Pensemos de manera simple y directa. ¿Explotaría o no quien ve amenazado su hogar, su familia y su propia existencia por gente hostil y prepotente que además exige y demanda una aceptación mansa e irremediable de semejante dislate?
¿Acaso hay que dejarse degollar sin alternativa para morir como pretendido santo antes que enfrentar con firmeza al agresor aún cuando luego se le tilde por ciertos intereses como Satán incontrolado?
Porque si algo podría señalarse a Rusia es tal vez haber esperado más de lo debido por el ejercicio de una pretendida “buena voluntad” de sus oponentes que, a la larga mostró ser pura vesania e indecencia política.
Vale recordar que con la caída de la URSS, una de las consignas hegemonistas propugnó de inmediato el deber de los Estados Unidos de no permitir la existencia de nuevas potencias rivales, de ahí el oportunismo de sus acciones injerencistas desde los horas preliminares de la disolución soviética, bien aprovechando a “aliados locales” como el beodo Boris Yéltsin, bien ganando terreno en los primeros momentos del ulterior cambio de gobierno en Moscú, asido todavía a la esperanza de una relación menos ríspida con Occidente. Al fin y al cabo la pugna ideológica global parecía liquidada por el momento y la buena vecindad global no aparentaba un imposible.
De ahí que, pasados los años sobre la misma tensa cuerda a cuenta de la hostilidad ajena, nada de extraño tiene que Rusia se vea compulsada a hacer ahora, en su legítima defensa, lo que militarmente está ejecutando en Ucrania, una nación esta última –vale reafirmarlo- llevada al matadero por Washington, sus restantes serviles socios de la OTAN, y las extremistas fuerzas locales reclutadas por Occidente para la ejecución de la “revuelta de 2014” que abrió espacio a la actual y definitiva provocación hegemonista.
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Y es que no es un cuento precisamente el hecho concreto y comprobable del cerco cada vez más estrecho de las fuerzas otanistas a Rusia, sumada luego Ucrania, en favor del empeño gringo de sacar de juego a uno de sus principales rivales geopolíticos de estos tiempos.
Según el analista italiano Manlio Dinucci, es inobjetable que la “marcha hacia el Este” comenzó en 1999, “el año en que la OTAN destruyó Yugoslavia haciéndole la guerra, después de haber anunciado –en su cumbre de Washington– la intención de realizar “operaciones de respuesta a las crisis fuera del territorio de la alianza, olvidando que se había comprometido con Rusia a no extenderse ni una pulgada hacia las fronteras del gigante euroasiático.”
¿El resultado? En dos decenios la OTAN, que antes contaba con dieciséis Estados miembros, hoy suma a treinta países -precisa Dinucci- entre ellos ex estados socialistas del oriente europeo, ex integrantes de la URSS, y los nuevos territorios surgidos de la degollina occidental en Yugoslavia, todos sumados a la acérrima mala voluntad contra un Kremlin inicialmente interesado en relaciones estables, respetuosas y mutuamente ventajosas con Washington y Europa Occidental, y sobre cuyas fronteras recibió además el peso adicional de una Ucrania hostil y con determinante presencia en el poder de los grupos neofascistas que lideraron la ya citada “revolución de colores” de 2014, amén del abierto despliegue de las fuerzas militares otanistas.
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En ese sentido otro analista, el galo Thierry Meyssan, recordaba en estos días que en octubre último la subsecretaria norteamericana de estado, Victoria Nuland, luego de una ríspida y prepotente visita a Moscú, marchó a Kiev con la tarea de colocar el neofascista y viejo aliado de Washington, Dimitro Yarosh como consejero especial del comandante en jefe del ejército ucraniano.
A su vez este personaje- escribe el reconocido estudioso francés- oficializó dentro de las fuerzas armadas ucranianas la presencia del titulado Batallón Azov, “que es un grupo verdaderamente nazi, con insignias nazis y todo, y que está dirigido por el titulado Fuhrer blanco Andrey Biletsky.”
Yarosh ya había además cooperado ampliamente en 2007 con USA en el envío de yihadistas a Chechenia contra Rusia, en la realización del golpe de estado en Ucrania en 2014, y en las acciones punitivas contra la población de origen ruso en el Donbas. En pocas palabras todo un violento “cuadro anti Kremlin” elevado de rango a instancias de su protector allende el Atlántico.
Por lo tanto no es extraño que ahora mismo desde Siria se denuncie el subrepticio traslado por Washington de terroristas de Al Qaeda y el Estado Islámico a Ucrania, y que la señora Hillary Clinton clame por cundir a ese país euro oriental de extremistas tal como hizo la Casa Blanca en Afganistán a fines de la década del pasado siglo para provocar la entrada de tropas soviéticas en apoyo de la autoridades legítimas de Kabul y someterlas a un ulterior empantanamiento en un costoso y desgastante conflicto bélico.
De manera que si bien las soluciones militares son lamentables y pueden resultar un drama desgarrador para cientos de miles de personas, no es menos cierto que quienes en verdad las provocan y generan son aquellos que hacen del irrespeto al derecho y la integridad ajenos la esencia de sus ansias de poder absoluto…lo demás es culpar al pollo de que le retuerzan el pescuezo.
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