Con la elección del ultraderechista Iván Duque, hijo político de Álvaro Uribe, como nuevo presidente de Colombia, se prevén días aciagos para ese país dominado por el narcotráfico y designado dueño de la llave del control geopolítico de la región por su histórico socio Estados Unidos.
Duque, quien ganó con más de 10 millones de votos el balotaje del pasado día 17, recibe una nación militarizada con delicados asuntos pendientes, entre ellos el cumplimiento del Acuerdo de Paz con las fuerzas guerrilleras desactivadas. No planteó planes de estabilidad interna, sino que, por el contrario, prometió hacer trizas el documento, lo cual puede traer para él una negativa repercusión interna, luego de una guerra civil de medio siglo y ocho millones de víctimas.
El triunfo de este exdiputado, postulado por partido Centro Democrático, fundado y liderado por el senador Uribe, demuestra, como aducen algunos analistas, que Colombia cayó en las manos perfectas para la derecha, debido, en buena medida, a la campaña de terror desatada contra el candidato centroizquierdista Gustavo Petro, de Colombia Humana-Coalición por la Paz. Petro y sus posiciones progresistas fueron atacados por los medios hegemónicos que mintieron catalogándolo de un “nuevo Nicolás Maduro”, el presidente venezolano acusado de dictador por las fuerzas conservadoras. Esa matriz de opinión que desembocó en un temor colectivo favoreció a Duque, considerado una marioneta de Uribe y de la Casa Blanca, pero que les sirve para que consideren a Colombia un país democrático.
El nuevo mandatario recibe una nación empobrecida, pero que es el bastión militar de la Casa Blanca para aniquilar, en especial, al gobierno democrático venezolano. Y no se esconden para hacerlo. En este ítem de la guerra, Colombia está llamada a jugar un papel decisivo para el ingreso de Estados Unidos en Suramérica, tratar de derrocar a Maduro y eliminar los poderosos movimientos populares existentes en Argentina, Brasil, Chile, Honduras y Guatemala.
Desde el pasado 31 de mayo, es el único “socio global” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Latinoamérica, y puede tener un papel importante en la cooperación militar con los países más poderosos del planeta. Poseedor de los mayores sembradíos y exportación de drogas en la región, tiene fronteras con Venezuela, Ecuador y Brasil, además de costas en el Pacífico y en El Caribe. Según la revista Military Power, Colombia dedica el 3,4 % del Producto Interno Bruto anual a la Defensa, la mayor cifra en la región, de acuerdo con el Balance Militar de América del Sur 2017.
En este contexto es que Duque advirtió que una vez asuma el Palacio de Nariño hará “correcciones” al Acuerdo de Paz firmado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, convertidas en el partido Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común, aun sin influencia política alguna. Con el saliente Juan Manuel Santos, el peor Premio Nobel de la Paz conocido, primero, y Duque después, se plantea un escenario desfavorable a la declaración de América Latina y El Caribe como Zona de Paz suscrito por los 34 miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en 2014 en La Habana.
Pero todo no es color rosado para el nuevo presidente. A pesar del plan de aniquilamiento de líderes políticos, activistas sociales y exguerrilleros, los partidos y movimientos populares salieron muy fortalecidos de los comicios. Petro sostuvo que “Si Duque gobierna con quienes lo ayudaron a ganar, ese gobierno queda herido de muerte”, al tiempo que invitó al electo mandatario a “separarse de quienes le ayudaron a ser elegido”, en alusión a Uribe y los conservadores más furibundos.
En cuanto a su futuro y el de Colombia Humana, el exalcalde de Bogotá se ubicó rápidamente en la oposición, un papel que la sociedad le confirió mediante los ocho millones de votos recibidos y las fuerzas políticas de apoyo. Hasta este 2018, las sucesivas administraciones distribuidas de los partidos Liberal y Conservador, neutralizan a los opositores mediante la represión, la infiltración y la cooptación de las bandas paramilitares del narcotráfico, creadas por Uribe en los años 80 cuando fue gobernador de Antioquia. Fue en ese Estado donde Duque obtuvo la mayor votación con más de un millón de boletas, aunque él nació y vive en Bogotá.
Para el periodista e investigador Carlos Fazio, el vicepresidente de Santos, el general retirado de la Policía Nacional, Oscar Naranjo, es “uno de los arquitectos de la actual narcodemocracia colombiana”,¨ caracterizada por una fachada electoral que denominan democracia. Naranjo, miembro de la Agencia Antidrogas Estadounidense (DEA) fue exportado por Estados Unidos para Suramérica. En Colombia desarticuló los cárteles de Cali y Medellín y en 1993 acabó con la vida del capo Pablo Escobar.
La astucia ideológica de la derecha logró imponer sus ideas a un país, lo cual demuestra que una minoría unida y con intereses claros puede imponerse ante sectores separados por distintas razones. Tanto derechistas como izquierdistas o progresistas saben cuál es el futuro de una Colombia respaldada por siete bases militares norteamericanas y que la unión de Duque con el uribismo impedirá cualquier avance en el orden interno en lo que respecta a una mejoría de la calidad de vida de la población más vulnerable de las zonas rurales, en especial.
Para varios analistas, su victoria confirma el debilitamiento de las izquierdas en el subcontinente y la necesidad de la unidad en bloque para revertir el actual proceso de derechización continental. Aunque ganó esta lid, al examinar las cifras en bruto, Duque debía sentirse inquieto sobre su futuro gobierno, pues la mayoría de los colombianos no votaron por él, según afirma el doctor Álvaro Cuadra, doctor de la Sorbonne de París, Francia.
Hubo una abstención del 47% entre las 36,2 millones de personas habilitadas para votar, casi la mitad del electorado, mientras las boletas en blanco ascendieron a 4,2%, las nulas 1,36% y las no marcados 0.45%. Votaron, en total, 18 511 168 personas. Duque tendrá un movido período gubernamental de cuatro años en el que, entre otras exigencias que le harán, tratará de eliminar la integración lograda por los gobiernos progresistas surgidos a partir del triunfo del presidente venezolano Hugo Chávez en 1998.
Para Colombia, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), de la que pidió separarse, y la CELAC, son letra muerta. Aunque Petro y otros líderes progresistas fijaron posiciones contra Duque y su ideología, más aun ante la proximidad de elecciones municipales, es de esperar respuestas oficiales duras para eliminar los bolsones de resistencia.
La situación en América Latina es precaria e inestable. Las fuerzas populares colombianas pueden dar el ejemplo —al igual que las argentinas— para originar posibles cambios en el actual mapa geopolítico. Basta observar los problemas acumulados en Perú, Brasil, Honduras, Guatemala, Argentina.
En México, es casi seguro que ganará el izquierdista Andrés Manuel López Obrador el próximo día 1, y a la antigua nación de los aztecas hay que tenerla bien en cuenta a la hora de tomar decisiones.
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