Tal como van las cosas con relación a la disputa en torno a la deuda de Grecia, habría que suscribir sin mayores reservas las conclusiones del analista Vicente Clavero, aparecidas días atrás en el sitio digital Público.es.
Para el comentarista, el fracaso de un acuerdo entre la Unión Europea y Atenas sobre los enormes débitos helenos, así como la convocatoria para este domingo por el gobierno griego de un plebiscito para que el pueblo decida qué hacer sobre el tema, “obedecen a un implacable guión urdido por los poderes financieros con el único fin de recordar a todo el mundo quién tiene por el mango la sartén del dinero.”
En otras palabras, que o se asumen los dictados de los opulentos prestamistas, o el caos hará pasto en las naciones que se resistan.
Lo cierto es que semejante puja era de esperar. Aún cuando algunas fuentes radicales han criticado el empeño del primer ministro griego, Alexis Tsipras, por lograr un entendimiento con los acreedores, lo cierto es que la contraparte regional no comulga con un gobierno que intenta poner límites razonables a pretensiones que harán volar en pedazos a la ya esquilmada sociedad griega.
De ahí que en las recientes y fallidas negociaciones de Bruselas, los grupos europeos de poder se hayan mostrado severamente intransigentes frente a las propuestas del equipo de Tsipras de optar por variantes menos explosivas en los exigidos programas de recortes, como por ejemplo, abogar por una reglamentación de los impuestos que implicaría mayores contribuciones de los acomodados al incremento de un fisco en precario.
Por el contrario, para el Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional, FMI, una de las decisiones ideales debe ser una mayor disminución del monto de las jubilaciones que reciben algo más de dos millones de griegos, reducidas ya en 45 por ciento por los anuentes gobiernos anteriores, al punto de haber condenado a un millón y medio de pensionados a vivir por debajo del límite oficial de pobreza.
En pocas palabras, todo un programa brutal que, al tiempo que se aviene con la falaz doctrina financiera de los organismos crediticios imperiales, permitiría el descrédito público en que se empeñan la UE y el FMI con respecto al gobierno de Tsipras, precisamente por adoptar una línea de acción que, según afirma entendidos, “nada tiene que ver con la resignación de las anteriores administraciones griegas.”
Y ante la falta de soluciones y el intento permanente de chantaje, el camino decidido por las nuevas autoridades helenas ha sido el de la consulta democrática, de manera que sea el pueblo griego el que determine libremente si se acatan los ucases de la UE, o el país deja atrás tan dañina compañía y enfrenta una ruta menos espinosa e indigna.
Tal como explica oficialmente Atenas, “Europa presentó una propuesta que suma nuevas cargas insoportables al pueblo griego y socava la recuperación de la sociedad griega y de su economía, no sólo manteniendo la incertidumbre, sino llevando aún más lejos los desequilibrios sociales.”
Y tras asegurar que Grecia no desea desgajarse de Europa, sino escindirse de las prácticas que son una afrenta para el Viejo Continente por su talante autocrático, el gobierno decidió convocar al pueblo a expresar su criterio.
En consecuencia, este cercano domingo dos rutas aparecen en el horizonte helénico: la que conduce a la postración, y aquella que reclama el valor de la democracia y la dignidad a escala de una región que, hoy por hoy, no tiene ya mucho de que vanagloriarse.
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