupos descontentos y voceros de la oposición expresasen que en realidad la victoria fue para el abstencionismo.
Estudiosos de la situación interna egipcia resaltaron además lo que denominaron “la campaña represiva” que precedió a las elecciones.
“Los partidarios del depuesto Morsi —dijeron esas fuentes— resultaron las primeras víctimas de la implacable persecución lanzada por Al Sisi que ha dejado más de 1 400 muertos y cerca de 15 000 detenciones. Ahora el objetivo de las fuerzas del orden y de la justicia son los jóvenes progresistas”.
En efecto, apenas cerrado el conteo, se dio a conocer que una reunión de información sobre los comicios organizada por la entidad juvenil Seis de Abril, en la cual se hablaba de “irregularidades y falsificaciones” en las urnas, debió concluir abruptamente cuando alguien alertó sobre la llegada de policías y militares para detener a los promotores.
Según los citados voceros del movimiento Seis de Abril, grandes empresarios ligados al régimen del expresidente Hosni Mubarak, depuesto por la revuelta popular de 2011, “amenazaron a sus trabajadores con despedirles si no votaban por Al Sisi”.
Al mismo tiempo, añadieron, miembros de la campaña del exjefe militar utilizaron “las mezquitas para hacer propaganda electoral e incitar a los egipcios a votar, cuando hace dos años acusaron a los Hermanos Musulmanes de usar la religión para ganar las elecciones”.
Lo cierto es que Al Sisi limitó sus exhortaciones electorales a videos transmitidos por la televisión local, y obvió masivos actos en los cuales exponer públicamente sus intenciones de gobierno.
Mientras, muchos de sus partidarios se ocuparon de proyectar la imagen del ex alto oficial como la de un “hombre clave para el país”, a causa de provenir de la filas de la institución más poderosa de Egipto.
Y mientras en Washington y otras capitales occidentales se hacen tibias referencias al hecho de que los comicios fueron ciertamente restringidos en materia de candidatos, lo real es que las fuerzas armadas egipcias se cuentan entre los grandes beneficiarios de la ayuda militar norteamericana al exterior, por lo tanto, el nuevo presidente no es una figura anodina para la Casa Blanca y el Pentágono.
De hecho, medios estadounidenses de prensa significaban por estos días el ambiente de reconocimiento que primaba entre los círculos oficiales locales con relación a los acontecimientos políticos egipcios.
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