Cincuenta años después que un golpe fascista derrocara al presidente socialista de Chile, Salvador Allende, América Latina sigue amenazada por Estados Unidos (EE.UU,), un imperio que acostumbra pisotear soberanías y que mantiene planes tácticos y estratégicos cambiantes para evitar su debilitamiento en aquellas regiones donde hay posibilidades de cambios favorables a gobiernos progresistas e inclusivos. Como el del Chile de 1970.
Documentos desclasificados en las altas esferas estadounidenses demuestran la decisión del gobierno de Richard Nixon mediante la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de eliminar el gobierno de la Unidad Popular (UP) y a su jefe, un médico al que en dos ocasiones habían quitado la oportunidad en las urnas de ocupar el Palacio de La Moneda.
Varios factores confluyeron en la caída de la UP, entre ellas la confianza del líder socialista en la democracia y en que los actores que actuaron en su entorno (1970-1973) respetarían la Constitución Nacional, y que –al no existir precedentes- las Fuerzas Armadas no traicionarían su lealtad hacia quien fuera electo de manera democrática.
Además, y como factor subjetivo, -lo que ahora también está a flor de piel- es la visión quizás estrecha de cuanto significaba el socialismo chileno en el resto de América Latina, donde solo Cuba había abrazado esa ideología, y se perdían en los laberintos de la desunión mientras avanzaban los planes golpistas de la CIA y los militares se confabulaban para por la vía de la violencia sacar a Allende del Palacio de La Moneda.
Lo que quizás no esperaba el general traidor Augusto Pinochet era que el digno presidente prefirió quitarse la vida antes de caer en manos de quienes lanzaron bombarderos, tanques y miles de soldados a las calles. Aviones que en una acción hasta entonces inconcebible dejaron caer sus metrallas en La Moneda, donde se encontraba la mayor parte de mujeres y hombres leales a quien intentó transformar el Chile de la derecha en un país soberano, con leyes que dignificaran a las clases más humildes.
Allende no vio –o no quiso considerarlas- las señales de la traición de Pinochet y otros jefes militares, aunque fue alertado por amigos leales. Nunca creyó que pudiese concretarse tanto odio y violencia hacia el sistema político que encabezaba. La realidad superó cualquier cálculo del más avezado cuerpo de inteligencia.
EE.UU. no estaba dispuesto a permitir que el ejemplo de la Cuba revolucionaria, que desde un primer momento, y a solicitud de Allende, colaboró con su gobierno, se afianzara en el Sur del continente. Tenía que destruir la semilla plantada por el doctor que confianza en su capacidad de análisis y de maniobra política, en lo que el llamaba el ¨muñequeo¨, pero que le falló porque no logró acuerdos ni consensos en su alianza de la UP. Los tanques aplastaron la esperanza en Chile, el pueblo se quedó a la espera de las órdenes de combate, la superioridad de los cuerpos de las Fuerzas Armadas realizaron el allanamiento del Palacio, donde encontraron sin vida al mandatario y sus más cercanos colaboradores; detuvieron millares de personas que concentraron en el estadio nacional; torturaron; mataron y ocuparon el poder durante 17 años.
Estimados incompletos refieren que, como mínimo, 47 000 chilenos fueron víctimas de la represión instaurada por la dictadura pinochetista, asesinados, desaparecidos, torturados y exilados.
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