Embullados por lo que consideran un “golpe maestro” hegemonista contra Moscú por intermedio del desguace ucraniano, los poderes fácticos norteamericanos desesperan por propinar porrazos simultáneos contra Beijing.
Y por descabellado que sea asumir pretendidos “éxitos extraordinarios” de Occidente frente a la impuesta e ineludible respuesta militar rusa contra Kiev, parecería que la aventurada encomienda dada a la Casa Blanca por la claque totalitaria de factura Made in USA se estima erróneamente por sus gestores como un pivote ideal para alargar las uñas hasta una China que ya asume y le disputa a Gringolandia los primeros lugares mundiales en no pocas ramas esenciales.
Así, con una Europa Occidental descocada y carente de voluntad propia aún cuando le cueste el pescuezo, la Oficina Oval ha apremiado a la OTAN para intentar horadar las murallas del gigante asiático a cuenta de acelerar planes desestabilizadores en Taiwán, tramar provocaciones de toda índole, y establecer inconsultas nuevas alianzas militares que sigan sumando ajenos a la carne de cañón sobre cuyos despojos Washington recogería los harapos de la “victoria”.
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Lo confirmó precisamente por estos días aciagos y ruinosos el señor Jens Stoltenberg, máximo responsable de la OTAN, quien declaró públicamente que esa agresiva alianza bélica, desbocada sobre su frontera Este, se está preparando además para “actuar contra China”, a la que definió como “una amenaza para la seguridad y la democracia.”
Explicó a tono con las diarias directivas que le cursan desde el otro lado del Atlántico, que la formación otanista planea profundizar sus conexiones con “los aliados asiáticos para hacer frente al desafío planteado por Beijing”, y arremetió contra las autoridades de la República Popular por “no estar dispuestas a condenar la agresión de Rusia a Ucrania”, y unirse a Moscú para “cuestionar el derecho de las naciones a elegir su propio camino.”
China, subrayó el “jefe” formal de la OTAN, fue instada a “elegir un bando por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden”, y prefirió desestimar las razones de Occidente para asumir una posición propia que puede acarrearle “graves consecuencias si apoya a Moscú militar o económicamente.”
En otras palabras, el viejo y ridículo “conmigo o contra mí” del rudimentario George W. Bush en los días de la planeada “guerra global antiterrorista” que los controvertidos atentados del 11 de septiembre de 2001 le permitieron desatar a los sectores hegemonistas norteamericanos.
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Desde luego, cualquiera medianamente informado deduce que presionar a China, y nada menos que a coaligarse con USA y sus maleables socios euro occidentales contra un estratégico vecino como Rusia con el que mantiene vitales lazos mutuos ante las muchas amenazas comunes que provienen de Occidente, resulta una demanda de orates o cuando menos de totales ignaros. Es algo así como si un homicida en serie la exigiese a su próxima víctima que secunde el asesinato que comete en la casa contigua para luego atacar la suya.
Y Beijing y los que de alguna manera siguen día a día la infamia que Washington y sus segundones destilan, saben muy bien que semejante posición de la OTAN es puro oportunismo liderado desde las orillas del Potomac.
Un imperio tan “digno”, y un presidente tan “vital y decente” como Biden, que a pesar de promesas y cuentos electorales, prosiguió hasta nuestros días la guerra comercial que inició Donald Trump contra China, que alienta el separatismo taiwanés y remite ilegalmente armas y delegaciones oficiales de “aliento” a un territorio ajeno e inalienable, y que a espaldas de la propia OTAN, y en desmedro incluso de jugosos contratos militares de un pretendido socio como Francia, creó unilateralmente la titulada AUKUS para, en taimada comunión con Gran Bretaña y Australia, apretar aún más el cerco anti chino en el Pacífico Sur.
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