En efecto, mientras la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, CELAC, acudirá estos días 10 y 11 de junio a Bruselas con la conciencia plena de la urgencia de trabajar por diversificar sus nexos internacionales, la Unión Europea va a la mesa con el lastre de una urticante y dañina dependencia con relación a las políticas norteamericanas.
Se trata esta nueva conferencia de la segunda cita que al más alto nivel realizan ambas entidades integradoras. La primera ocurrió en Chile en 2013 con el temario centrado en “la colaboración en materia comercial y la promoción de las inversiones con calidad social y ambiental.”
Ahora, con una agenda bajo el título “Modelar nuestro futuro común: trabajar por unas sociedades prósperas, cohesivas y sostenibles para nuestros ciudadanos”, pretenderá la Cumbre dar segimiento a un fólder común cuyos polos claves se sustentan en intercambios sobre multilateralismo, derechos humanos, lucha contra el terrorismo y la impunidad, comercio e inversión, desarrollo sustentable, cooperación para la paz y solución pacífica de controversias, crisis económica y financiera, cooperación birregional, migraciones, delincuencia organizada transnacional, asuntos de género, y mecanismos de coordinación y cooperación sobre drogas, entre otros aspectos.
Para una América Latina y el Caribe en tiempos de trascendente renovación, el diálogo con Europa forma parte de una apertura sin precedentes al resto del Mundo, en el entendido de que la verdadera independencia y avance regionales no podrán lograrse bajo la carencia de horizontes y la atadura casi total a un centro foráneo de poder de neto carácter hegemonista como el estadounidense.
De ahí que los contactos estrechos con otras naciones y conglomerados resulten importantes contribuciones a ese esfuerzo.
De hecho, son sumamente notables y cada vez más intensos y multifacéticos los lazos del Sur de nuestro Hemisferio con poderosos Estados como Rusia y China, cuyas políticas externas y de cooperación, junto a su apego a la multipolaridad como eje del devenir de la comunidad mundial, encajan perfectamente con las aspiraciones crecientes de nuestros pueblos, lo que convierte a ambos interlocutores en netos aliados de orden estratégico.
La Unión Europea, a su vez, podría perfectamente situarse a tan elevado nivel. Posee para ello una ventaja histórica devenida de los lazos coloniales que por siglos mantuvo con el Sur del Hemisferio americano.
Sin embargo, las graves magulladuras provocadas por una política de subordinación a Washington sin dudas le restan alcance, maniobrabilidad y posibilidades de concreción de puentes que le serían sumamente beneficiosos.
Así, y a la zaga de los cánones hegemónicos de factura norteamericana, la UE se ha convertido en uno de los campos preferentes sobre los que se ha descargado la crisis económica que estalló en 2008 en los Estados Unidos y que aún lastra a buena parte del orbe.
Eso limita sin dudas sus posibilidades productivas y financieras y la coloca en desventaja en sus presumibles afanes de ganar espacios en nuestra área geográfica.
Por demás, el seguir los pasos geopolíticos Made in USA establece contradicciones con las percepciones cada vez más independientes de América Latina en torno a la problemática mundial que, por ejemplo, rechazan de plano la violencia en los vínculos globales, condenan las imposiciones de criterios, desaprueban la violación del derecho a la autodeterminación de los pueblos, reclaman el respeto y el cumplimiento de las leyes internacionales, y declaran a esta parte del mundo como espacio de paz y entendimiento.
Y si bien de seguro estará en el espíritu de no pocos de los presentes en Bruselas el insistir en cuanto pueda unir e identificar al Viejo Continente con los pueblos del Sur americano, sin dudas todo sería más viable y diáfano si la Europa unitaria exhibiera un proceder y un cuadro signado por menos aspectos reprochables y negativos.
Queda por ver si finalmente los herederos de los viejos imperios occidentales logran salvar tales barrancos y, lejos de continuar como segundones de los poderosos intereses hegemonistas, retoman el camino de aquellos líderes regionales que no hace tantas décadas atrás pujaron inútilmente (hasta hoy) por una Europa más genuinamente europea y capaz de proteger y desarrollar sus propias y autóctonas líneas de conducta.
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