En efecto, el nuevo primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, ganador por mayoría en los comicios del pasado lunes 19 de octubre con cuarenta por ciento de los sufragios y casi 190 escaños de los 338 en pugna, podría ser el impulsor de cambios interesantes en la dirección de un país dominado por los conservadores desde hace casi una década.
El vencedor en la urnas, que ha proclamado la puesta en marcha de transformaciones de orden positivo que unan y satisfagan a los canadienses, es hijo del dinámico jefe de gobierno Pierre Trudeau, fallecido en el año 2000 luego de ejercer su mandato por dos períodos consecutivos entre 1968 y 1984, promotor de medidas legislativas claves para el país, y proclive al ejercicio de la autodeterminación frente a la muy cercana influencia estadounidense.
Según fuentes de prensa, Justin Trudeau, “quien ha inyectado nuevos bríos al Partido Liberal”, se comprometió a elevar los impuestos a los ricos y a impulsar la inversión del gobierno.
Se trata de posiciones que contrastan con las asumidas por la administración del saliente jefe de gobierno conservador Stephen Harperm, bajo cuyo mando Canadá -según el criterio de los especialistas- “se escoró hacia la derecha” al identificarse fuertemente con las medidas hegemonistas norteamericanas, mientas en el plano interno se redujeron los impuestos a los sectores corporativos y comerciales, se declinó asumir compromisos medioambientales, y se mantenía una agria disputa con el gobierno de Barack Obama, contrario este a la construcción de un oleoducto, el denominado Keystone XL, que llevaría 830 mil barriles diarios de petróleo desde la provincia canadiense de Alberta hacia diferentes lugares del sur de los Estados Unidos.
Hay que decir que los grupos republicanos del Congreso estadounidense apoyan la puesta en marcha de ese controvertido proyecto energético, pero la Casa Blanca lo ha vetado una y otra vez.
Con Harperm, fue Canadá además un activo integrante de la “colación militar” impulsada por Washington desde hace más de un año para “combatir al Estado Islámico” en Siria, se sumó a la concreción del Acuerdo Transpacífico de Libre comercio recién instituido bajo tutela norteamericana, y criticó, junto a los grupos estadounidenses de derecha, la firma del acuerdo nuclear con Irán.
Para el recién electo Justin Trudeau, ha llegado la hora de un cambio nacional con respecto a la herencia dejada por la era conservadora, y afirmó que los vínculos con los Estados Unidos no deben girar en torno al desacuerdo sobre el tema del oleoducto Keystone XL cuando existen otros muchos asuntos trascendentes que analizar y sobre los cuales puede haber entendimientos constructivos y mutuamente beneficiosos.
De hecho, desde la Casa Blanca la administración demócrata saludó la victoria liberal y expresó su esperanza de fortalecer aún más los lazos con Canadá, en lo que se interpretó como una buena nueva para la Oficina Oval, toda vez que la administración del saliente Stephen Harperm gozaba de fuertes simpatías entre los sectores republicanos mayoritarios en el Capitolio.
Y es que, sin lugar a dudas, el triunfo liberal canadiense casi a las puertas de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, puede tener un apreciable grado de influencia en el parecer de no pocos votantes norteamericanos, toda vez que se trata de que un muy cercano vecino acaba de apostar por políticas presumiblemente más pródigas que las ejecutadas por el defenestrado liderazgo de centro derecha.
Por lo pronto, en la ciudad de Calgary, el saliente primer ministro admitió su derrota y precisó, al presentar su dimisión, que “el electorado nunca se equivoca”
Mientras, otra importante figura conservadora, Peter MacKay, comparó lo sucedido con las altas mareas que caracterizan la zona atlántica de Canadá, para concluir que lo ocurrido en las urnas no era lo que su partido esperaba.
En el caso del ganador Justin Trudeau no son pocos los analistas que esperan lleve adelante las promesas hechas a los electores, teniendo en cuenta ya no solo su vital papel en el relanzamiento del Partido Liberal, sino también el legado de su padre, uno de los políticos canadienses más reconocidos internacionalmente en sus años de ejercicio como estadista.
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