Desde 2018, por orden expresa de Donald Trump, los Estados Unidos se desentendió unilateralmente del Plan Integral de Acción Conjunta, PIAC, suscrito tres años antes por el propio Washington, Irán, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y China, en torno al programa de Teherán para el uso pacífico de la energía nuclear.
Según el objetor de turno, el trabajoso protocolo era “contraproducente y malo”, por tanto la primera potencia capitalista no podía admitirlo a menos que se hicieran las enmiendas y correcciones que hartasen las expectativas de los grupos extremos de poder dentro de la primera potencia capitalista.
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Así, durante largos años, el PIAC se ha visto paralizado y saboteado a cuenta de la prosaica decisión oficial norteamericana y la tibieza y el temor de sus aliados occidentales dentro del protocolo para asumir posiciones independientes y tajantes en torno a sus decisiones originales con respecto al documento.
Sobre el reclamo de sus derechos y el ejercicio de una responsabilidad absoluta con los compromisos contraídos a pesar de la ausencia gringa, Irán no solo enfrentó las dilaciones eurooccidentales con el apoyo de Moscú y Beijing, sino además impulsó al menos ocho sesiones de trabajo en Viena en las últimas semanas que lograron poner a punto la buena marcha del Plan a pesar de la notoria e intencionada abulia de la Oficina Oval para coartar el logro de un final promisorio.
De hecho, Teherán se ha visto obligado a reiterar a Washington que no esperará eternamente por sus prórrogas, y que no admitirá dislates en el cumplimiento de la letra original del pacto y la eliminación de las sanciones impuestas por los Estados Unidos a Irán a raíz de la decisión unilateral de Trump en 2018.
Y, según fuentes iraníes, y a pesar de las vueltas gringas, ya se había logrado entre los restantes firmantes del PIAC un consenso muy avanzado que podría desatascar la aplicación correcta y válida del llevado y traído protocolo.
Ha sobrevenido entonces la guerra provocada por Washington y la OTAN a cuenta de su calculada intolerancia hacia los decisivos reclamos del Kremlin por la conversión de Ucrania en punta de lanza adicional en su expansionismo hacia el Este, y la inadmisibilidad de que se cruce impunemente esa intocable línea roja.
Y, en ese explosivo escenario, y con su sempiterno e hipócrita oportunismo, la Casa Blanca parecería inclinada también a intentar reescribir la sucia historia de su comportamiento con relación al pacto nuclear iraní.
Y el clavo del que se agarra el gobierno de Joe Biden es el lógico reclamo ruso de que se garantice debidamente que el racimo de sanciones en su contra elaborado en tales circunstancias por Occidente, no interfiera sus intensos vínculos bilaterales con Teherán una vez restablecido el PIAC.
Así, por estos días, la gigantesca productora gringa de bulos se ha hecho eco de que el gobierno que dio la espalda unilateralmente al acuerdo nuclear, “acusa” a Rusia de “una nueva paralización” del protocolo con semejante solicitud, y hasta admite estar elucubrando un “pacto alternativo” que se asuma sin la participación del Kremlin.
En pocas palabras, dos pájaros muertos de un tiro: la reelaboración del acuerdo con influencia yanqui garantizada con el apoyo de sus maleables socios eurooccidentales, y la exclusión de un negociador histórico y fundamental como Moscú.
A la vez, la oportunidad de dejar caer la responsabilidad del nuevo estancamiento a la terquedad de una “potencia agresora” que solo aspira a parar los golpes que se le vienen encima.
Y lo lamentable es que, como en otras muchas cosas, no faltarán seguramente los trémulos gestos de asentimiento de los corifeos que sellaron su boca e inclinaron la vista ante la insolencia de Donald Trump años atrás, y que ahora apuntarán el dedo acusador contra Rusia por un reclamo elemental y totalmente razonable.
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