Hay una gran razón por la cual los tanques pensantes imperiales han decidido el virtual desguace del Levante: hacer de esa zona, rica en petróleo y con ramales directos hacia las fronteras de Rusia y China, un territorio bajo su exclusivo control en la materialización del perpetuo y acariciado sueño de hegemonía global.
Nada de “lucha antiterrorista”, de “defensa de minorías perseguidas”, de destrucción de “arsenales letales”, o de remover “gobiernos tiránicos y malvados”. Todo ello no es más que burda propaganda y mal intencionadas justificaciones.
La realidad concreta, contundente, aplastante y verdaderamente verdadera, es la expuesta en las primeras líneas de este comentario, y no por proverbial y original enunciación de quien escribe, sino por consenso de numerosos y muy serios y respetados analistas y líderes políticos.
¿Y cómo materializar el programa? Primero, con las invasiones directas que caotizaron aún más a Afganistán e hicieron polvo las sociedades iraquí y libia, receta esta última que no se ha dejado de aplicar contra Siria en abierta alianza con sionistas, islamistas fanáticos y satrapías árabes.
Segmentos estos últimos que cobran en los presentes días renovado peso en los menesteres hegemónicos de la primera potencia capitalista del orbe, que en sus ajetreos políticos (sobre todo en época de elecciones) parece empeñada en colocar en manos de sus aliados regionales una cuota mucho más elevada de protagonismo, para poder mover fichas bélicas a otras áreas de interés, digamos, el espacio Asia Pacífico, bien directamente colindante con China y Rusia.
En consecuencia, se venden proyectos como la conformación de una titulada Fuerza mesoriental de Defensa Común donde, “graciosamente”, un Israel sionista altamente privilegiado por USA tendría influencias totales, y cuya membresía estaría conformada por los estados totalitarios árabes al servicio de los intereses de Washington, inclinados todos (empezando por el gran jefe) al pertinaz reclutamiento y uso de las más disímiles bandas extremistas y terroristas.
Se trata, en pocas palabras, de que –sin descuidar ni desequilibrar por un instante la “seguridad e integridad de Tel Aviv”- la amigable reacción árabe cumpla un papel militar e interventor mucho más estructurado para que Washington pueda “liberar fuerzas” y destinarlas a otros escenarios que también estima esenciales.
Contingentes de cipayos que podrían definirse, según analistas, como en una suerte de “OTAN con cara de sarraceno y jefatura anglosajona y hebrea”, entre cuyos cometidos inmediatos estaría terminar la obra desarticuladora de gobiernos incómodos como el de Siria, apretar el cerco a Irán, y defenestrar a movimientos armados de tinte “adverso” como la milicia libanesa Hezbollah o la resistencia palestina.
Una sucia tarea que desde su estado embrionario ya se entiende y se asume por los posibles blancos, y que en consecuencia recibe las primeras respuestas, como la reciente y efectiva presencia en suelo sirio de contingentes armados iraníes y de Hezbollah para batir a los terroristas de Al Qaeda y el Estado Islámico de Iraq y el Levante, EIIL, que por encargo de hegemonistas, sionistas y satrapías regionales, pretenden por estos días, de manera peligrosamente renovada, derrocar al gobierno popular de Damasco y acentuar el fraccionamiento iraquí.
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